Mikael se levantó de la cama. Desnudo, se acercó a la ventana de la cocina y se quedó pensativo observando la iglesia. Encendió un cigarrillo.
No llegaba a entender a Lisbeth Salander. Tenía un comportamiento raro, con largas pausas en medio de la conversación. El desorden de su casa rayaba el caos: una montaña de bolsas de periódicos en la entrada y una cocina que llevaba años sin limpiar. Su ropa se esparcía por todo el suelo; obviamente, se había pasado toda la noche de juerga. Los chupetones de su cuello evidenciaban que había disfrutado de compañía en la cama. Llevaba numerosos tatuajes por todo el cuerpo y un par de piercings en la cara. Y quién sabe en qué otros sitios. En resumen, se trataba de una chica un tanto peculiar.
Pero, por otra parte, Armanskij le había asegurado que era la mejor investigadora de la empresa; y el detallado y minucioso informe sobre Mikael demostraba que, indudablemente, era muy meticulosa. «Una chica rara.»
Lisbeth Salander se hallaba delante de su PowerBook reflexionando sobre su reacción a la visita de Mikael Blomkvist. En su vida adulta, nunca había dejado que nadie no invitado expresamente con anterioridad entrara en su casa; y ese reducido grupo de personas se podía contar con los dedos de una mano. Mikael había irrumpido en su vida desvergonzadamente y ella no fue capaz de reaccionar más que con unas sosas protestas.
Y no sólo eso; le tomó el pelo. Se rió de ella.
Normalmente, un comportamiento así la habría puesto en alerta para apretar mentalmente el gatillo. Pero no sintió ni la más mínima amenaza ni enemistad por su parte. Él tenía razones para echarle una buena bronca, incluso, tras descubrir que había pirateado su ordenador, para denunciarla a la policía. Pero también se había reído de eso.
Fue la parte más delicada de su conversación. Le dio la sensación de que Mikael, conscientemente, evitaba sacar el tema, y al final ella no pudo resistirse a hacerle la pregunta.
– Has dicho que sabías lo que yo había hecho.
– Eres una hacker. Has entrado en mi ordenador.
– ¿Cómo te has enterado?
Lisbeth estaba perfectamente segura de no haber dejado rastro alguno y de que su infracción no podría descubrirse a menos que un experto en seguridad informática de alto nivel estuviese escaneando el disco duro en el preciso instante en que ella entraba.
– Cometiste un error.
Le explicó cómo ella había citado la versión de un texto que sólo existía en su ordenador y en ningún otro sitio más.
Lisbeth Salander permaneció callada un buen rato. Al final, lo miró con ojos inexpresivos.
– ¿Cómo lo hiciste? -preguntó Mikael.
– Es un secreto. ¿Qué piensas hacer?
Mikael se encogió de hombros.
– ¿Qué opciones tengo? Tal vez debería hablar contigo de la ética y de la moral, y del peligro de hurgar en la vida privada de la gente.
– Es lo mismo que haces tú como periodista.
Mikael asintió con la cabeza.
– Pues sí. Precisamente por eso los periodistas tenemos una comisión ética que controla los aspectos morales. Cuando escribo un texto sobre un hijo de puta del mundo de la banca, no incluyo, por ejemplo, su vida sexual. No menciono que una estafadora de cheques es lesbiana o que le pone hacerlo con su perro o cosas así, aunque sea verdad. Incluso los cabrones tienen derecho a la intimidad, y resulta muy fácil herir a la gente atacando su forma de vida. ¿Entiendes lo que quiero decir?
– Sí.
– En pocas palabras, has violado mi integridad personal. Mi jefe no necesita saber con quién me acuesto. Eso es cosa mía.
En la cara de Lisbeth Salander se dibujó una sonrisa torcida.
– Crees que no debería haberlo mencionado.
– En mi caso no tiene la mayor importancia. La mitad de Estocolmo conoce mi relación con Erika. Es sólo una cuestión de principios.
– Siendo así, quizá te gustaría saber que yo también tengo un principio; y mi propia comisión ética. Yo lo llamo «El principio de Salander». Según él, un cabrón es siempre un cabrón; y si puedo hacerle daño descubriendo sus mierdas, es que entonces lo tiene bien merecido. Sólo le pago con la misma moneda.
– Vale -contestó Mikael Blomkvist, sonriendo-. Mis ideas tampoco distan tanto de las tuyas, pero…
– Cuando investigo a alguien también tengo en cuenta mi opinión sobre él. No soy objetiva. Si parece una buena persona, puedo suavizar el informe.
– ¿De verdad?
– Fue lo que hice en tu caso. Podría haber escrito un libro sobre tu vida sexual. Podría haberle contado a Frode que Erika Berger tiene un pasado en el Club Extreme y que en los años ochenta tonteó con el BDSM, lo cual, teniendo en cuenta la naturaleza de vuestra vida sexual, habría creado, sin duda, ciertas e inevitables asociaciones de ideas.
Las miradas de Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander se cruzaron. Acto seguido él miró por la ventana y soltó una carcajada.
– Eres realmente meticulosa. ¿Por qué no lo has introducido en el informe?
– Erika Berger y tú sois personas adultas y está claro que os queréis mucho. Lo que hacéis en la cama no es asunto de nadie, y lo único que habría conseguido revelando esos datos habría sido haceros daño o proporcionarle información a alguien para que os chantajeara. ¿Quién sabe? No conozco a Dirch Frode y el material podría haber acabado en manos de Wennerström.
– ¿Y no quieres proporcionarle información a Wennerström?
– Si en un combate entre vosotros dos tuviera que elegir entre un rincón y otro del cuadrilátero, creo que acabaría en el tuyo.
– Erika y yo tenemos… nuestra relación es…
– Me importa una mierda la relación que tengáis. Pero no has contestado a mi pregunta: ¿qué piensas hacer ahora que sabes que he entrado en tu ordenador?
El silencio que guardó Mikael fue casi tan largo como el de Lisbeth.
– Lisbeth, no he venido a joderte. No pienso chantajearte. Estoy aquí para pedirte que me ayudes con una investigación. Puedes contestar sí o no. Si me dices que no, me largaré, buscaré a otra persona y nunca más sabrás nada de mí.
Reflexionó un instante; luego añadió sonriendo:
– Eso si no te vuelvo a encontrar fisgando en mi ordenador.
– Y entonces, ¿qué pasaría…?
– Sabes mucho de mí. Algunas cosas son privadas y personales, pero el daño ya está hecho. Sólo espero que no utilices contra mí o Erika Berger todo lo que sabes.
Ella lo observó con una mirada ausente.
Capítulo 19 Jueves, 19 de junio – Domingo, 29 de junio
Mikael pasó dos días repasando todo su material, mientras aguardaba que le informaran de si Henrik Vanger iba a sobrevivir o no. Se mantenía en permanente contacto con Dirch Frode, quien, el jueves por la noche, pasó a verle para comunicarle que, de momento, parecía que Henrik se hallaba fuera de peligro.
– Se encuentra débil, pero hoy he podido hablar un rato con él. Quiere verte cuanto antes.
El viernes, el día de Midsommar, a la una del mediodía, Mikael fue al hospital de Hedestad y buscó la planta donde estaba ingresado Henrik Vanger. Se topó con un irritado Birger Vanger, que, cerrándole el paso, le manifestó de manera autoritaria que Henrik Vanger no podía recibir visitas bajo ningún concepto. Mikael guardó la calma y miró fijamente al consejero municipal.
– ¡Qué raro! Henrik Vanger me ha hecho llegar un mensaje en el que decía expresamente que quería verme hoy mismo.
– No eres de la familia; tú aquí no pintas nada.
– Tienes razón, no pertenezco a la familia. Pero me rijo por mandato directo de Henrik Vanger y sólo recibo órdenes de él.
El encuentro podría haber derivado en una acalorada discusión si no hubiese dado la casualidad de que, en ese preciso instante, Dirch Frode salió de la habitación de Henrik.