Выбрать главу

Mikael se mordió el labio y dudó. Luego, como quitándole importancia al asunto, contestó:

– Si te soy sincero, no tengo ni idea. Está claro que podría constituir, perfectamente, un capítulo; no cabe duda de que se trata de un suceso dramático que ha influido, al menos, en Henrik Vanger.

– Pero ¿no estás aquí para investigar su desaparición?

– ¿Qué te hace pensar eso?

– Bueno, el hecho de que Gunnar Nilsson arrastrara hasta aquí cuatro cajas. Seguro que son las investigaciones privadas que Henrik ha realizado a lo largo de todos estos años. Y, además, cuando eché un vistazo a la antigua habitación de Harriet, donde Henrik suele guardar su colección de documentos, no estaban allí.

Cecilia Vanger no tenía ni un pelo de tonta.

– Eso lo tendrás que hablar con Henrik Vanger y no conmigo -contestó Mikael-. Pero es verdad, Henrik ha hablado bastante de la desaparición de Harriet y me parece interesante leer el material.

Cecilia Vanger volvió a sonreír con tristeza.

– A veces me pregunto quién está más loco: si mi padre o mi tío. Debo de haber hablado con él sobre la desaparición de Harriet miles de veces.

– ¿Qué crees que ocurrió?

– ¿Es una pregunta de entrevista?

– No -contestó Mikael, riéndose-. Pregunto por curiosidad.

– Lo que me despierta la curiosidad es saber si tú también estás chiflado. Si te has creído el razonamiento de Henrik, o si eres tú el que anima a Henrik a seguir.

– ¿Quieres decir que Henrik es un chiflado?

– No me malinterpretes. Henrik es una de las personas más afectuosas y consideradas que conozco. Le quiero mucho. Pero está obsesionado con ese tema.

– Pero la obsesión tiene una base real. De hecho, Harriet desapareció.

– Es que estoy hasta el moño de toda esa historia. Ha envenenado nuestras vidas durante muchos años y no parece tener fin. -Apenas pronunciadas estas palabras, se levantó y se puso el abrigo-. Tengo que irme. Pareces simpático. Martin piensa lo mismo, pero sus opiniones no siempre son acertadas. Pásate por mi casa a tomar café cuando quieras. Por las noches estoy casi siempre.

– Gracias -contestó Mikael, y mientras ella se dirigía hacia la puerta, añadió-: No has contestado a la pregunta que no era pregunta de entrevista.

Cecilia se detuvo y, sin mirarlo, le dijo:

– No tengo ni idea de lo que le ocurrió a Harriet. Pero creo que fue un accidente con una explicación tan sencilla y trivial que si alguna vez nos enteramos de cómo sucedió, nos dejará asombrados.

Se dio media vuelta y, por primera vez, le sonrió con simpatía. Luego se despidió con la mano y desapareció. Mikael permaneció sentado a la mesa de la cocina reflexionando: Cecilia Vanger era una de las personas marcadas en la lista de miembros de la familia que se encontraban en la isla cuando Harriet Vanger desapareció.

Si Cecilia Vanger le había parecido, en general, una persona agradable, no podía decir lo mismo de Isabella Vanger. La madre de Harriet tenía setenta y cinco años y, tal y como le había advertido Henrik Vanger, se trataba de una mujer de una extrema elegancia que recordaba vagamente a una Lauren Bacall entrada en años. Una mañana, de camino al Café de Susanne, Mikael se encontró con ella; vestía un abrigo de astracán negro con una gorra a juego y se apoyaba en un bastón también negro. Parecía una vampiresa envejecida, todavía bella, pero venenosa como una serpiente. Al parecer, Isabella volvía a casa después de haber dado un paseo; lo llamó desde el cruce.

– Oiga, joven. Venga aquí.

Resultaba difícil desoír ese tono autoritario. Mikael miró a su alrededor y llegó a la conclusión de que se refería a él. Se acercó.

– Soy Isabella Vanger -proclamó la mujer.

– Hola, yo me llamo Mikael Blomkvist -respondió, extendiéndole una mano que ella ignoró por completo.

– ¿Es usted el tipo que anda husmeando en nuestros asuntos familiares?

– Bueno, yo soy el tipo que Henrik Vanger ha contratado para que le ayude con su libro sobre la familia Vanger.

– Pues eso no es asunto suyo.

– ¿El qué? ¿Que Henrik Vanger me haya contratado o que yo haya aceptado? En el primer caso creo que es asunto de Henrik; en el segundo, es asunto mío.

– Sabe muy bien a lo que me refiero. No me gusta que la gente meta sus narices en mi vida.

– De acuerdo, no lo haré. El resto lo tendrá que tratar usted con Henrik Vanger.

De repente, Isabella Vanger levantó su bastón y puso la empuñadura contra el pecho de Mikael. No lo hizo con mucha fuerza, pero él, perplejo, dio un paso hacia atrás.

– Aléjese de mí.

Isabella Vanger dio media vuelta y echó a andar hacia su casa. Mikael se quedó quieto, con la expresión de quien acaba de conocer en persona a un personaje de tebeo. Al alzar la vista vio a Henrik Vanger en su despacho. Tenía una taza de café en la mano, que levantó a modo de irónico brindis. Mikael hizo un gesto resignado con las manos, sacudió la cabeza y se marchó al Café de Susanne.

El único viaje que Mikael realizó durante el primer mes fue una excursión de un día a una cala del lago Siljan. Tomó prestado el Mercedes de Dirch Frode y condujo por un paisaje nevado para pasar una tarde con el inspector Gustaf Morell. Mikael había intentado hacerse una idea sobre Morell basándose en la imagen que se desprendía de la investigación policial; encontró a un viejo enjuto y nervudo que se movía lentamente y que hablaba con más parsimonia aún.

Mikael llevaba un cuaderno con unas diez preguntas, principalmente cosas que se le habían ocurrido mientras leía el informe policial. Morell contestó pedagógicamente a todas las preguntas. Al final Mikael dejó de lado sus anotaciones y le explicó a Morell que las preguntas sólo habían sido una excusa para poder conocer al retirado inspector. Lo que realmente quería era conversar un rato y formularle la única pregunta importante: ¿había algo en la investigación policial que no hubiera recogido en los informes?; ¿hizo alguna reflexión o tenía algún presentimiento que quisiera comunicarle?

Ya que Morell, al igual que Henrik Vanger, llevaba treinta y seis años dándole vueltas al misterio de la desaparición de Harriet, Mikael esperaba cierta resistencia. Al fin y al cabo, él era el chico nuevo que se había metido en el berenjenal en el que Morell se perdió. Pero no había el menor indicio de hostilidad. Antes de contestar, Morell cargó meticulosamente su pipa y encendió una cerilla.

– Sí, claro que he reflexionado. Pero mis ideas son tan vagas y escurridizas que no sé muy bien cómo formularlas.

– ¿Qué cree que le ocurrió a Harriet?

– Creo que la asesinaron. En eso estoy de acuerdo con Henrik. Es la única explicación posible. Pero nunca hemos sabido el porqué. Lo que creo es que lo hicieron por alguna razón concreta; no fue por un ataque de locura, ni para violarla, ni nada por el estilo. Si conociéramos el motivo, sabríamos quién la asesinó.

Morell meditó un rato

– El asesinato pudo haberse cometido de manera espontánea. Quiero decir que alguien se aprovechó del absoluto caos que se generó después del accidente. El asesino ocultó el cuerpo y lo trasladó más tarde, mientras nosotros hacíamos batidas por la isla.

– En tal caso estamos hablando de alguien con mucha sangre fría.

– Hay un detalle relevante. Harriet se presentó en el despacho de Henrik e intentó hablar con él. Ahora, en retrospectiva, me parece un comportamiento raro; ella sabía muy bien que él estaba ocupado con todos los familiares que andaban por allí. Creo que Harriet constituía una amenaza para alguien, que quería contarle algo a Henrik y que el asesino se dio cuenta de que ella iba a… bueno, a chivarse.

– Henrik estaba ocupado con algunos miembros de la familia…

– Aparte de Henrik, había cuatro personas en la habitación: su hermano Greger, un cuñado que se llama Magnus Sjögren, y los dos hijos de Harald Vanger, Birger y Cecilia. Pero eso no significa nada. Pongamos que Harriet, hipotéticamente hablando, hubiera descubierto que alguien malversaba fondos de la empresa. Podría haberlo sabido desde hacía meses e, incluso, haberlo comentado con la persona en cuestión. Podría haber intentado chantajearle, o puede que le diera pena y que ella no supiera si delatarlo o no. Quizá se decidiera de repente y tal vez se lo contara al asesino, quien, acto seguido, en un ataque de pura desesperación, la mató.