– Ah, estás aquí. Henrik acaba de preguntar por ti.
Frode abrió la puerta. Mikael pasó por delante de Birger Vanger y entró en la habitación.
Henrik Vanger parecía haber envejecido diez años en una semana. Tenía los párpados entornados y un tubo de oxígeno metido por la nariz; su cabello estaba más alborotado que nunca. Una enfermera detuvo a Mikael poniéndole una mano sobre el brazo.
– Dos minutos. No más. Y que no se emocione.
Mikael asintió con la cabeza y se sentó en una silla para poder verle bien la cara. Le invadió una ternura que le dejó perplejo, alargó la mano y la apretó suavemente contra la del viejo, flácida. Henrik Vanger empezó a hablar con una voz débil y entrecortada.
– ¿Novedades?
Mikael asintió.
– Te informaré en cuanto estés un poco mejor. No he resuelto el misterio todavía, pero he encontrado nuevo material y estoy tirando de algunos hilos. Dentro de una semana o dos te diré si me han conducido a algún sitio.
Henrik Vanger intentó mover la cabeza, pero no consiguió más que parpadear, dando a entender que lo había comprendido.
– Estaré fuera unos días.
Henrik Vanger frunció el ceño.
– No, no abandono el barco. Tengo que irme para investigar. Le he dicho a Dirch Frode que le mantendré informado. ¿Te parece bien?
– Dirch es… mi representante… en todos los sentidos.
Mikael asintió con la cabeza.
– Mikael… si no… salgo de ésta… quiero que, de todos modos, termines… el trabajo.
– Te lo prometo.
– Le he firmado a Dirch… todos los poderes.
– Henrik, quiero que te recuperes. Si te mueres ahora que he avanzado tanto en el trabajo, me cabrearías muchísimo.
– Dos minutos -dijo la enfermera.
– Debo irme. La próxima vez que venga hablaremos largo y tendido.
Al salir al pasillo, Birger Vanger lo estaba esperando y lo detuvo poniéndole una mano sobre el hombro.
– No quiero que vuelvas a molestar a Henrik. Se encuentra gravemente enfermo y no debe, bajo ningún concepto, ponerse nervioso o emocionarse.
– Entiendo tu preocupación y tienes toda mi simpatía. No lo molestaré.
– Todo el mundo sabe que Henrik te ha contratado para hurgar en su pequeño hobby… Harriet. Dirch Frode dijo que Henrik se alteró mucho tras la conversación que mantuvisteis antes del infarto. Incluso me comentó que tú pensabas que había sido por tu culpa.
– Ya no lo creo. Henrik Vanger tenía una arteriosclerosis coronaria aguda. El simple hecho de ir al baño le podría haber provocado un ataque. Supongo que, a estas alturas, ya lo sabrás.
– Exijo un control total sobre esa absurda historia. Estás metiendo las narices en la vida de mi familia.
– En fin, como ya he dicho… trabajo para Henrik. No para la familia.
Al parecer, Birger Vanger no estaba acostumbrado a que nadie le plantara cara. Durante un breve instante, sin duda con el objetivo de infundirle respeto, clavó los ojos en Mikael, pero más que otra cosa le hizo parecer un alce henchido de arrogancia. Acto seguido, Birger Vanger se dio media vuelta y entró en la habitación de Henrik.
Mikael refrenó el impulso de reírse. No le pareció oportuno hacerlo en el pasillo, delante de un Henrik enfermo postrado en una cama que podría convertirse en su lecho de muerte. Pero de pronto acudió a su mente una estrofa del abecedario rimado de Lennart Hyland, cuya publicación formó parte de una campaña de colecta de Radiohjälpen en los años sesenta y que, por alguna incomprensible razón, él había memorizado cuando aprendió a leer y escribir. La letra A decía así: «Al alce solitario miro; en el bosque suena un tiro».
Mikael se topó con Cecilia Vanger en la entrada del hospital. Desde que ella regresara de su interrumpido viaje, había intentado telefonearla al móvil una docena de veces, pero Cecilia no le había contestado. Tampoco se encontraba en casa, en Hedeby, cuando pasaba y llamaba a su puerta.
– Hola, Cecilia -dijo-; siento mucho lo de Henrik.
– Gracias -contestó ella, asintiendo con la cabeza.
Mikael intentó adivinar sus sentimientos, pero no percibió en su rostro ni frío ni calor.
– Tenemos que hablar -dijo él.
– Siento haberte ignorado de esta manera. Entiendo que estés enfadado, pero ahora mismo no puedo ni con mi alma.
Mikael tardó unos segundos en comprender lo que ella quería decir. Se apresuró a ponerle una mano sobre el brazo y le sonrió.
– Espera, me has entendido mal, Cecilia. No estoy enfadado en absoluto. Confío en que podamos seguir siendo amigos, pero si no quieres verme… si ésa es tu decisión, la respetaré.
– Las relaciones no son mi fuerte -dijo.
– Tampoco el mío. ¿Tomamos un café?
Señaló con la cabeza hacia la cafetería del hospital.
Cecilia Vanger dudó.
– No, hoy no. Quiero ver a Henrik ahora.
– Vale, pero necesito hablar contigo de todos modos. Es un tema de trabajo.
– ¿Qué quieres decir?
Cecilia se puso inmediatamente en guardia.
– ¿Te acuerdas de cuando nos conocimos, en enero, el día que viniste a verme a mi casa? Te dije que nuestra conversación era off the record, y que si alguna vez tuviera que hacerte preguntas de verdad, te lo comunicaría. Es referente a Harriet.
De repente, la cara de Cecilia Vanger se encendió de rabia.
– ¡Qué hijo de puta eres!
– Cecilia, he encontrado cosas que, simplemente, necesito comentar contigo.
Ella dio un paso hacia atrás.
– ¿No ves que toda esta jodida búsqueda de la condenada Harriet no es más que una terapia para Henrik, algo con lo que entretenerse? ¿No te das cuenta de que quizá esté muriéndose allí arriba y de que lo que menos necesita ahora es emocionarse y albergar falsas esperanzas?
Se calló.
– Tal vez sea un hobby para Henrik, pero da la casualidad de que he hallado nuevo materiaclass="underline" el que nadie en treinta y cinco años ha sabido encontrar. Hay preguntas sin respuesta en la investigación; y yo trabajo por encargo de Henrik.
– Si Henrik se muere, esa maldita investigación se cerrará muy de prisa. Y te echaremos a patadas -le espetó Cecilia Vanger, pasando por delante de él.
Todo estaba cerrado. Hedestad estaba prácticamente desierto; la población entera parecía haberse ido a celebrar la fiesta de Midsommar al campo. Al final, Mikael encontró abierta la terraza del Stadshotellet; allí podría pedir café y un sándwich, y sentarse a leer los periódicos vespertinos. No había sucedido nada importante en el mundo.
Dejó los periódicos de lado y se puso a pensar en Cecilia Vanger. Ni a Henrik ni a Dirch Frode les había contado nada sobre sus sospechas de que fue ella la que abrió la ventana de la habitación de Harriet. Temía que si lo hacía, la convertiría en sospechosa, y lo último que quería era hacerle daño. Pero tarde o temprano tendría que formularle la pregunta.
Se quedó en la terraza una hora, antes de decidirse a aparcarlo todo momentáneamente y dedicar la noche a otra cosa que no fuera la familia Vanger. Su móvil permanecía en silencio. Erika estaba de viaje divirtiéndose con su marido en alguna parte, así que Mikael no tenía con quién hablar.
Regresó a la isla de Hedeby hacia las cuatro de la tarde y tomó otra decisión: dejar de fumar. Desde que estuvo en la mili había hecho ejercicio con regularidad, bien yendo al gimnasio o bien corriendo a lo largo de Söder Mälarstrand, pero perdió la costumbre por completo cuando empezaron los problemas con Hans-Erik Wennerström. Hasta que ingresó en la cárcel de Rullåker no volvió a levantar pesas, más que nada como terapia, pero desde que salió de allí se había movido más bien poco. Ya era hora de volver a empezar. Decidido, se puso un chándal y empezó a correr a un ritmo bastante perezoso por el camino que iba a la cabaña de Gottfried. Giró hacia La Fortificación y, saliéndose del camino, aceleró el paso corriendo a campo través. No hacía orientación desde que estuvo en la mili, pero siempre le había gustado más correr por el bosque que en pistas. De vuelta hacia el pueblo, siguió en paralelo a la valla que cercaba el terreno de la granja de Ostergården. Se sentía completamente machacado cuando, jadeando, dio los últimos pasos hasta su casa.