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Mikael Blomkvist abrió la puerta y la saludó con la mano. Salió y examinó la moto con verdadero asombro.

– ¡Anda! Tienes una moto.

Lisbeth Salander no dijo nada, pero lo observó atentamente cuando tocó el manillar y probó el acelerador. No le gustaba que nadie toqueteara sus pertenencias. Luego se fijó en la cara de niño que puso Mikael, lo cual le pareció un rasgo reconciliador. La mayoría de los aficionados a las motos solían menospreciar su moto ligera con un bufido.

– Yo tuve una moto cuando tenía diecinueve años -comentó-. Gracias por venir. Entra e instálate.

Mikael había cogido prestada una cama plegable de los Nilsson, sus vecinos de enfrente, y la había colocado en el estudio. Lisbeth Salander dio una vuelta por la casa con cierta desconfianza, pero pareció relajarse al no descubrir indicios inmediatos de ninguna trampa insidiosa. Mikael le enseñó el baño.

– Si quieres, puedes darte una ducha y refrescarte un poco.

– Tengo que cambiarme. No voy a llevar el mono de cuero por aquí…

– Vale. Entretanto haré la cena.

Mikael preparó unas chuletas de cordero con salsa de vino tinto. Mientras Lisbeth se duchaba y se cambiaba, él puso la mesa fuera, al sol de la tarde. Ella salió descalza, con una camiseta de tirantes negra y una falda vaquera, corta y desgastada. La comida olía bien y Lisbeth se zampó dos buenos platos. Mikael, fascinado, miraba de reojo el tatuaje que llevaba ella en la espalda.

– Cinco más tres -dijo Lisbeth Salander-. Cinco casos de la lista de Harriet y tres casos más que creo que deberían haber estado allí.

– Cuéntamelo.

– Sólo llevo once días con esto y, simplemente, no me ha dado tiempo a investigarlo todo. En algunos casos, las investigaciones policiales acabaron en el archivo provincial, y en otros se siguen conservando en el distrito policial correspondiente. He ido a tres de ellos, pero aún no me ha dado tiempo a ver los demás. Sin embargo, las cinco están identificadas.

Lisbeth Salander depositó una considerable pila de papeles encima de la mesa de la cocina, más de quinientas páginas de tamaño folio. Rápidamente distribuyó el material en distintos montones.

– Vayamos por orden cronológico.

Le dio una lista a Mikael.

1949 – Rebecka Jacobsson, Hedestad (30112)

1954 – Mari Holmberg, Kalmar (32018)

1957 – Rakel Lunde, Landskrona (32027)

1960 – (Magda) Lovisa Sjöberg, Karlstad (32016)

1960 – Liv Gustavsson, Estocolmo (32016)

1962 – Lea Persson, Uddevalla (31208)

1964 – Sara Witt, Ronneby (32109)

1966 – Lena Andersson, Uppsala (30112)

– El primer caso de esta serie parece ser el de Rebecka Jacobsson, de 1949, cuyos detalles ya conoces. El siguiente que he encontrado es el de Mari Holmberg, una prostituta de treinta y dos años de Kalmar que fue asesinada en su domicilio en octubre de 1954. No se pudo determinar la hora exacta del crimen porque ya llevaba un tiempo muerta cuando la descubrieron, probablemente unos nueve o diez días.

– ¿Y por qué la has relacionado con la lista de Harriet?

– Estaba atada y había sido salvajemente maltratada, pero murió por asfixia. El asesino le introdujo en la boca una de sus propias compresas usadas.

Mikael se quedó callado un rato antes de buscar el correspondiente pasaje de la Biblia: capítulo 20, versículo 18 del Levítico: «Si un hombre se acuesta con una mujer en su período menstrual y tiene relaciones con ella, los dos serán extirpados de su pueblo, porque él ha puesto al desnudo la fuente del flujo de la mujer y ella la ha descubierto».

Lisbeth asintió.

– Harriet Vanger también hizo esa misma conexión. Vale. La siguiente.

– Mayo de 1957, Rakel Lunde, cuarenta y cinco años. Esta mujer trabajaba como señora de la limpieza y era algo así como el bicho raro del pueblo. Era pitonisa y se dedicaba a echar las cartas, leer las manos y cosas por el estilo. Rakel vivía en las afueras de Landskrona en una casa bastante aislada, donde la asesinaron a primera hora de la mañana. La encontraron fuera, detrás de la casa, desnuda y atada al poste de un tendedero y con la boca tapada con celo. La muerte le sobrevino porque alguien lanzó, una y otra vez, una pesada piedra contra ella. Sufrió innumerables heridas y fracturas.

– Joder, Lisbeth, esto es tremendamente desagradable.

– No ha hecho más que empezar. Las iniciales RL encajan; ¿encuentras la cita bíblica?

– Está clarísima: «El hombre o la mujer que consulten a los muertos o a otros espíritus serán castigados con la muerte: los matarán a pedradas, y su sangre caerá sobre ellos».

– Luego tenemos a Lovisa Sjöberg en Ranmo, cerca de Karlstad. Es la que Harriet apuntó como Magda. Su nombre completo era Magda Lovisa, pero la llamaban Lovisa.

Mikael escuchaba atentamente mientras Lisbeth relataba los extraños detalles del asesinato de Karlstad. Al encender ella un cigarrillo, él señaló inquisitivamente el paquete de tabaco. Ella se lo acercó.

– O sea, ¿el asesino también atacó al animal?

– El pasaje bíblico dice que si una mujer mantiene relaciones sexuales con un animal, morirán los dos.

– La probabilidad de que aquella mujer tuviera relaciones con una vaca debe de ser prácticamente inexistente.

– La cita bíblica puede interpretarse al pie de la letra. Es suficiente con que se una al animal, lo cual es algo que una granjera tiene que hacer todos los días.

– De acuerdo. Sigue.

– El siguiente caso según la lista de Harriet es el de Sara. La he identificado como Sara Witt, de treinta y siete años, residente en Ronneby. La asesinaron en enero de 1964 y apareció atada en su cama. Había sido objeto de una salvaje violencia sexual, pero murió por asfixia. La estrangularon. Además, el asesino provocó un incendio. Sin duda, tenía la intención de quemar la casa hasta los cimientos, pero, por una parte, el fuego se apagó por sí solo y, por otra, los bomberos se presentaron de inmediato en el lugar.

– ¿Y cuál es la conexión?

– Listen to this. Sara Witt no sólo era hija de un pastor luterano sino que también estaba casada con uno. Su marido estaba de viaje precisamente ese fin de semana.

– «Si la hija de un sacerdote se envilece a sí misma prostituyéndose, envilece a su propio padre, y por eso será quemada.» Vale; entra en la lista. Pero has dicho que hay más casos.

– He encontrado a otras tres mujeres asesinadas en circunstancias tan raras que deberían figurar en la lista de Harriet. El primer caso habla de una mujer joven llamada Liv Gustavsson. Tenía veintidós años y vivía en Farsta. Le encantaban los caballos; competía en carreras y era toda una promesa. También llevaba una pequeña tienda de animales junto a su hermana.

– ¿Y?

– La hallaron en la tienda. Estaba sola porque se había quedado a hacer cuentas. Seguramente dejó entrar al asesino voluntariamente. Fue violada y estrangulada.

– No suena muy en la línea de la lista de Harriet.

– No mucho, si no fuera por un detalle. El asesino terminó metiendo un periquito en su vagina y luego soltó a todos los animales de la tienda: gatos, tortugas, ratones blancos, conejos, pájaros… Incluso a los peces del acuario. Así que fue un cuadro bastante desagradable el que se encontró la hermana por la mañana.

Mikael asintió con la cabeza.

– Fue asesinada en agosto de 1960, cuatro meses después del asesinato de la granjera Magda Lovisa, de Karlstad. En los dos casos se trataba de mujeres que trabajaban con animales y en ambos se sacrificó a animales. Es cierto que la vaca de Karlstad sobrevivió, pero me imagino que resulta bastante complicado matar a una vaca con un arma blanca. Un periquito no opone tanta resistencia. Además, aparece otro sacrificio de animales.