El director tampoco lo hacía. Ya el primer día mantuvo una entrevista con Mikael en la que le ofreció no sólo ayuda psicológica y orientación profesional, sino también la posibilidad de asistir a los cursos de Komvux o de realizar otro tipo de estudios. Mikael replicó que no tenía necesidad alguna de reinsertarse socialmente; hacía ya varias décadas que había terminado sus estudios, y ya contaba con un trabajo. En cambio, pidió que le dejaran usar su iBook en la celda para continuar escribiendo el libro que le habían encargado. Su solicitud fue concedida sin problema; Sarowsky le proporcionó, incluso, un armario con llave a fin de poder dejar el ordenador en la celda sin que se lo robaran ni se lo destrozaran. De todos modos, no era muy probable que eso ocurriera; todo el mundo adoptó más bien una actitud protectora hacia Mikael.
Así que pasó dos meses relativamente agradables trabajando unas seis horas diarias en la crónica de la familia Vanger. El trabajo sólo era interrumpido por un par de horas de tareas de limpieza o actividades recreativas. Mikael y dos compañeros, uno de Skövde y otro de origen chileno, se encargaban de limpiar el gimnasio del centro todos los días. Las actividades recreativas consistían en ver la televisión, jugar a las cartas o ir al gimnasio. Mikael descubrió que el póquer no se le daba del todo mal, pero aun así perdió unas cuantas monedas de cincuenta céntimos cada día. Las normas del centro permitían el juego siempre y cuando las apuestas no pasaran de cinco coronas.
Recibió el aviso de su liberación anticipada el día anterior, cuando Sarowsky lo llevó a su despacho y lo invitó a un chupito de aguardiente. Por la noche Mikael cogió su ropa y sus cuadernos e hizo las maletas.
Una vez en libertad, Mikael volvió directamente a la casita de Hedeby. Nada más poner los pies en el porche oyó un maullido; la gata de color pardo rojizo le daba la bienvenida frotándose contra sus piernas.
– Vale, entra -dijo-. Pero no me ha dado tiempo a comprar leche.
Deshizo las maletas. Tenía la impresión de haber vuelto de unas vacaciones y, de hecho, descubrió que echaba de menos a Sarowsky y a sus compañeros de prisión. Por absurdo que pareciera, se lo había pasado bien en Rullåker. La liberación llegó de manera tan imprevista que no le dio tiempo de avisar a nadie.
Eran más de las seis de la tarde. Subió apresuradamente hasta el Konsum para comprar unos artículos de primera necesidad antes de que cerraran. Al volver encendió su móvil y llamó a Erika, cuyo contestador le informó de que en ese momento estaba apagado o fuera de cobertura. Le dejó un mensaje: ya hablarían al día siguiente.
Después, subió a visitar a su jefe, a quien encontró en la planta baja. Al ver a Mikael arqueó las cejas, asombrado.
– ¿Te has escapado? -fue lo primero que dijo.
– Liberación legal anticipada.
– ¡Vaya sorpresa!
– Para mí también lo ha sido. Me lo dijeron anoche.
Se miraron unos segundos. Luego el viejo sorprendió a Mikael rodeándole con sus brazos y dándole un fuerte abrazo.
– Estaba a punto de cenar. Acompáñame.
Anna sirvió un pastel al horno a base de panceta con salsa de arándanos rojos. Estuvieron conversando en el comedor casi dos horas.
Mikael le dio cumplida cuenta de hasta dónde había llegado con la crónica, así como de los puntos en los que había encontrado grietas y fisuras. No hablaron de Harriet Vanger, pero abordaron el tema de Millennium en profundidad.
– La junta directiva se ha reunido en tres ocasiones. La señorita Berger y Christer Malm tuvieron la deferencia de celebrar aquí arriba dos de los encuentros; el tercero fue en Estocolmo, donde Dirch me representó. Ojalá tuviera unos cuantos años menos y no me resultara tan cansado viajar. Intentaré bajar este verano.
– No creo que suponga ningún problema celebrar las reuniones aquí arriba -dijo Mikael-. Bueno, ¿y qué tal llevas lo de ser socio de la revista?
Henrik mostró una media sonrisa.
– La verdad es que es lo más divertido que he hecho en muchos años. He echado un vistazo a las cuentas y no tienen mala pinta. Voy a tener que invertir menos dinero del que pensaba: el abismo entre ingresos y gastos se va reduciendo.
– He hablado con Erika una o dos veces por semana. Tengo entendido que el tema de los ingresos por publicidad se ha consolidado.
Henrik Vanger asintió con la cabeza.
– Va por buen camino, aunque llevará su tiempo. Al principio, unas empresas del Grupo Vanger entraron y compraron unas páginas en señal de apoyo. Pero lo verdaderamente importante es que ya hemos recuperado a dos antiguos anunciantes: una compañía de telefonía móvil y una agencia de viajes -dijo, mostrando una sonrisa de oreja a oreja-. Además, hemos hecho una campaña más personal entre los viejos enemigos de Wennerström. Y créeme, los hay de sobra.
– ¿Sabes algo de Wennerström?
– No, no directamente. Pero hemos filtrado la noticia de que Wennerström anda detrás del boicot realizado a Millennium, así que ha ofrecido una imagen bastante mezquina. Parece ser que un periodista del Dagens Nyheter le preguntó sobre el tema y Wennerström le salió con una impertinencia.
– Estás disfrutando con todo esto, ¿eh?
– «Disfrutar» no es la palabra. Debería haberme metido en esto hace años.
– ¿Qué es realmente lo que hay entre tú y Wennerström?
– Ni lo intentes… Ya te lo contaré a finales de año.
Se respiraba una agradable sensación de primavera en el aire. Cuando Mikael se despidió de Henrik, hacia las nueve, ya se había hecho de noche. Dudó un instante antes de llamar a la puerta de la casa de Cecilia Vanger.
No estaba seguro de lo que se iba a encontrar. Cecilia Vanger lo miró asombrada y, acto seguido, pareció sentirse incómoda, pero lo dejó entrar hasta el vestíbulo. Se quedaron de pie, sin saber qué hacer ni qué decir. Ella también le preguntó si se había escapado y él le explicó lo sucedido.
– Sólo quería saludarte. ¿Te pillo en mal momento?
Ella evitó su mirada. Mikael advirtió de inmediato que no estaba muy contenta de verlo.
– No… no; entra. ¿Quieres un café?
– Con mucho gusto.
La acompañó hasta la cocina. Cecilia le dio la espalda mientras llenaba la cafetera de agua. Mikael se acercó y le puso una mano sobre el hombro. Ella se quedó de piedra.
– Cecilia, me da la sensación de que no tienes muchas ganas de invitarme a tomar un café.
– No te esperaba hasta dentro de un mes. Me has cogido desprevenida.
Mikael percibió su malestar y le dio la vuelta para poder ver su cara. Permanecieron callados un instante. Ella seguía sin querer mirarlo a los ojos.
– Cecilia, deja el café. ¿Hay algún problema?
Ella negó con la cabeza e inspiró profundamente.
– Mikael, quiero que te vayas. No me preguntes nada. Simplemente márchate.
Mikael se fue camino a casa. Al llegar, indeciso, se quedó parado junto a la verja. Acto seguido, bajó hasta la orilla, junto al puente, y se sentó encima de una piedra. Encendió un cigarrillo mientras ponía en orden sus pensamientos, preguntándose qué podía haber cambiado la actitud de Cecilia Vanger de un modo tan drástico.
De repente escuchó el ruido de un motor y vio un gran barco blanco entrando en el estrecho por debajo del puente. Al pasar ante él, Mikael descubrió a Martin Vanger al timón, con la mirada concentrada en el agua a fin de sortear los posibles escollos. La embarcación era un yate de recreo de doce metros de eslora. Una máquina de un poderío impresionante. Se levantó y caminó por la orilla siguiéndolo. Descubrió, entonces, que ya había más barcos en el agua -lanchas motoras, veleros y numerosos Pettersson- amarrados en distintos embarcaderos. En uno de ellos vio un IF cabalgando sobre las olas que el yate generaba al pasar. También había barcos más grandes y caros, entre los que divisó un Hallberg-Rassy. Era ya casi verano, así que pudo advertir la división social que había también en la vida marinera de Hedeby. Martin Vanger poseía, sin duda, el barco más grande y costoso de aquel lugar.