La única información que seguía guardando para sí mismo era la cara de Cecilia Vanger en la ventana del cuarto de Harriet. Quería hablar con ella antes de ponerla en una situación que la pudiera convertir en sospechosa.
Dirch Frode frunció el ceño, preocupado.
– ¿Quieres decir que el asesinato de Rebecka está relacionado con la desaparición de Harriet?
– No lo sé. No parece probable. Pero al mismo tiempo no podemos obviar el hecho de que, en su agenda, Harriet apuntó las siglas RJ junto a la referencia de la ley del holocausto. Rebecka Jacobsson murió quemada. La relación con la familia Vanger resulta evidente: trabajaba en el Grupo Vanger.
– ¿Y cómo explicas todo eso?
– Todavía no lo sé. Pero quiero averiguarlo. Te considero el representante de Henrik. Tendrás que tomar decisiones en su nombre.
– Quizá debamos informar a la policía.
– No. Por lo menos no sin el permiso de Henrik. El asesinato de Rebecka prescribió hace muchos años y la investigación policial fue abandonada. No van a ponerse ahora a indagar sobre un asesinato ocurrido hace cincuenta y cuatro años.
– Entiendo. ¿Qué quieres hacer?
Mikael se levantó y dio una vuelta por la cocina.
– Primero, seguirle el rastro a la fotografía. Si logramos saber lo que vio Harriet… creo que puede ser vital para todo el desarrollo de los acontecimientos. Segundo, necesito un coche para desplazarme a Norsjö e ir tras esa pista hasta donde me lleve. Tercero, quiero comprobar las citas bíblicas. Hemos relacionado una cita con un asesinato realmente bestial. Nos quedan cuatro. Para hacerlo… la verdad es que no estaría mal contar con apoyo.
– ¿De qué tipo?
– Me vendría bien un colaborador que me ayudara a investigar escarbando en los antiguos archivos de la prensa y buscando a Magda, a Sara y a los otros nombres. Si es como yo creo, Rebecka no es la única víctima.
– ¿Quieres decir que hagamos partícipe del secreto a otra persona más…?
– Se nos ha echado encima, de sopetón, un enorme trabajo de búsqueda. Si yo fuera el policía encargado de una investigación así, habría podido repartir el tiempo y los recursos y hacer que la gente me ayudara rastreando en los archivos. Necesito un profesional que conozca el tema y que, además, sea de fiar.
– Entiendo… la verdad es que conozco a una persona verdaderamente competente. Fue ella la que hizo la investigación personal sobre ti -se le escapó a Frode antes de que pudiera morderse la lengua.
– ¿Que hizo qué? -preguntó Mikael Blomkvist con tono severo.
Dirch Frode se dio cuenta de que acababa de decir algo que tal vez hubiese sido mejor callar. «Me estoy haciendo viejo», pensó.
– Estaba pensando en voz alta. No me hagas caso -dijo, intentando tranquilizar a Mikael.
– ¿Encargaste una investigación personal sobre mí?
– No es para montar un drama, Mikael. Queríamos contratarte y comprobamos qué tipo de persona eras.
– Así que ésa es la razón por la que Henrik Vanger siempre parece saber exactamente cómo voy a reaccionar. ¿Y se trataba de una investigación a fondo?
– Bastante.
– ¿Tocó los problemas de Millennium?
Dirch Frode se encogió de hombros.
– Era un tema de actualidad.
Mikael encendió un cigarrillo. El quinto de ese día.
Advirtió que se estaba convirtiendo en una mala costumbre.
– ¿Un informe? ¿Por escrito?
– Mikael, no le des tanta importancia.
– Quiero leerlo.
– Por favor, no tiene nada de raro. Simplemente queríamos saber más de ti antes de contratarte.
– Quiero leer ese informe -insistió Mikael.
– Sólo Henrik puede aprobar eso.
– ¿Ah, sí? Vale, te lo diré de otra forma: quiero el informe dentro de una hora. Si no me lo das, me despido y cojo el tren para Estocolmo esta misma noche. ¿Dónde está?
Durante unos segundos Dirch Frode y Mikael Blomkvist se midieron las miradas. Luego Dirch Frode suspiró y bajó la vista.
– En el despacho de mi casa.
El caso Harriet Vanger constituía, sin duda, la historia más rara en la que Mikael Blomkvist se había involucrado jamás. En general, el último año, desde el momento en el que publicó el reportaje sobre Hans-Erik Wennerström, no había sido más que un largo viaje en montaña rusa, sobre todo la parte de caída libre. Y, al parecer, aún no había terminado.
Dirch Frode siguió poniendo trabas, de modo que hasta las seis de la tarde Mikael no tuvo el informe de Lisbeth Salander en sus manos. Estaba compuesto por unas ochenta páginas de investigación propiamente dicha y cien páginas más entre copias de artículos, certificados de notas, diplomas y otros documentos significativos de la vida de Mikael.
Resultaba extraño leer sobre uno mismo algo que más bien debía verse como la combinación de una autobiografía y un informe de los servicios de inteligencia. Mikael sintió cómo su asombro iba en aumento a medida que advertía la minuciosidad con la que estaba hecho el informe. Lisbeth Salander se había fijado en detalles que él creía enterrados para siempre en el vertedero de la historia. Había desenterrado la relación que tuvo con una mujer, en aquel entonces una fanática sindicalista y ahora política a tiempo completo. ¿Con quién diablos habría hablado? Había dado con los Bootstrap, su banda de rock, de la que a duras penas se acordaba ya nadie en la actualidad. Había analizado su situación económica hasta en el más mínimo detalle. Maldita sea, ¿cómo diablos lo habría hecho?
Como periodista, Mikael llevaba ya bastantes años dedicándose a recabar información sobre determinadas personas, así que pudo hacer una estimación estrictamente profesional del trabajo realizado. Para él, no cabía ninguna duda: Lisbeth Salander era un hacha investigando. Ni él mismo habría sido capaz de elaborar un informe semejante sobre una persona completamente desconocida.
Mikael también comprendió que nunca hubo razón alguna para que él y Erika mantuvieran una educada distancia en presencia de Henrik Vanger; el viejo ya estaba al tanto de su larga relación y del triángulo que formaban con Greger Beckman. Además, Lisbeth Salander había evaluado con una espeluznante precisión la situación de Millennium; Henrik Vanger conocía el mal momento por el que pasaba la revista cuando se puso en contacto con Erika y se ofreció como socio. ¿A qué estaba jugando, realmente, Henrik Vanger?
El caso Wennerström sólo era tratado superficialmente, pero al parecer Lisbeth Salander estuvo algún día entre el público del juicio. También se hacía preguntas sobre el extraño comportamiento de Mikael al negarse a hacer declaraciones durante la vista. Una tía lista, quien quiera que fuera.
Acto seguido, Mikael se incorporó sin dar crédito a lo que veían sus ojos. Lisbeth Salander había escrito un breve pasaje anticipando el desarrollo de los acontecimientos después del juicio. Había reproducido, casi palabra por palabra, el comunicado de prensa que Erika y él emitieron cuando abandonó el puesto de editor jefe de la revista.
¡Pero es que Lisbeth Salander había usado el borrador original! Volvió a mirar la portada del informe. Databa de tres días antes de que Mikael Blomkvist tuviera la sentencia en sus manos. No era posible.
Aquel día, el comunicado de prensa sólo existía en un único sitio en todo el mundo: en el ordenador de Mikael. En su iBook, no en el ordenador con el que trabajaba en la redacción. El texto no había sido impreso. Ni siquiera Erika Berger tenía una copia, aunque hubiesen hablado del tema de modo general.
Mikael Blomkvist dejó lentamente sobre la mesa la investigación personal de Lisbeth Salander. Decidió no volver a encender ningún cigarrillo. En su lugar, se puso la cazadora y salió a pasear en la luminosa noche, una semana antes de Midsommar. Mientras meditaba, caminó tranquilamente por la orilla, a lo largo del estrecho, y pasó por delante de la casa de Cecilia Vanger y del ostentoso yate atracado delante del chalé de Martin Vanger. Finalmente, se sentó en una roca y observó los faros que centelleaban en la bahía de Hedestad. Sólo se podía extraer una conclusión.