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Lisbeth encontró más información de utilidad en un artículo titulado «El caso Lovisa conmocionó a un pueblo entero», publicado en Värmlandskultur, cuyos textos se colgaron íntegramente en la red algún tiempo después de su publicación en la revista. Con evidente deleite, y en un tono coloquial que incitaba a la curiosidad, se explicaba cómo el marido de Lovisa Sjöberg, el leñador Holger Sjöberg, encontró muerta a su esposa al volver del trabajo, a eso de las cinco de la tarde. Había sido víctima de una extrema violencia sexual; luego la apuñalaron y finalmente la asesinaron clavándole una horquilla de campesino. El crimen se cometió en el establo, pero lo que más llamó la atención del caso fue que el asesino, tras consumar el acto, la obligó a arrodillarse en uno de los compartimentos destinados a los caballos y la amarró.

Posteriormente se descubrió que uno de los animales de la granja, una vaca, mostraba en el cuello una herida provocada por un navajazo.

Al principio se sospechó del marido, pero éste pudo presentar una coartada perfecta: desde las seis de la mañana estuvo talando árboles, a unos cuarenta kilómetros de la casa, con sus compañeros de trabajo. Quedó demostrado que Lovisa Sjöberg seguía con vida a las diez de la mañana, cuando recibió la visita de una vecina. Nadie había oído ni visto nada; la granja se hallaba a casi cuatrocientos metros del vecino más cercano.

Después de descartar al marido como principal sospechoso, la investigación policial se centró en un sobrino de la víctima, de veintitrés años de edad. Éste había tenido problemas con la ley en repetidas ocasiones y había sufrido dificultades económicas; de hecho, su tía le tuvo que prestar varias veces pequeñas sumas de dinero. La coartada del sobrino era considerablemente más débil. Estuvo detenido un tiempo, pero al final lo soltaron por falta de pruebas. A pesar de eso, mucha gente del pueblo consideraba muy probable que fuera culpable.

La policía también siguió otras numerosas pistas. Gran parte de la investigación giró en torno a la búsqueda de un misterioso vendedor ambulante que había sido visto por la zona. Tampoco ignoraron un rumor sobre un grupo de «gitanos ladrones» que, supuestamente, estuvieron rondando por aquellas tierras. Pero ¿qué motivo les iba a llevar a cometer un brutal asesinato de carácter sexual sin robar nada? Eso nunca les quedó muy claro.

Durante un tiempo, el interés se centró en un vecino del pueblo, un soltero que en su juventud había sido sospechoso de un delito homosexual -esto ocurrió en una época en la que la homosexualidad era ilegal- y que, según varios testimonios, tenía fama de «raro». Pero tampoco quedaba claro el motivo por el que un homosexual cometería un crimen sexual contra una mujer. Ni éstas ni otras pistas condujeron jamás a una detención o a una sentencia judicial.

Lisbeth Salander concluyó que la vinculación con la lista de la agenda telefónica de Harriet Vanger resultaba evidente. La cita bíblica del tercer libro del Pentateuco (20:16) rezaba: «Si una mujer se acerca a una bestia para unirse con ella, matarán a la mujer y a la bestia: ambas serán castigadas con la muerte y su sangre caerá sobre ellas». No podía ser casual que una granjera llamada Magda hubiera sido encontrada muerta en un establo, con el cuerpo atado e intencionadamente colocado en un compartimento destinado a caballos.

La pregunta era por qué Harriet Vanger apuntó el nombre de Magda en vez del de Lovisa, como se conocía a la víctima. Si no hubiese aparecido el nombre completo en el anuncio del programa televisivo, Lisbeth lo habría pasado por alto.

Y, por supuesto, la cuestión más importante: ¿había un vínculo entre el asesinato de Rebecka en 1949, el de Magda Lovisa en 1960 y la desaparición de Harriet Vanger en 1966? Y en tal caso, ¿cómo diablos se habría enterado Harriet Vanger?

El sábado Burman se llevó a Mikael a dar un infructuoso paseo por Norsjö. A lo largo de la mañana visitaron a cinco de los antiguos empleados de la carpintería, que vivían cerca: tres en el centro de Norsjö y dos en Sörbyn, a las afueras. Todos les invitaron a tomar café. Y todos negaron con la cabeza tras contemplar las fotos.

Después de una sencilla comida en casa de los Burman, cogieron el coche para dar otra vuelta. Visitaron cuatro pueblos en los alrededores de Norsjö, donde algunos ex trabajadores de la carpintería tenían fijada su residencia. En cada parada, Burman fue recibido con simpatía, pero nadie pudo ayudarles con la identificación. Mikael empezó a desesperarse y a preguntarse si el viaje a Norsjö no habría sido más que un callejón sin salida.

Hacia las cuatro de la tarde, Burman aparcó delante de una típica granja pintada de rojo de la comarca de Västerbotten, en Norsjövallen, al norte de Norsjö, donde Mikael fue presentado a Henning Forsman, maestro carpintero jubilado.

– Pero ¡si es el chaval de Assar Brännlund! -exclamó Henning Forsman en el mismo momento en que Mikael le enseñó la foto.

«Bingo.»

– Anda, ¿así que ése es el chico de Assar? -dijo Burman, y añadió dirigiéndose a Mikael-: Era comprador.

– ¿Dónde podría localizarle?

– ¿Al chaval? Bueno, tendrías que remover mucha tierra. Se llamaba Gunnar y trabajaba en una de las minas de Boliden. Murió en una explosión que hubo a mediados de los setenta.

«Maldita sea.»

– Pero su mujer está viva. Es la de la foto. Se llama Mildred y vive en Bjursele.

– ¿Bjursele?

– Está a unos diez kilómetros de aquí, cogiendo la carretera que va a Bastuträsk. La encontrarás en la casa roja alargada que hay a mano derecha nada más entrar en el pueblo. Es la tercera casa. Conozco muy bien a la familia.

– Hola, me llamo Lisbeth Salander y estoy trabajando en una tesis de criminología sobre la violencia sufrida por las mujeres durante el siglo XX. Me gustaría visitar el distrito policial de Landskrona para leer los informes de un caso de 1957. Se trata del asesinato de una mujer llamada Rakel Lunde, de cuarenta y cinco años de edad. ¿Tiene alguna idea de dónde se podrían encontrar esos documentos actualmente?

Bjursele parecía un póster turístico que promocionaba la vida rural de la comarca de Västerbotten. El pueblo estaba compuesto por una veintena de casas, más o menos apiñadas en semicírculo y a lo largo de la orilla de un lago. En medio del pueblo había un cruce de caminos con una flecha apuntando hacia Hemmingen, a once kilómetros, y otra señalando hacia Bastuträsk, a diecisiete kilómetros. Junto al cruce había un pequeño puente con un riachuelo; Mikael supuso que era el de Bjur. En pleno verano resultaba muy bonito, como una postal.

Mikael aparcó en la explanada de un supermercado Konsum abandonado, al otro lado de la carretera y casi enfrente de la tercera casa a mano derecha. Llamó a la puerta, pero no había nadie.

Durante una hora estuvo paseando por el camino de Hemmingen. Pasó por un sitio donde el riachuelo se convertía en una corriente rápida. Se cruzó con dos gatos y divisó un ciervo a lo lejos, pero no vio ni a una sola persona antes de dar la vuelta. La puerta de Mildred Brännlund permanecía cerrada.

De un poste que se levantaba junto al puente colgaba un viejo y descolorido cartel que invitaba a participar en el BTCC 2002, algo que debería leerse como «Bjursele Tukting Car Championship 2002». Al parecer, se trataba de un entretenimiento invernal que consistía en hacer carreras de coches, sobre el hielo del lago, hasta destrozarlos. Mikael contempló pensativo el póster.

Esperó hasta las diez de la noche antes de rendirse y volver a Norsjö, donde cenó y se acostó para leer el desenlace de la novela de Val McDermid.

Fue espeluznante.

Sobre las diez de la noche, Lisbeth Salander adjuntó otro nombre a la lista de Harriet Vanger. Lo hizo con grandes dudas y tras haber meditado el tema durante horas y horas.