Выбрать главу

La cabeza de Manya voló a considerable altura, apretada contra la mejilla de la serpiente. De su boca brotó sangre y pequeñas fuentecillas se abrieron paso por debajo de sus uñas. Luego, con peligro de dislocarse las mandíbulas, la serpiente abrió su enorme boca, puso rápidamente su cabeza frente a la de Manya y empezó a engullir el cadáver de la infortunada mujer. El aliento de la serpiente se dejó sentir y escaldó la cara de Porvenir: y su cola casi lo levantó del camino junto con una nube de polvo áspero y picante. Fue entonces cuando Alexander Semionovich encaneció. Primero la parte izquierda, y luego la derecha de su cabeza, negras hasta entonces como la pez, fueron poniéndose plateadas.

En medio de una terrible náusea salió finalmente del camino y, sin ver ni oír nada más, bramando como una bestia salvaje, se entregó a una precipitada fuga.

Shchukin, el agente de la Administración Política del Estado en la estación de Dugino, era un hombre valiente. Tras reflexionar con calma dijo a su asistente, el pelirrojo Politis:

—Bueno, está bien; creo que vamos a ir, ¿eh? Saque la motocicleta.

Después de un breve silencio añadió, volviéndose al hombre que estaba sentado en el banco:

—Déjenos ver la flauta.

Pero aquel tembloroso hombre de pelo gris que había entrado en la oficina de la GPU de Dugino no les entregó su flauta, sino que prorrumpió en un acceso de llanto y gemidos inarticulados. Shchukin y Politis se dieron cuenta de que tendrían que arrancarle la flauta de las manos. Los dedos del hombre parecían haberse helado y tenerla aprisionada con saña. Shchukin, individuo de enorme talla, que incluso podría haberse dedicado a «hombre fuerte» de circo, empezó a estirarle los dedos, uno a uno. Luego, puso la flauta sobre la mesa.

Todo esto tenía lugar en la mañana que siguió a la muerte de Manya.

—Usted vendrá con nosotros —dijo Shchukin a Alexander Semionovich—. Nos enseñará el camino.

Pero Porvenir levantó las manos y se cubrió la cara, horrorizado, como para hacer desaparecer una espantosa visión.

—Tendrá que enseñárnoslo —añadió Politis con firmeza.

—No; dejémosle solo —decidió el otro—. No se encuentra bien.

—¡Envíenme a Moscú! —suplicó Alexander Semionovich entre sollozos.

—¿Ya no quiere volver al sovjós?

En vez de responder, Porvenir se cubrió de nuevo la cara y el horror invadió sus pupilas.

—Está bien —repuso Shchukin—. Veo que realmente no está en condiciones de volver. El expreso pasa por aquí dentro de poco. Puede cogerlo.

Más tarde, mientras que el jefe de estación trataba de reanimar a Alexander con un poco de agua y éste mordía el borde de la taza azul haciendo rechinar los dientes, Shchukin y Politis mantuvieron una corta charla. Politis era de la opinión de que. en realidad, no había pasado nada y de que Porvenir era simplemente un hombre trastornado que había tenido una terrorífica alucinación. Shchukin, en cambio, tendía a pensar que una gran boa se había escapado del circo recién llegado a Grachevka. Al oír sus escépticos murmullos, Alexander Semionovich se levantó del banco y, tras recobrarse un poco, abrió los brazos a la manera de los profetas bíblicos y exclamó:

—¡Escúchenme! ¡Escuchen! ¿Por qué no me creen? ¡Allí estaba! Y si no, ¿dónde se encuentra mi mujer?

Shchukin calló y se puso serio, e inmediatamente envió un telegrama a Grachevka. Ordenó a un tercer agente que acompañara a Moscú a Alexander Semionovich sin dejarle solo ni un momento. Mientras tanto, él y Politis se prepararían para la marcha. Sólo disponían de un revólver eléctrico, pero eso sería, sin duda, suficiente. El modelo era de 1927; cincuenta disparos, orgullo de la técnica francesa y diseñado para ser usado a corta distancia, no alcanzaba a más de cien pasos pero cubría un campo de dos metros de ancho y mataba cualquier cosa que se hallase dentro de ese terreno. Era difícil fallar con aquello. Shchukin se metió en la cartuchera el brillante juguete eléctrico y Politis se armó de una ametralladora ordinaria de las de veinticinco disparos, así como de varias fajas de cartuchos. Hecho esto, montaron en la motocicleta y se dirigieron hacia el sovjós. La motocicleta cubrió las veinte verstas que había entre la estación y la granja en el breve tiempo de quince minutos (Porvenir había caminado durante toda la noche, agachándose de vez en cuando entre los arbustos de la cuneta víctima de paroxismos de pánico mortal).

El sol empezaba a hacerse insoportable cuando la mansión de color blanco destelló entre el verdor de la colina que dominaba los meandros del río Top. Un silencio mortal reinaba en la escena. La moto cruzó como un rayo el puente y Politis tocó el claxon para que alguien saliera Pero nadie respondió, si exceptuamos a los frenéticos perros de Kontsovka. Dejándose ir, la motocicleta llegó a las puertas guardadas por varios leones de bronce, verdosas por el tiempo y el abandono Los agentes, polvorientos, se apearon, haciendo bailar sus polainas amarillas. Amarraron con cadena y candado la moto contra la misma puerta de hierro y entraron en el patio. El silencio absoluto les sorprendió.

—Hola, ¿no hay nadie aquí? —llamó Shchukin en voz alta.

Al no responder nadie, los agentes dieron la vuelta al patio con creciente asombro. Politis arrugó el ceño. En cuanto a Shchukin, empezó a ponerse más y más serio frunciendo sus pobladas cejas. Miraron por la ventana de la cocina y vieron que se hallaba vacía, pero todo el suelo estaba lleno de pedacitos de porcelana blanca.

—Aquí ha tenido que pasar algo de veras. Ahora estoy seguro. Alguna catástrofe —dijo Politis.

—¡Maldita sea! —gruñó Shchukin—. ¡No ha podido tragárselos a todos a la vez! A no ser que se hayan ido. Vamos adentro.

La puerta de la mansión estaba abierta de par en par y el interior se hallaba completamente desierto. Los agentes subieron hasta el entresuelo llamando por todas partes y abriendo todas las puertas. Pero, al no descubrir nada en absoluto, volvieron al patio por el pórtico vacío.

—Vamos a la parte de atrás. Miraremos en el invernadero —planeó Shchukin—. Buscaremos allí y luego llamaremos por teléfono.

Los agentes se encaminaron hacia el patio posterior por entre los macizos de flores que había a los lados de un pavimentado pasillo, y, al llegar, vieron las brillantes ventanas del invernadero.

—Espera un momento —susurró Shchukin, sacando el revólver. Politis, expectante y tenso, quitó el seguro a su ametralladora.

Un extraño ruido llegó del invernadero y más concretamente de su parte trasera. Era como el silbido de una locomotora. Zau... zau... zau... s-ss..., silbaba.

—Vigila con cuidado —dijo Shchukin.

Y, esforzándose en andar sin hacer ruido, los agentes llegaron de puntillas hasta las ventanas y miraron al interior del jardín abierto.

Politis dio instantáneamente un salto hacia atrás y su cara adquirió un tinte palidísimo. Shchukin abrió la boca y se quedó atónito, con el revólver en la mano.

Todo el invernadero bullía como un puñado de gusanos. Enrollándose y desenrollándose, silbando y estirándose, deslizándose y moviendo la cabezacomo si se tratara de un péndulo, enormes serpientes se arrastraban por el suelo del invernadero donde las cáscaras de huevos, rotas y esparcidas por el piso, crujían bajo su peso. En el techo había encendida una bombilla de gran potencia que bañaba el interior del local con extraño brillo. En el suelo yacían tres cajas negras parecidas a enormes cámaras fotográficas. Dos de ellas, que estaban inclinadas, eran oscuras; en la tercera resplandecía una pequeña pero fuerte luz escarlata.

Serpientes de todos los tamaños reptaban siguiendo la dirección de los cables eléctricos y se abrían paso a través de las aberturas del tejado. De la misma bombilla llegó a colgarse una serpiente negra de varios metros de longitud, con la cabeza oscilando como un péndulo de reloj frente a la misma luz. El silbido era acompañado por curiosos cascabeleos y chasquidos, y el invernadero difundía un apestoso y singular olor parecido al hedor del agua estancada. Los agentes también vieron montones de huevos dispuestos en los polvorientos rincones, un exótico pájaro gigante que yacía inmóvil junto a las cajas y el cadáver de un hombre con un rifle, próximo a la puerta.