Escruté la lúgubre penumbra y creí ver unas figuras al fondo de la sala. Parecían estar de pie, conferenciando. Quizá fueran los tramoyistas, que ultimaban las tareas de adecentamiento del recinto; me llegó el eco de unos pasos y vi que una de las figuras salía de la sala por alguna puerta.
Me quedé allí, en el borde del escenario, preguntándome qué hacer. Razoné que me había demorado demasiado en la
oficina de la señorita Stratmann -tal vez una hora-, y que el público había perdido toda esperanza de verme aparecer en el escenario. Sin embargo, si se anunciaba mi actuación, los invitados podrían volver a llenar la sala en cuestión de minutos, y no veía por qué -aunque no hubiera ya asientos- no podían escuchar mi recital sin ulteriores contratiempos. No estaba claro, sin embargo, dónde se hallaba ahora el grueso del auditorio, y comprendí que lo primero que tenía que hacer era encontrar a Hoffman, o a quienquiera que se hubiera hecho cargo del evento, y discutir con él los pasos a seguir.
Me bajé del escenario y eché a andar por la sala. No había llegado muy lejos cuando empecé a sentirme desorientado en medio de la oscuridad, y, desviándome un poco, me encaminé hacia el retazo de luz más cercano. Y, mientras lo estaba haciendo, una figura me pasó rozando.
– Oh, perdone -dijo-. Le ruego que me perdone.
Reconocí la voz de Stephan, y dije:
– Hola. Así que está usted aquí, al menos…
– Oh, señor Ryder. Lo siento. No le he visto -dijo Stephan. Parecía cansado y descorazonado.
– Debería usted estar más animado -le dije-. Ha tocado usted maravillosamente. El público se ha emocionado enormemente.
– Sí, sí. Supongo que me ha acogido bien.
– Bien, enhorabuena. Después de lo mucho que ha trabajado, debe de sentirse muy satisfecho.
– Sí, supongo que sí.
Empezamos a andar codo con codo en la oscuridad. La mortecina luz de la mañana no hacía sino impedirnos ver por dónde íbamos, pero Stephan parecía conocer bien el camino.
– ¿Sabe, señor Ryder? -dijo al cabo de un momento-. Le estoy muy agradecido. Me ha animado usted mucho. Pero la verdad es que no he estado como debía. No todo lo bien que debía haber estado, en cualquier caso. Claro que el público me ha aplaudido mucho, pero si lo ha hecho ha sido porque no esperaba gran cosa. Sí, sé que aún me falta mucho. Mis padres tienen razón.
– ¿Sus padres? Santo Dios, no debería usted preocuparse por ellos.
– No, no, señor Ryder, usted no lo entiende. Mis padres, ¿sabe?, tienen un gran nivel. Esa gente que me ha escuchado esta noche es muy amable, pero no entiende mucho de estas cosas. Ven que un joven de la ciudad toca aceptablemente bien y se emocionan. Pero yo quiero que se me juzgue poniendo el listón muy alto. Y sé que mis padres también lo quieren. Señor Ryder, he tomado una decisión. Me voy. Necesito una ciudad más grande; estudiar con maestros como Lubetkin o Peruzzi. Me he dado cuenta de que el nivel que deseo no puedo alcanzarlo aquí, en esta ciudad. Mire, si no, cómo ha aplaudido una interpretación bastante vulgar de Glass Passions. Eso lo resume todo. Antes no me daba cuenta, pero supongo que usted podría definirme como un gran pez en un estanque pequeño. Tengo que salir de aquí. Ver de lo que soy capaz realmente.
Seguimos caminando, y nuestros pasos resonaban en el auditórium. En un momento dado, dije:
– Quizá sea una decisión juiciosa. De hecho estoy seguro de que lo es. Irse a vivir a una ciudad más grande, encarar nuevos retos… Estoy seguro de que le vendrá muy bien. Pero debe usted tener cuidado de con quién estudia. Si quiere, pensaré en ello y veré si puedo hacer algo al respecto.
– Señor Ryder, si lo hace le quedaré eternamente agradecido. Sí, necesito saber hasta dónde puedo llegar. Y un día volveré a esta ciudad y les demostraré quién soy. Les enseñaré cómo hay que tocar realmente Glass Passions. -Se echó a reír, pero en su risa no había el menor rastro de alegría.
– Es usted un joven con mucho talento. Tiene toda la vida por delante. Debería estar de mejor ánimo.
– Supongo que sí. Supongo que estoy un poco descorazonado. Hasta esta noche no me había dado cuenta de lo mucho que he de mejorar. Le parecerá gracioso, pero ¿sabe?, pensaba que ya no tenía nada que aprender. Ello da clara muestra de adonde puede llevarte vivir en un lugar como éste. Empiezas a pensar mezquinamente. Sí, ¡pensaba que esta noche iba a dar la medida de mi talento! Ya ve lo ridículo que hasta hoy ha sido mi pensamiento al respecto. Mis padres tienen toda la razón. Me queda aún mucho por aprender.
– ¿Sus padres? Escuche: mi consejo es que de momento se olvide por completo de sus padres. Si me permite decirlo, no entiendo cómo pueden…
– Ah, ya estamos. Es por ahí… -Habíamos llegado a una especie de puerta, y Stephan descorrió una cortina que colgaba de ella-. Es por aquí.
– Perdón, ¿adonde da?
– Al conservatorio. Oh, quizá no haya oído hablar del conservatorio. Es muy famoso. Fue construido un siglo después de la sala de conciertos, pero hoy es casi tan famoso como ella. Es donde está la gente desayunando.
Nos encontrábamos en un corredor; a uno de los lados se abría una larga hilera de ventanas, y a través de la más cercana vi el pálido cielo azul de la mañana.
– A propósito -dije al reanudar la marcha-. Me estaba preguntando por el señor Brodsky. ¿Qué le ha pasado? ¿Está… muerto?
– ¿El señor Brodsky? Oh, no. Se va a poner bien, estoy seguro. Lo han llevado a alguna parte. Bueno, lo cierto es que he oído que lo han llevado a la clínica de St. Nicholas.
– ¿A la clínica de St. Nicholas?
– Es donde llevan a los indigentes. En el conservatorio, hace un momento, estaban comentándolo, y decían que, bueno, que era el sitio que le corresponde, que allí saben cómo tratar a la gente con problemas como el suyo… A mí me ha causado una gran impresión, si he de serle sincero. De hecho…, se lo diré confidencialmente, señor Ryder, todo esto me ha ayudado a decidirme. A irme de la ciudad, me refiero. El concierto que esta noche nos ha ofrecido el señor Brodsky ha sido, en mi opinión, lo mejor que se ha oído en este auditórium en mucho tiempo. Al menos desde que tengo edad para apreciar la música. Pero ya ha visto lo que ha pasado. Lo han rechazado, se han asustado. Ha sido mucho más de lo que jamás hubieran esperado. Se han sentido muy aliviados al ver que se desplomaba en el escenario. Y ahora se dan cuenta de que quieren algo diferente a eso. Algo menos extremo…
– Algo más parecido a lo del señor Christoff, quizá…
Stephan pensó en ello unos instantes.
– Algo un poco diferente. Con un nombre nuevo, al menos. Ahora se dan cuenta de que no es exactamente lo del señor Christoff. Quieren algo mejor. Pero…, pero no eso.
A través de las ventanas veía ahora la gran pradera de césped del exterior, y el sol alzándose a lo lejos sobre las hileras de árboles.
– ¿Y qué será ahora del señor Brodsky? -pregunté.
– ¿Del señor Brodsky? Oh, volverá a ser lo que siempre ha sido aquí. Acabará sus días como el borracho del municipio, supongo. No van a dejarle ser otra cosa; no después de esta noche. Como digo, lo han llevado a la clínica de St. Nicholas. Yo he crecido aquí, señor Ryder, y en muchos aspectos sigo amando esta ciudad. Pero ahora deseo tanto marcharme…
– Quizá debería tratar de decir algo. Me refiero a pronunciar unas palabras en el conservatorio. Dirigirles unas palabras sobre el señor Brodsky. Abrirles los ojos acerca de él.
Stephan consideró la idea mientras seguíamos caminando, y al cabo sacudió la cabeza.