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– ¿Por qué habla en masculino?

– Estadísticamente, la mayoría de los asesinos son hombres. Pero es cierto: en la familia Vanger hay algunas mujeres que son unas auténticas arpías.

– Ya he conocido a Isabella.

– Es una de ellas. Pero hay más. Cecilia Vanger puede ser bastante mordaz. ¿Has conocido ya a Sara Sjögren?

Mikael negó con la cabeza.

– Es la hija de Sofia Vanger, una de las primas de Henrik. Ahí tienes a una mujer realmente antipática y exenta de escrúpulos. Pero vivía en Malmö y, por lo que he podido averiguar, no tenía ningún motivo para matar a Harriet.

– Vale.

– El problema sigue siendo que, con todas las vueltas que le hemos dado al asunto, todavía no hemos averiguado la causa. Eso es lo más importante. Si damos con el motivo, sabremos qué ocurrió y quién es el culpable.

– Se ha empleado a fondo en este caso. ¿Hay alguna pista que no haya investigado?

Gustaf Morell se rió entre dientes.

– Pues no, Mikael. Le he dedicado al caso un tiempo infinito y no se me ocurre nada que no haya llevado hasta donde era posible. Incluso después de que me ascendieran y me fuera de Hedestad.

– ¿Se fue?

– Sí, yo no soy originario de Hedestad. Estuve destinado allí entre 1963 y 1968. Luego, al nombrarme comisario, me trasladé a la policía de Gävle hasta el final de mi carrera profesional. Pero incluso en Gävle seguí con mis pesquisas sobre la desaparición de Harriet.

– Henrik Vanger no le dejaba en paz, supongo.

– No, claro que no. Pero no fue por eso. El misterio de Harriet me sigue fascinando aún hoy en día. Quiero decir… hay que verlo de la siguiente manera: todos los policías tienen un misterio sin resolver. De mis días en Hedestad recuerdo que, cuando tomábamos café, los compañeros de más edad hablaban sobre el caso Rebecka, en particular un policía que se llamaba Torstensson, muerto hace mucho, que año tras año retomaba el caso. En su tiempo libre y en sus vacaciones. Cuando los delincuentes locales no daban mucha guerra, solía sacar las carpetas y ponerse a cavilar.

– ¿También se trataba de una chica desaparecida?

Por un momento, el comisario Morell pareció asombrado. Luego, al darse cuenta de que Mikael buscaba alguna conexión, sonrió.

– No, no lo he mencionado por eso. Estoy hablando del «alma» del policía. El caso Rebecka ocurrió incluso antes de que Harriet Vanger naciera y hace mucho tiempo que prescribió. En los años cuarenta una mujer de Hedestad fue atacada, violada y asesinada. No es nada raro. Durante su carrera profesional todo policía tiene que investigar alguna vez esa clase de crímenes. Lo que quiero decir es que hay casos que se te pegan al cuerpo y se meten por debajo de la piel. Aquella chica fue asesinada de la manera más brutal. El asesino la ató y le metió la cabeza entre las brasas encendidas de una chimenea. No sé cuánto tiempo tardaría la pobre en morir ni las torturas que sufriría.

– ¡Joder, qué horror!

– Pues sí. Extremadamente cruel. El pobre Torstensson fue el primer investigador que se presentó en el lugar del crimen y el asesinato permaneció sin resolverse, a pesar de que se recurriera a la ayuda de expertos de Estocolmo. Nunca jamás pudo dejar el caso.

– Lo entiendo.

– De modo que mi Rebecka se llama Harriet. En su caso ni siquiera sabemos cómo murió. Técnicamente, ni siquiera podemos probar que se cometiera un asesinato. Pero nunca he sido capaz de abandonar el tema. -Meditó durante un instante-. Investigar un asesinato puede ser el trabajo más solitario del mundo. Los amigos de la víctima están indignados y desesperados, pero tarde o temprano, al cabo de algunas semanas o de unos meses, la vida vuelve a la normalidad. Los más allegados necesitan más tiempo, pero ellos también superan el dolor y la desesperación. La vida sigue. Pero los asesinatos sin resolver te corroen por dentro. Al final, sólo queda una persona que piensa en la víctima e intenta que se haga justicia: el policía que se hace cargo de la investigación.

Tres personas más de la familia Vanger vivían en la isla de Hedeby. Alexander Vanger -nacido en 1946 e hijo de Greger, el tercer hermano- habitaba en una casa de madera, reformada, de principios del siglo XX. Mikael sabía, por Henrik, que Alexander Vanger se encontraba actualmente en las Antillas, donde se dedicaba a su ocupación favorita: navegar y dejar pasar el tiempo sin dar un palo al agua. Henrik hablaba de su sobrino en términos tan descalificatorios que Mikael llegó a la conclusión de que Alexander Vanger habría sido objeto de ciertas controversias. Sin embargo, se contentó con saber que Alexander tenía veinte años cuando Harriet Vanger desapareció, y que formaba parte del círculo de familiares presentes en la isla.

Alexander vivía con su madre Gerda, de ochenta años, viuda de Greger Vanger. Mikael nunca la había visto; tenía una salud delicada y se pasaba la mayor parte del tiempo en la cama.

El tercer miembro de la familia era, por supuesto, Harald Vanger. Durante el primer mes, Mikael no consiguió ver ni la sombra del viejo biólogo de razas. La casa de Harald Vanger -la que Mikael tenía más cerca- presentaba un aspecto sombrío; unas oscuras cortinas en todas las ventanas ocultaban el interior. Daba mal agüero. En varias ocasiones, al pasar Mikael por la casa, le había parecido percibir un ligero movimiento de cortinas; y una noche, ya tarde, cuando estaba a punto de acostarse, descubrió de repente, por el resquicio de una de ellas, el reflejo de una luz en la planta superior. Fascinado, permaneció en la oscuridad durante más de veinte minutos, junto a la ventana de la cocina, contemplando aquella luz antes de olvidarse del tema e irse a la cama tiritando de frío. A la mañana siguiente la cortina volvía a estar en su sitio.

Harald Vanger parecía ser un espíritu invisible, pero constantemente presente, que, con su aparente ausencia, marcaba la vida del pueblo. En la imaginación de Mikael, Harald Vanger iba adoptando cada vez más la forma de un malvado Gollum que espiaba su entorno tras las cortinas y que se dedicaba a misteriosas actividades en su blindada cueva.

Una vez al día Harald Vanger recibía la visita de la asistenta social, una mujer mayor que vivía al otro lado del puente y que, cargada con las bolsas de la compra, atravesaba con mucho esfuerzo la nieve que había hasta la puerta, ya que Harald Vanger se negaba a que le limpiaran el camino de entrada. Gunnar Nilsson, el bracero, movió la cabeza, resignado, cuando Mikael sacó el tema. Le explicó que se había ofrecido a quitarle la nieve, pero que, al parecer, Harald Vanger no quería que nadie pisara su territorio. Una sola vez, el primer invierno tras volver Harald Vanger a la isla, Gunnar Nilsson, espontáneamente, subió con el tractor para quitar la nieve del patio de su casa, al igual que lo hacía en todas las demás. La iniciativa tuvo como resultado que Harald Vanger saliera corriendo de su casa dando voces y armando un gran escándalo hasta que Nilsson se alejó de allí.

Desgraciadamente, Nilsson no podía quitar la nieve de la entrada de la casa de Mikael, ya que la verja era demasiado estrecha para que pasara el tractor. Allí todavía había que recurrir a la pala y la fuerza de las manos.

A mediados de enero, Mikael Blomkvist encargó a su abogado que averiguara cuándo le tocaba cumplir sus tres meses de condena. Estaba ansioso por quitárselos de encima cuanto antes. Entrar en prisión resultó ser mucho más fácil de lo que se imaginaba. Tras unas semanas de deliberación, se decidió que Mikael se presentara el 17 de marzo en la cárcel de Rullåker, cerca de Östersund, un centro penitenciario con régimen abierto, destinado a gente con pocos antecedentes penales. El abogado de Mikael también pudo comunicarle que el tiempo de condena, con gran probabilidad, podría acortarse un poco.