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Al final, Mikael decidió escanearlo todo. Al cabo de seis horas completó una carpeta con noventa fotos. Tendría que volver otro día a la redacción del Hedestads-Kuriren.

Alrededor de las nueve de la noche, llamó a Maja Blomberg, le agradeció su ayuda y regresó a la isla de Hedeby.

El domingo a las nueve de la mañana ya estaba otra vez en la redacción, que seguía vacía cuando Maja Blomberg le dejó entrar. Había olvidado que era la fiesta de Pentecostés y que el periódico no saldría hasta el martes. Podía utilizar la misma mesa que el día anterior, así que dedicó toda la jornada a escanear fotos. A las seis de la tarde todavía le quedaban unas cuarenta fotos del Día del Niño. Mikael examinó los negativos y decidió que los primeros planos de caras monas de niños o las fotos de un artista sobre el escenario carecían, simplemente, de interés. Lo que escaneó fue el ajetreo de la calle y la muchedumbre.

Mikael pasó el lunes de Pentecostés examinando el nuevo material fotográfico. Hizo dos descubrimientos: el primero le llenó de consternación; el segundo le aceleró el pulso.

El primer descubrimiento fue esa cara en la ventana de la habitación de Harriet Vanger. La foto estaba algo borrosa debido al movimiento; por eso debía de haber sido descartada de la colección original. El fotógrafo se hallaba delante de la iglesia enfocando el puente. Los edificios quedaban por detrás. Mikael encuadró la imagen centrándose sólo en la ventana; luego estuvo ajustando el contraste y aumentando la nitidez hasta que consiguió, a su parecer, la mejor calidad posible.

El resultado fue una imagen granulada, con un mínimo contraste cromático entre los grises, que mostraba una ventana rectangular, una cortina, un trozo de brazo y, algo más adentrado, un difuminado rostro en forma de media luna. La cara no pertenecía a Harriet Vanger, que tenía el pelo negro como el azabache, sino a una persona con un color de cabello considerablemente más claro.

También constató que se podían discernir unas zonas más oscuras en la parte de los ojos, la nariz y la boca, pero resultaba imposible observar nítidamente sus facciones. No obstante, estaba convencido de que se trataba de una mujer; la parte más clara de la cara seguía hasta la altura de los hombros y dejaba adivinar un cabello femenino. Pudo ver que llevaba ropa clara.

Calculó la altura de la persona valiéndose de las medidas de la ventana; era una mujer que medía aproximadamente un metro y setenta centímetros.

A medida que fue pasando más fotos del accidente del puente en la pantalla del ordenador llegó a la conclusión de que había alguien que encajaba perfectamente con esa descripción: Cecilia Vanger a los veinte años.

Kurt Nylund había hecho en total dieciocho fotografías desde la ventana de la segunda planta de Sundströms Herrmode. En diecisiete de ellas, se veía a Harriet Vanger.

Harriet y sus compañeras de clase llegaron a Järnvägsgatan justo en el mismo instante en que Kurt Nylund empezó a hacer fotografías. Mikael estimó que las fotos se hicieron en un lapso de unos cinco minutos. En la primera, Harriet y sus compañeras estaban bajando la calle en dirección al fotógrafo. En las fotos que iban de la dos a la siete se las veía de pie mirando el desfile. En otra, ya se habían desplazado unos seis metros más abajo. En la última, posiblemente sacada un poco más tarde, el grupo ya había desaparecido.

Mikael agrupó una serie de instantáneas en las que cortó a Harriet por la cintura y las manipuló hasta conseguir el mejor contraste posible. Las guardó en un archivo aparte, abrió el programa Graphic Converter y activó la función diaporama. El resultado fue similar a una película muda entrecortada, con saltos de fotogramas, donde cada imagen se mostraba durante dos segundos.

Harriet llega, imagen de perfil. Harriet se detiene y mira calle abajo. Harriet vuelve la vista hacia la calle. Harriet abre la boca para decirle algo a su amiga. Harriet se ríe. Harriet se toca la oreja con la mano izquierda. Harriet sonríe. De repente, Harriet, con la cara en un ángulo de unos veinte grados a la izquierda de la cámara, parece asombrada. Harriet abre los ojos de par en par y ha dejado de sonreír. La boca de Harriet se convierte en una fina línea. Harriet fija la mirada. En su cara se puede leer… ¿qué? ¿Tristeza, conmoción, enfado? Harriet baja la mirada. Harriet ya no está.

Mikael volvió a pasar la secuencia una y otra vez.

Confirmaba, con toda claridad, la hipótesis que había formulado. Algo sucedió en Järnvägsgatan. La lógica resultaba evidente.

«Ella ve algo -a alguien- al otro lado de la calle. Sufre un shock. Luego se pone en contacto con Henrik Vanger para hablar con él en privado, cosa que nunca llega a ocurrir. Más tarde desaparece sin dejar rastro.»

Algo pasó aquel día. Pero las fotos no explicaban el qué.

A las dos de la mañana del martes, Mikael se preparó café y unos sándwiches, que se tomó sentado en el arquibanco de la cocina. Le embargaba una mezcla de emoción y desánimo. En contra de todas sus expectativas, había hallado nuevas pruebas. El único problema era que aunque éstas arrojaban más luz sobre la cadena de acontecimientos, no lo acercaban ni un milímetro a la resolución del misterio.

Reflexionó intensamente sobre el papel que podía haber desempeñado Cecilia Vanger en el drama. Henrik Vanger, sin ningún tipo de consideración hacia nadie, había elaborado una lista con las actividades de todas las personas implicadas aquel día, y Cecilia Vanger no constituía ninguna excepción. En 1966 ella vivía en Uppsala, pero llegó a Hedestad dos días antes de aquel desdichado sábado. Se alojó en una habitación de invitados en casa de Isabella Vanger. Dijo que posiblemente viera a Harriet Vanger por la mañana, temprano, pero que no llegó a hablar con ella. Fue a Hedestad por unos asuntos. No vio a Harriet y volvió a la isla de Hedeby alrededor de la una, más o menos mientras Kurt Nylund hacía toda la serie de fotos de Järnvägsgatan. Se cambió y, alrededor de las dos, ayudó a poner la mesa para la cena de aquella noche.

Como coartada, resultaba débil. Las horas eran aproximadas, especialmente por lo que respecta a su vuelta a la isla de Hedeby, pero Henrik Vanger tampoco había encontrado nada que indicara que mentía. Cecilia Vanger era una de las personas de la familia a las que Henrik más quería. Además, había sido la amante de Mikael. Así que le costaba ser objetivo, y mucho más todavía imaginársela como asesina.

Y ahora una de aquellas viejas y descartadas fotografías insinuaba que ella había mentido al afirmar que nunca entró en la habitación de Harriet. Mikael se devanaba los sesos pensando en el significado de todo eso.

«Y si has mentido sobre esto, ¿en qué más lo habrás hecho?»

Mikael recapituló lo que sabía de Cecilia. En el fondo la veía como una persona reservada, aparentemente marcada por su pasado, lo que se traducía en una vida solitaria, sin sexo y con dificultades para intimar con otras personas. Guardaba las distancias con la gente, y cuando, por una vez, se dejó llevar y se echó en los brazos de alguien, eligió a Mikael, un forastero de visita temporal. Cecilia había dicho que rompía su relación porque no soportaba la idea de que él fuera a desaparecer de su vida tan de repente como apareció. Pero sin duda, pensaba Mikael, fue precisamente ésa la razón por la que se atrevió a dar el paso e iniciar la relación. Ya que Mikael no iba a estar mucho tiempo, no tenía por qué temer que su vida fuera a cambiar de forma radical. Suspiró y dejó de lado sus análisis psicológicos.

El otro descubrimiento lo hizo bien entrada la noche. La clave del misterio, de eso estaba convencido, era lo que había visto Harriet en Järnvägsgatan, en Hedestad. Mikael no lo sabría jamás, a no ser que fuera capaz de inventar una máquina para viajar en el tiempo, ponerse detrás de Harriet y mirar por encima de su hombro.