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– Las reglas son sencillas -dijo ella-. Lo que hables conmigo o con Dragan Armanskij no trascenderá a nadie más. Firmaremos un contrato en el que Milton Security se compromete a guardar silencio. Quiero saber en qué consiste el trabajo antes de decidir si aceptarlo o no. Significa que no diré ni una sola palabra de todo lo que me cuentes, acepte el encargo o no; con la condición, eso sí, de que no te dediques a actividades delictivas de envergadura. En tal caso, informaré a Dragan, quien, a su vez, dará parte a la policía.

– Bien.

Mikael dudó.

– Puede que Armanskij no esté del todo al tanto de la naturaleza de la misión…

– Me dijo que querías que yo te ayudara con una investigación histórica.

– Sí, es correcto. Pero lo que quiero que hagas es que me ayudes a identificar a un asesino.

A Mikael le llevó más de una hora contarle todos los intrincados detalles del caso Harriet Vanger. No omitió nada. Tenía el permiso de Frode para contratarla, pero para hacerlo era necesario que confiara plenamente en ella.

También le habló de su relación con Cecilia Vanger y de cómo había descubierto su cara en la ventana de la habitación de Harriet. Le proporcionó a Lisbeth una descripción todo lo detallada que pudo acerca de la personalidad de Cecilia; en su fuero interno Mikael empezaba a admitir que ella había ascendido muchos peldaños en la lista de sospechosos. Pero todavía estaba muy lejos de entender cómo podría haber estado vinculada a un asesino en activo cuando no era más que una niña.

Finalmente le dio a Lisbeth Salander una copia de la lista de la agenda de teléfonos.

Magda – 32016

Sara – 32109

RJ – 30112

RL – 32027

Mari – 32018

– ¿Qué quieres que haga?

– He identificado a RJ, Rebecka Jacobsson, y la he relacionado con una cita bíblica que trata sobre la ley del holocausto. La asesinaron introduciendo su cabeza en brasas ardiendo, una muerte parecida al sacrificio descrito en el pasaje bíblico. Si todo esto es como yo pienso, me temo que nos encontraremos con otras cuatro víctimas más: Magda, Sara, Mari y RL.

– ¿Crees que están muertas? ¿Asesinadas?

– Un asesino que actuó en los años cincuenta y, tal vez, en los sesenta. Y que, de una manera u otra, tiene que ver con Harriet Vanger. He estado hojeando números atrasados del Hedestads-Kuriren. El asesinato de Rebecka es el único crimen monstruoso vinculado a Hedestad que he encontrado. Quiero que sigas investigando en el resto de Suecia.

Lisbeth Salander se sumió en sus propios pensamientos con un silencio tan inexpresivo y tan largo que Mikael empezó a rebullir impacientemente en su silla. Se estaba preguntando si no se habría equivocado de persona cuando ella, finalmente, levantó la vista.

– De acuerdo. Acepto el trabajo. Pero tienes que firmar el contrato con Armanskij.

Dragan Armanskij imprimió el contrato que Mikael Blomkvist debía llevar a Hedestad para que lo firmara Dirch Frode. Al volver al despacho de Lisbeth Salander vio, a través del cristal, cómo la joven y Mikael Blomkvist permanecían inclinados sobre el PowerBook de Lisbeth. Mikael puso una mano en un hombro de ella -«la estaba tocando»- y señaló algo con el dedo. Armanskij se detuvo.

Mikael dijo algo que pareció sorprender a Lisbeth. Acto seguido ella soltó una sonora carcajada.

Armanskij no la había oído nunca reírse, a pesar de llevar años intentando ganarse su confianza. Hacía tan sólo cinco minutos que Lisbeth conocía a Mikael Blomkvist y ya se estaba riendo con él.

En ese momento odió a Mikael con tanta intensidad que hasta él mismo se asombró. Se aclaró la voz al entrar por la puerta y le entregó una carpeta de plástico con el contrato.

Por la tarde, Mikael tuvo tiempo de hacer una rápida visita a la redacción de Millennium. Era la primera vez desde que recogiera su mesa de trabajo antes de Navidad, y, de repente, le resultó extraño subir por esas escaleras que, por otra parte, le eran tan familiares. El código de acceso seguía siendo el mismo, de modo que pudo entrar por la puerta sin llamar la atención y quedarse un rato en la redacción mirando a su alrededor.

La redacción de Millennium se hallaba en un local con forma de L. La entrada era un gran vestíbulo que ocupaba mucha superficie y que realmente no servía para nada más. Lo habían amueblado con un tresillo para recibir a las visitas. Detrás de éste había un comedor con una cocinita, unos servicios y dos cuartos llenos de librerías y archivos. Y también una mesa de trabajo para el consabido becario. A la derecha de la entrada, un gran cristal daba al estudio de Christer Malm; tenía su propia empresa en unos ochenta metros cuadrados, con acceso directo desde la escalera. A la izquierda se situaba la redacción propiamente dicha, de unos ciento cincuenta metros cuadrados, con una fachada acristalada que daba a Götgatan.

La distribución había sido cosa de Erika, quien mandó poner unas cristaleras creando, de este modo, tres despachos individuales y un espacio abierto para los otros tres colaboradores. Ella se quedó con el despacho más grande, al fondo de la redacción, y mandó a Mikael al otro extremo del local, en el único sitio que se podía ver desde la entrada. Advirtió que nadie se había instalado allí.

El tercer despacho, un poco apartado, lo ocupaba Sonny Magnusson, de sesenta años, exitoso vendedor de espacios publicitarios de Millennium desde hacía varios años. Erika encontró a Sonny al quedarse éste en el paro por los recortes de plantilla que hubo en la empresa donde llevaba trabajando casi toda su vida. Por aquel entonces, Sonny se encontraba en una edad en la que no esperaba que le ofrecieran otro empleo fijo. Erika le eligió a dedo; le ofreció una pequeña retribución fija mensual, más una comisión por los ingresos de los anuncios. Sonny mordió el anzuelo y, hasta la fecha, ninguno de los dos se había arrepentido. Sin embargo, durante el último año poco importaban sus habilidades como vendedor; los ingresos habían caído en picado, al igual que el salario de Sonny. Pero, en lugar de buscarse otra cosa, se apretó el cinturón y permaneció fiel a su puesto. «A diferencia de mí, que he provocado la caída», pensó Mikael.

Al final, Mikael hizo de tripas corazón y entró en la redacción, que estaba medio vacía. Pudo ver a Erika en su despacho con el teléfono pegado a la oreja. Tan sólo dos de los colaboradores se encontraban en la redacción. Monika Nilsson, de treinta y siete años, era una hábil reportera especializada en temas políticos y probablemente la cínica más consumada que Mikael había conocido en su vida. Llevaba nueve años en Millennium, donde se sentía muy a gusto. El colaborador más joven de la redacción se llamaba Henry Cortez y tenía veinticuatro años. Había entrado directamente desde la Escuela Superior de Periodismo, dos años antes, para hacer las prácticas, declarando que era en Millennium -y en ningún otro sitio- donde quería trabajar. El presupuesto de Erika no daba para contratarle, pero le ofrecieron una mesa en un rincón y le integraron en el equipo como freelance fijo.

Encantados, los dos irrumpieron en gritos al ver a Mikael, y lo recibieron con besos y unas palmadas en la espalda. Enseguida le preguntaron si pensaba volver, pero suspiraron decepcionados cuando les explicó que le quedaban todavía seis meses en Norrland y que sólo había pasado por allí para saludarlos y hablar con Erika.

Erika también se alegró de verle; sirvió café y cerró la puerta de su despacho. Se interesó inmediatamente por la salud de Henrik Vanger. Mikael le explicó que sólo sabía lo que le había dicho Dirch Frode: su estado era grave, pero el viejo todavía seguía con vida.

– ¿Qué haces en la ciudad?

Mikael no supo qué decir. Milton Security estaba a sólo unas pocas manzanas de distancia; su visita respondía más bien a un impulso espontáneo. Le parecía complicado explicarle a Erika que acababa de contratar a una asesora personal de una empresa de seguridad, la misma persona que había pirateado su ordenador. Se encogió de hombros y dijo que se había visto obligado a bajar a Estocolmo por un asunto relacionado con Vanger y que regresaba de inmediato al norte. Preguntó cómo les iba en la redacción.