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Harriet estaba en la primera fila de público, dispuesto a lo largo de la acera. A su lado aparecían tres de sus compañeras de clase y, en torno a ellas, por lo menos unos cien ciudadanos más.

Fue eso lo que Mikael guardó en su subconsciente y lo que salió inesperadamente a la superficie cuando el autobús pasó por el mismo lugar donde se hizo la foto.

La gente se comportaba como se suele comportar en este tipo de actos. Los ojos de los espectadores siempre siguen a la pelota en un partido de tenis, o al disco en un encuentro de hockey sobre hielo. Los que estaban en el extremo izquierdo de la foto miraban a los payasos que tenían justo delante. Los que se encontraban más cerca del camión se concentraban en la plataforma de las chicas ligeras de ropa. La expresión de sus rostros revelaba que se lo estaban pasando bien. Los niños señalaban con el dedo. Alguna que otra persona se reía. Todos parecían contentos.

Todos menos una.

Harriet Vanger miraba a un lado. Sus tres compañeras y toda la gente de alrededor observaban a los payasos. La cara de Harriet estaba dirigida a unos treinta o treinta y cinco grados más arriba a la derecha. Como si tuviera la mirada clavada en algo que había al otro lado de la calle, pero fuera del extremo inferior izquierdo de la imagen.

Mikael sacó la lupa e intentó discernir los detalles. La foto había sido hecha desde demasiada distancia como para estar del todo seguro, pero, a diferencia de todos los demás, el rostro de Harriet parecía no tener vida. Su boca dibujaba una delgada línea. Sus ojos estaban abiertos de par en par. Las manos le colgaban flácidas a lo largo del cuerpo.

Daba la sensación de estar asustada. Asustada o enfadada.

Mikael sacó la foto del álbum, la metió en una funda de plástico y cogió el siguiente autobús a Hedestad. Se bajó en Järnvägsgatan y se colocó exactamente en el mismo lugar desde donde se debía de haber hecho la foto. Se hallaba justo en el límite de lo que se consideraba el centro de Hedestad. Se trataba de un edificio de madera, de dos plantas, que albergaba una tienda de vídeos y otra de ropa de caballero, Sundströms Herrmode, fundada en 1932, según rezaba en la placa de la puerta. Entró en la tienda y advirtió enseguida que ocupaba las dos plantas; una escalera de caracol conducía al piso superior.

Al final de la escalera, había dos ventanas que daban a la calle. Allí estuvo el fotógrafo.

– ¿En qué puedo servirle? -le preguntó un vendedor de cierta edad cuando Mikael sacó la funda de plástico con la fotografía. Había poca gente en la tienda.

– Bueno, la verdad es que sólo quería ver desde dónde fue hecha esta fotografía. ¿Le importa si abro un momento la ventana?

Le dio permiso para hacerlo y Mikael levantó la fotografía ante él. Podía ver exactamente el sitio donde permaneció Harriet Vanger. Uno de los dos edificios de madera que se encontraban detrás de ella ya no existía; en su lugar se alzaba una construcción de ladrillo. El otro, que había sobrevivido y que en 1966 era una papelería, albergaba ahora un herbolario y un solarium. Mikael cerró la ventana, dio las gracias y pidió disculpas por la molestia.

Ya en la calle, se situó justo en el lugar donde estuvo Harriet. Tenía un buen punto de referencia entre la ventana de la planta superior de la tienda de moda y la puerta del solarium. Giró la cabeza y apuntó con la mirada a lo largo de la línea de visión de Harriet. Por lo que pudo estimar Mikael, Harriet miraba en dirección a la esquina del edificio de Sundströms Herrmode. Una esquina normal y corriente que, al doblarla, conducía a otra calle. «¿Qué fue lo que viste allí, Harriet?»

Mikael metió la foto en su bandolera y se dio un paseo hasta el parque de la estación de tren, donde se sentó en una terraza y pidió un caffé latte. De repente se sintió ligeramente conmovido.

En inglés lo llaman new evidence, lo cual suena muy diferente a «nuevas pruebas». En una investigación que llevaba estancada treinta y siete años, él acababa de descubrir algo completamente nuevo, en lo que nadie más había reparado.

El único problema era que no estaba seguro del valor de su hallazgo, si es que lo tenía. Aun así, le parecía importante.

Aquel sábado de septiembre en el que Harriet desapareció fue, en muchos aspectos, dramático. Era un día de fiesta en Hedestad, con, sin duda, varios miles de personas en la calle, tanto jóvenes como mayores. Y era el día de la reunión familiar anual en la isla de Hedeby. Esos dos acontecimientos, ya de por sí, desviaron de la rutina diaria la atención general de los habitantes de la ciudad. Y, como guinda del pastel, tuvo lugar el accidente del puente que eclipsó todo lo demás.

El inspector Morell, Henrik Vanger y los que habían investigado la desaparición de Harriet se concentraron en los acontecimientos de la isla. Morell escribió incluso que no era capaz de abandonar la sospecha de que el accidente y la desaparición de Harriet tuvieran alguna relación. De pronto, Mikael se convenció de que se habían equivocado.

La cadena de acontecimientos no había empezado en la isla de Hedeby, sino en Hedestad, algunas horas antes. Harriet Vanger vio algo -o a alguien- que la asustó y la hizo regresar a casa e ir inmediatamente a ver a Henrik Vanger, quien, por desgracia, no tuvo tiempo de hablar con ella. Luego ocurrió el accidente del puente. Acto seguido, entró en escena el asesino.

Mikael hizo una pausa. Era la primera vez que, conscientemente, formulaba la suposición de que Harriet podía haber sido asesinada. Dudó, pero pronto se dio cuenta de que comulgaba con la idea de Henrik Vanger. Harriet estaba muerta y ahora él perseguía a un asesino.

Volvió a la investigación. Entre las miles de páginas sólo una mínima parte versaba sobre las horas que pasó Harriet en Hedestad. Estuvo con tres compañeras de clase; a cada una de ellas les tomaron declaración, en su momento, de las observaciones de aquella jornada. Habían quedado en el parque de la estación a las nueve de la mañana. Una de las chicas quería comprarse unos vaqueros y sus amigas la acompañaron. Tomaron café en el restaurante de los grandes almacenes EPA; más tarde subieron al polideportivo, luego dieron una vuelta por los puestos y las casetas de la feria, y se encontraron además con otros compañeros del colegio. Después de las doce volvieron a acercarse al centro para ver el desfile del Día del Niño. Poco antes de las dos de la tarde, Harriet dijo, de improviso, que tenía que irse a casa. Se despidieron en una parada de autobús cerca de Järnvägsgatan.

Ninguna de las amigas advirtió nada raro. Una de ellas, Inger Stenberg, describió el cambio de Harriet Vanger en el transcurso del último año diciendo que se había vuelto «impersonal». Añadió que aquel sábado Harriet se mostró taciturna, como siempre, y que lo único que hizo fue seguir a las demás.

El inspector Morell había entrevistado a todas las personas que vieron a Harriet durante esa jornada, aunque sólo se hubieran saludado en la feria. En cuanto se anunció su desaparición, su foto fue publicada en los periódicos locales. Varios ciudadanos de Hedestad se pusieron en contacto con la policía afirmando que creían haberla visto, pero nadie había reparado en nada extraño.

Mikael se pasó toda la noche dándole vueltas a cómo seguir tirando del hilo que acababa de descubrir. Ya por la mañana subió a ver a Henrik Vanger, que estaba desayunando en la mesa de la cocina.

– Has dicho que la familia todavía tiene intereses en el Hedestads-Kuriren.

– Así es.

– Necesitaría acceder al archivo de fotografías del periódico. Desde 1966.

Henrik Vanger dejó el vaso de leche en la mesa y se limpió el labio superior.

– Mikael, ¿qué has encontrado?

Miró al anciano directamente a los ojos.

– Nada concreto. Pero creo que podemos haber hecho una interpretación errónea del curso de los acontecimientos.

Le enseñó la foto y le contó sus conclusiones. Henrik Vanger permaneció callado un buen rato.