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(Sara) Levítico, capítulo 21, versículo 9:

Si la hija de un sacerdote se envilece a sí misma prostituyéndose, envilece a su propio padre, y por eso será quemada.

(RJ) Levítico, capítulo 1, versículo 12:

Luego, lo despedazará en porciones, y el sacerdote las dispondrá, con la cabeza y el sebo, encima de la leña colocada sobre el fuego del altar.

(RL) Levítico, capítulo 20, versículo 27:

El hombre o la mujer que consulten a los muertos o a otros espíritus, serán castigados con la muerte: los matarán a pedradas, y su sangre caerá sobre ellos.

(Mari) Levítico, capítulo 20, versículo 18:

Si un hombre se acuesta con una mujer en su período menstrual y tiene relaciones con ella, los dos serán extirpados de su pueblo, porque él ha puesto al desnudo la fuente del flujo de la mujer y ella la ha descubierto.

Mikael salió y se sentó en el porche de la cabaña. Ya no cabía duda de que Harriet se refería a esas citas cuando escribió aquellos números en su agenda. Cada una de ellas estaba meticulosamente subrayada en la Biblia de Harriet. Mientras escuchaba los trinos de los pájaros que cantaban en la cercanía encendió un cigarrillo.

Tenía los números. Pero no los nombres. Magda, Sara, Mari, RJ y RL. De repente, el cerebro de Mikael dio un salto intuitivo y un abismo apareció ante él. Se acordó del holocausto de Hedestad del que le habló el inspector Gustaf Morell. El caso Rebecka, a finales de los años cuarenta, la chica que fue violada y asesinada poniéndole la cabeza encima de ardientes brasas: «Luego, lo despedazará en porciones, y el sacerdote las dispondrá, con la cabeza y el sebo, encima de la leña colocada sobre el fuego del altar». Rebecka. RJ. ¿Cómo se llamaba de apellido?

En el nombre de Dios, ¿en qué había estado metida Harriet?

Henrik Vanger se sentía mal y ya estaba en la cama cuando Mikael llamó a su puerta por la tarde. Aun así, Anna le dejó entrar y pudo visitar al viejo durante un par de minutos.

– Un catarro veraniego -explicó Henrik sorbiéndose los mocos-. ¿Qué quieres?

– Tengo una pregunta.

– ¿Sí?

– ¿Te suena un asesinato que se cometió aquí en Hedestad en los años cuarenta? Una chica llamada Rebecka no sé qué; la mataron metiendo su cabeza en una chimenea.

– Rebecka Jacobsson -dijo Henrik Vanger sin dudarlo ni un instante-. Es un nombre que no voy a olvidar nunca, pero hace mucho tiempo que nadie habla de ella.

– Pero ¿conoces la historia?

– Claro que sí. Rebecka Jacobsson tenía veintitrés o veinticuatro años cuando la asesinaron. Eso sucedería en… sí, en 1949. Se realizó una extensísima investigación en la cual yo desempeñé un pequeño papel.

– ¿Tú? -exclamó Mikael, asombrado.

– Pues sí. Rebecka Jacobsson trabajaba en las oficinas del Grupo Vanger. Era una chica muy popular y muy guapa. Pero ¿a qué vienen esas preguntas ahora?

Mikael no supo muy bien qué decir. Se levantó y se acercó a la ventana.

– No lo sé, Henrik; tal vez haya encontrado algo, pero tengo que sentarme un momento a reflexionar sobre todo eso.

– ¿Estás insinuando que existe una relación entre lo de Harriet y lo de Rebecka? Hay… más de diecisiete años entre los dos sucesos.

– Déjame que lo piense. Pasaré a verte mañana, si te encuentras mejor.

Al día siguiente Mikael no pudo ver a Henrik Vanger. Poco antes de la una de la noche permanecía sentado en la mesa de la cocina leyendo la Biblia de Harriet cuando escuchó el ruido de un coche que cruzó el puente a gran velocidad. Miró por la ventana y percibió la luz azul de la sirena de una ambulancia.

Invadido por malos presentimientos, salió corriendo y siguió a la ambulancia. Estaba aparcada delante de la casa de Henrik Vanger.

Había luz en la planta baja y Mikael comprendió que había pasado algo. Subió las escaleras del porche en dos zancadas y se encontró con Anna Nygren en el recibidor, visiblemente afectada.

– El corazón -dijo-. Me despertó hace un momento quejándose de dolores en el pecho. Luego se desplomó.

Mikael abrazó a la leal ama de llaves y se quedó con ella hasta que el personal sanitario salió con un Henrik Vanger aparentemente sin vida en la camilla. Martin Vanger, muy nervioso, iba detrás. Se había acostado ya cuando Anna lo llamó; todavía llevaba zapatillas y tenía la bragueta abierta. Saludó brevemente a Mikael y se dirigió a Anna.

– Lo acompaño al hospital. Llama a Birger y Cecilia -dijo, dando instrucciones-. Y avisa a Dirch Frode.

– Yo puedo ir a su casa -se ofreció Mikael.

Anna asintió, agradecida.

«Llamar a una puerta después de la medianoche suele ser sinónimo de malas noticias», pensó Mikael al poner el dedo en el timbre de la casa del abogado. Transcurrieron varios minutos antes de que éste se presentara en la puerta medio dormido.

– Tengo malas noticias. Acaban de llevar a Henrik Vanger al hospital. Parece un infarto. Martin me ha pedido que te avise.

– ¡Dios mío! -soltó Dirch Frode, mirando su reloj-. Es viernes 13 -añadió con una incomprensible lógica y un desconcertado rostro.

Al volver a casa ya eran las dos y media de la madrugada. Mikael dudó un instante, pero decidió aplazar la llamada a Erika. Hasta las diez de la mañana siguiente, tras hablar brevemente con Dirch Frode por el móvil y asegurarse de que Henrik Vanger seguía con vida, no llamó a Erika para informarla de que el nuevo socio de Millennium había ingresado en el hospital tras sufrir un infarto. Como era de esperar, ella recibió la noticia con gran tristeza y preocupación.

A última hora de la tarde, Dirch Frode pasó a ver a Mikael con detalladas novedades sobre el estado de Henrik Vanger.

– Vive, pero no está bien. Ha sufrido un infarto grave; además, tiene una infección.

– ¿Has podido verlo?

– No. Está en la UVI. Martin y Birger se quedarán esta noche con él.

– ¿Y el pronóstico?

Dirch Frode hizo un gesto con la mano como queriendo decir «no muy bien».

– Ha sobrevivido al infarto, y eso es siempre una señal positiva. La verdad es que sus condiciones físicas son bastante buenas. Pero ya es mayor. Tenemos que esperar a ver qué pasa.

Permanecieron callados un rato meditando sobre la fragilidad de la vida. Mikael sirvió café. Dirch Frode parecía abatido.

– No tengo más remedio que preguntarte qué es lo que va a pasar ahora -dijo Mikael.

Frode levantó la mirada, que se cruzó con la suya.

– Tus condiciones de trabajo no van a cambiar. Están estipuladas en un contrato que no vence hasta final de año, viva o muera Henrik Vanger. No tienes de qué preocuparte.

– No estoy preocupado; no me refería a eso. Lo que quería saber es a quién debo rendirle cuentas ahora.

Dirch Frode suspiró.

– Mikael, tú sabes tan bien como yo que toda esta historia sobre Harriet Vanger es un pasatiempo para Henrik.

– Yo no diría eso.

– ¿Qué quieres decir?

– He encontrado nuevas pruebas -dijo Mikael-. Ayer mismo informé a Henrik sobre algunas de ellas. Me temo que pueden haber contribuido al infarto.

Dirch Frode observó a Mikael con una extraña mirada.

– ¿Estás de broma?

Mikael negó con la cabeza.

– Dirch, en sólo estos últimos días he sacado a la luz más material sobre la desaparición de Harriet que la investigación oficial en treinta y cinco años. Mi problema ahora mismo es que no hemos acordado a quién debo informar de todo si Henrik no está.

– Puedes contármelo a mí.

– De acuerdo. Tengo que seguir adelante con todo esto. ¿Tienes un rato?

Mikael le presentó sus hallazgos de la manera más pedagógica que pudo. Le enseñó la serie de fotografías de Järnvägsgatan y le expuso su teoría. Luego le explicó cómo su propia hija le había ayudado a resolver, aunque indirectamente, el misterio de la agenda de teléfonos. Finalmente le puso al corriente del brutal asesinato de Rebecka Jacobsson en 1949.