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– ¿Qué pasará con Millennium si se muere Henrik?

– Nada. Martin entrará en la junta.

– ¿Existe algún riesgo, hipotéticamente hablando, de que Martin pueda crearnos problemas en Millennium si no abandono la investigación sobre la desaparición de Harriet?

Dirch Frode le clavó la mirada.

– ¿Qué ha pasado?

– En realidad, nada.

Mikael le refirió la conversación mantenida con Martin Vanger el día de Midsommar.

– Cuando volvía de Norsjö, Erika me llamó y me contó que Martin había hablado con ella pidiéndole que insistiera en que me necesitaban en la redacción.

– Entiendo. Habrá sido cosa de Cecilia. Pero no creo que Martin te vaya a chantajear. Es demasiado honrado para hacer una cosa así. Y recuerda que yo también estoy en la junta de esa pequeña filial que creamos al entrar en Millennium.

– Y si las cosas llegaran a complicarse, ¿cuál sería, entonces, tu postura?

– Los contratos están para cumplirlos. Yo trabajo para Henrik. Nuestra amistad dura ya cuarenta y cinco años, y somos bastante parecidos cuando se trata de ese tipo de cosas. Si Henrik muriera, la verdad es que sería yo, no Martin, quien heredaría la parte que Henrik posee en la empresa. Tenemos un contrato completamente blindado donde nos comprometemos a apoyar a Millennium durante tres años. Si Martin quisiera hacernos una jugarreta, cosa que no creo, como mucho podría disuadir a unos cuantos anunciantes.

– Que son la base de la existencia de Millennium.

– Vale, pero míralo de esta manera: dedicarse a ese tipo de mezquindades requiere mucho tiempo. En la actualidad Martin está luchando por la supervivencia industrial del Grupo y trabaja catorce horas diarias. No tiene demasiado tiempo para nada más.

Mikael se quedó pensativo un rato.

– ¿Puedo preguntarte algo? Sé que no es asunto mío, pero ¿cuál es la situación general del Grupo?

El semblante de Dirch Frode se tornó serio.

– Tenemos problemas.

– Sí, bueno; hasta ahí llega incluso un periodista económico normal y corriente como yo. Pero ¿hasta qué punto son serios esos problemas?

– ¿Entre nosotros?

– Sólo entre nosotros.

– Durante las últimas semanas hemos perdido dos importantes encargos en la industria electrónica, y, además, están a punto de echarnos del mercado ruso. En septiembre nos veremos obligados a despedir a mil seiscientos empleados en Örebro y Trollhättan. ¡Menudo regalo para la gente que lleva trabajando tantos años en el Grupo! Cada vez que cerramos una fábrica, la confianza en el Grupo se reduce un poco más.

– Martin Vanger se encuentra bajo mucha presión.

– Está llevando la carga de un buey andando sobre huevos.

Mikael volvió a casa y llamó a Erika, que no se encontraba en la redacción. En su lugar habló con Christer Malm.

– La situación es ésta: ayer, cuando regresaba de Norsjö en coche, me llamó Erika. Martin Vanger había contactado con ella y, por decirlo de alguna forma, la animaba a proponer que yo asumiera una mayor responsabilidad en la redacción.

– Completamente de acuerdo -dijo Christer.

– Muy bien. Pero el caso es que tengo un contrato con Henrik Vanger que no puedo romper, y Martin actúa por encargo de una persona que quiere que yo deje de husmear y desaparezca del pueblo. O sea, su propuesta no es más que un intento de echarme de aquí.

– Entiendo.

– Dile a Erika que volveré a Estocolmo cuando haya terminado lo de aquí. No antes.

– Vale. Estás loco de remate, pero se lo diré.

– Christer, aquí pasa algo y no estoy dispuesto a abandonar el barco.

Christer suspiró profundamente.

Mikael se acercó hasta la casa de Martin Vanger. Eva Hassel abrió la puerta y lo saludó amablemente.

– Hola. ¿Está Martin?

Como respuesta a la pregunta, Martin Vanger salió con un maletín en la mano. Le dio un beso a Eva Hassel en la mejilla y saludó a Mikael.

– Me iba ya a la oficina. ¿Querías hablar conmigo?

– Puedo esperar si tienes prisa.

– Dime.

– No voy a regresar a Estocolmo ni empezar a trabajar en la redacción de Millennium hasta que haya terminado el encargo de Henrik. Te informo de esto ahora para que no cuentes conmigo en la junta antes de fin de año.

Martin Vanger se quedó pensativo.

– Ya veo. Crees que deseo quitarte de en medio. -Martin hizo una pausa-. Mikael, ya hablaremos de esto en otra ocasión. No tengo tiempo para dedicarme a hobbies como la junta de Millennium; ojalá no hubiera accedido a la propuesta de Henrik. Pero créeme, haré lo que esté en mi mano para que Millennium sobreviva.

– Nunca he dudado de eso -contestó Mikael educadamente.

– Si nos reunimos la semana que viene, repasaremos las cuentas y te diré lo que pienso de la situación. Pero mi postura no ha cambiado; creo sinceramente que Millennium no puede permitirse que uno de sus personajes clave esté aquí en Hedeby de brazos cruzados. Me gusta la revista y opino que juntos la fortaleceremos, pero para llevarlo a cabo te necesitamos a ti. Eso me ha provocado un conflicto de intereses: o complacer los deseos de Henrik o ser consecuente con mi trabajo en la junta de Millennium.

Mikael se puso un chándal y salió a correr a campo través, pasando por La Fortificación, hasta la cabaña de Gottfried. Luego dio la vuelta y regresó a un ritmo más moderado a largo de la costa. Dirch Frode lo esperaba sentado junto a la mesa del jardín. Aguardó pacientemente mientras Mikael bebía agua de una botella y se secaba el sudor de la cara.

– Eso no parece muy sano en medio de este calor.

– Grrr -contestó Mikael.

– Estaba equivocado. No es Cecilia la que más presiona a Martin; es Isabella. Está movilizando al clan Vanger para untarte de brea y plumas y, posiblemente, también quemarte en la hoguera. Birger la apoya.

– ¿Isabella?

– Es una mujer malvada y mezquina cuyos deseos hacia el prójimo no suelen ser precisamente buenos. Ahora mismo parece odiarte a ti en particular. Está haciendo correr la voz de que eres un estafador porque has engañado a Henrik para que te contrate, y lo has alterado de tal manera que le has provocado un infarto.

– ¿Y alguien se lo cree?

– Siempre hay gente dispuesta a creer en las malas lenguas.

– Estoy intentando averiguar lo que le pasó a su hija y me odia por ello. Si se hubiera tratado de la mía, creo que yo habría reaccionado de otra manera.

Hacia las dos de la tarde, sonó el móvil de Mikael.

– Hola, me llamo Conny Torsson y trabajo en el Hedestads-Kuriren. ¿Tienes tiempo para contestar a unas preguntas? Alguien nos ha informado de que vives aquí, en Hedeby.

– Pues tus informadores son un poco lentos; llevo aquí desde Año Nuevo.

– No lo sabía. ¿Y qué haces en Hedestad?

– Escribo. Tengo una especie de año sabático.

– ¿En qué andas trabajando?

– Sorry. Eso lo verás cuando se publique.

– Acabas de salir de la cárcel…

– ¿Sí?

– ¿Qué piensas de los periodistas que falsifican material?

– Que son idiotas.

– ¿Así que quieres decir que tú eres un idiota?

– ¿Por qué iba a pensar eso? Yo nunca he falsificado nada.

– Pero fuiste condenado por difamación.

El periodista Conny Torsson dudó durante tanto tiempo que Mikael se vio obligado a ayudarle un poco.

– Fui condenado por difamación, no por falsificación.

– Pero publicaste ese material.

– Si llamas para hablar de la sentencia, no tengo ningún comentario al respecto.

– Me gustaría verte para hacerte una entrevista.

– Lo siento, pero no tengo nada que decir relacionado con ese tema.

– ¿Así que no quieres hablar del juicio?

– Eso es -contestó Mikael, dando por zanjada la conversación.

Se quedó pensativo un largo rato antes de volver al ordenador.

Lisbeth Salander siguió las instrucciones que le habían dado y cruzó el puente con su Kawasaki hasta la isla de Hedeby. Se detuvo junto a la primera casa a mano izquierda. Se encontraba en un pueblo perdido, pero mientras el arrendatario de sus servicios le pagara, no le importaba tener que ir al Polo Norte. Además, le encantaba conducir a toda pastilla por la autopista E4. Aparcó la moto y quitó la correa que sujetaba la bolsa de viaje.