– Perdóname, Mikael, pero no estoy de acuerdo. La verdad es que yo también tengo derecho a crear opinión: la mía es que ese reportaje apesta, y lo pienso dejar muy claro. Al fin y al cabo, soy el sustituto de Henrik en la junta de Millennium y, como tal, no puedo dejar impunes este tipo de insinuaciones.
– Vale.
– Voy a exigir el derecho a réplica. En ella tacharé a Karlman de idiota. La culpa es suya.
– Está bien, tienes que actuar de acuerdo con tus propias convicciones.
– También es importante para mí que sepas que no tengo nada que ver con este infame ataque.
– Te creo -contestó Mikael.
– Es más: realmente no quería sacar el tema ahora, pero esto pone de actualidad el asunto sobre el que ya hemos intercambiado nuestras opiniones. Resulta fundamental que te reincorpores a la redacción de Millennium para que podamos mostrar un frente unido. Mientras te mantengas al margen seguirán las habladurías. Creo en Millennium y estoy convencido de que, juntos, ganaremos esta batalla.
– Entiendo tu postura, pero ahora me toca a mí estar en desacuerdo contigo. No puedo romper el contrato con Henrik, y la verdad es que tampoco deseo hacerlo. ¿Sabes?, le tengo mucho aprecio, la verdad. Y esto de Harriet…
– ¿Sí?
– Entiendo que te resulte difícil y sé que ha sido la obsesión de Henrik durante muchos años.
– Entre nosotros, Henrik es mi mentor y lo quiero mucho. Pero su obsesión por el caso de Harriet es tal que ha estado a punto de perder el juicio.
– Cuando empecé este trabajo, pensé que sería una pérdida de tiempo. Pero lo cierto es que, contra todo pronóstico, hemos encontrado nuevo material. Creo que hemos avanzado algo y que quizá sea posible darle una respuesta a lo sucedido.
– ¿No me quieres contar lo que habéis encontrado?
– Según el contrato, no puedo hablar con nadie sobre el tema sin el expreso consentimiento de Henrik.
Martin Vanger apoyó la barbilla en la mano. Mikael vio una sombra de duda en sus ojos. Al final, Martin tomó una decisión.
– Vale. En ese caso, lo mejor es esclarecer el misterio de Harriet lo más rápidamente posible. Te lo diré de la siguiente manera: te apoyaré por completo para que puedas terminar cuanto antes el trabajo de manera satisfactoria y luego reincorporarte a Millennium.
– Muy bien. No querría verme obligado a luchar también contra ti.
– No será necesario. Tienes todo mi apoyo. Puedes acudir a mí cuando quieras si te topas con algún problema. Voy a darle su merecido a Birger para que no obstaculice tu camino ni lo más mínimo. E intentaré hablar con Cecilia para que se calme.
– Gracias. Necesito hacerle algunas preguntas y lleva ya un mes ignorando mis intentos de hablar con ella.
De repente Martin Vanger sonrió.
– Tal vez también tengáis otras cosas que aclarar. Pero eso no es asunto mío.
Se dieron la mano.
Lisbeth Salander escuchó el intercambio de palabras entre Mikael y Martin Vanger en silencio. Cuando Martin se fue, cogió el Hedestads-Kuriren y le echó un vistazo al reportaje. Acto seguido, dejó de lado el periódico sin realizar ningún comentario.
Mikael permanecía en silencio, reflexionando. Gunnar Karlman había nacido en 1948 y, por consiguiente, tenía dieciocho años en 1966. También se encontraba en la isla el día de la desaparición de Harriet.
Después del desayuno, Mikael puso a su colaboradora a estudiar la investigación policial. Seleccionó las carpetas que se centraban en la desaparición de Harriet y le pasó todas las fotos del accidente del puente, así como el largo resumen de las pesquisas personales de Henrik.
Luego, Mikael se fue a ver a Dirch Frode y le hizo redactar un contrato en el que se hacía constar que Lisbeth sería su colaboradora durante el próximo mes.
Cuando Mikael regresó a la casa de invitados, encontró a Lisbeth en la mesa del jardín, completamente enfrascada en la investigación policial. Mikael entró y calentó el café. La contemplaba a través de la ventana de la cocina. Le dio la impresión de que sólo hojeaba la investigación, pues empleaba un máximo de diez o quince segundos por página. Pasaba las hojas mecánicamente y Mikael se sorprendió al ver que, de esa manera, descuidaba la lectura; le resultaba contradictorio, ya que su propia investigación era muy profesional. Sacó dos tazas de café y se sentó con ella.
– Lo que has escrito sobre la desaparición de Harriet lo hiciste antes de descubrir que buscamos a un asesino en serie.
– Correcto. Apunté lo que me parecía importante, preguntas que quería hacerle a Henrik Vanger, entre otras cosas. Como seguramente habrás advertido, está bastante desestructurado. En realidad, hasta ahora no he hecho más que avanzar a tientas en la penumbra, intentando escribir una historia, un capítulo de la biografía de Henrik Vanger.
– ¿Y ahora?
– Antes toda la investigación se centraba en la isla de Hedeby. Ahora estoy convencido de que la historia comienza en Hedestad ese mismo día, aunque un poquito antes. Eso cambia la perspectiva.
Lisbeth asintió y se quedó reflexionando un instante.
– Estuviste genial con lo de las fotografías -dijo acto seguido.
Mikael arqueó las cejas. Lisbeth Salander no daba la impresión de ser una persona pródiga en cumplidos, de modo que se sintió extrañamente halagado. Por otra parte, desde un punto de vista puramente periodístico, se trataba, de hecho, de una hazaña poco habitual.
– Ahora tienes que darme los detalles. ¿Qué pasó con aquella foto que buscabas por el norte, en Norsjö?
– ¿Quieres decir que no has mirado las fotos de mi ordenador?
– No me ha dado tiempo. Prefería leer tus ideas y conclusiones.
Mikael suspiró, encendió su iBook y abrió la carpeta de fotos.
– Es fascinante. La visita a Norsjö resultó, a la vez, un éxito y una decepción total. Encontré la foto, pero no aporta gran cosa. Aquella mujer, Mildred Berggren, guardaba absolutamente todas las fotografías de sus vacaciones escrupulosamente pegadas en un álbum. Allí estaba la foto. Fue hecha con una película barata en color. Al cabo de treinta y siete años, la copia presentaba un aspecto amarillento y casi había perdido los colores, pero la señora conservaba los negativos en una caja de zapatos. Me dejó todos los que tenía de Hedestad y los he escaneado. Esto es lo que vio Harriet.
Mikael hizo clic y abrió una foto de un archivo que se llamaba HARRIET/bd-t9.eps.
Lisbeth comprendió su decepción. Vio una imagen ligeramente borrosa hecha con un gran angular donde se apreciaba a los payasos del desfile del Día del Niño. Al fondo, la esquina de la tienda de confección Sundströms Herrmode. En la acera, entre los payasos y la parte frontal del siguiente camión, había una decena de personas.
– Creo que éste es el individuo al que descubrió. En parte porque he intentado triangular lo que miraba guiándome por la orientación de su cara (he dibujado con exactitud el cruce de calles), y en parte porque es la única persona que parece dirigir la mirada directamente a la cámara. O sea, a Harriet.
Lo que vio Lisbeth fue una figura borrosa situada algo detrás de los espectadores y un poco metida en la calle perpendicular. Llevaba una cazadora oscura con una franja roja en los hombros y pantalones también oscuros, posiblemente vaqueros. Mikael hizo un zoom, de manera que la figura, de cintura para arriba, cubrió toda la pantalla. Al instante la foto se volvió aún más borrosa.
– Es un hombre de complexión normal. Mide aproximadamente un metro y ochenta centímetros. Tiene el pelo castaño, ni corto ni largo, y está afeitado. Pero resulta imposible apreciar sus rasgos faciales y, mucho menos, estimar su edad. Podría tratarse tanto de un adolescente como de un señor de mediana edad.