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Mientras hablaba Stephan, la señorita Collins se había puesto en pie, y luego había ido despacio hacia la chimenea. Ahora permanecía inmóvil y en silencio, con la mano apoyada en la repisa, como para evitar un desfallecimiento. Cuando por fin se volvió para mirar a Stephan, advertí que sus ojos estaban levemente humedecidos.

– Compréndame, Stephan… -dijo-. Es cierto que estuve casada con él. Pero de eso hace ya mucho tiempo, y las pocas veces que lo he visto en todos estos años se ha dirigido a mí para dirigirme insultos a voz en cuello. En estas circunstancias, me resulta difícil saber qué tipo de conversación puede agradarle más.

– De verdad, señorita Collins…, le juro que ahora es otro hombre. Últimamente se muestra tan educado, tan amable… Seguro que no le costará dar con las palabras adecuadas. ¡Si se aviniera a pensarlo, al menos! ¡Hay tantísimas cosas en juego…!

La señorita Collins bebió pensativa unos sorbitos de jerez. Parecía que iba a responder, pero en aquel preciso instante oí que Boris rebullía a mi espalda, en el asiento trasero del coche. Al volverme, me di cuenta de que el pequeño debía de llevar despierto algún tiempo. Observaba a través de su ventanilla la calle silenciosa y desierta, y comprendí que estaba triste. Fui a decirle algo, pero probablemente advirtió que le estaba observando, porque me preguntó sin apenas moverse: -¿Usted sabe reformar cuartos de baño? -¿Que si sé reformar cuartos de baño? Boris suspiró profundamente y siguió con la mirada perdida en la oscuridad. Luego dijo:

– Yo nunca he puesto azulejos… Por eso cometo todos esos errores. Si alguien me hubiera enseñado, sabría ponerlos.

– Sí, seguro que sí. ¿Te refieres al cuarto de baño de tu nuevo apartamento?

– Si me hubiera enseñado alguien, los habría puesto la mar de bien. Y mamá estaría contenta con su cuarto de baño. Le gustaría su cuarto de baño.

– ¡Ah! ¿Quieres decir que ahora no está satisfecha con él? Boris me miró como si hubiera oído una estupidez mayúscula. Luego, con gruesa ironía, observó:

– ¿Por qué iba a llorar por el cuarto de baño si le gustara? -¡Cómo! ¿Dices que llora por el cuarto de baño?, ¿y por qué crees que lo hará?

El pequeño volvió a pegar la cara a la ventanilla y, a la confusa luz que entraba desde el exterior, advertí que trataba de dominarse para que no se le saltaran las lágrimas. En el último momento se las arregló para disfrazar su abatimiento de bostezo, y se restregó la cara con los puños.

– Lo solucionaremos todo -le dije-. Ya lo verás. -¡Podría haberlo hecho perfectamente si alguien me hubiera enseñado! Y mamá no habría tenido que llorar.

– Sí, estoy seguro de que habrías hecho un buen trabajo. Pero pronto se arreglarán las cosas.

Me enderecé en el asiento y miré a través del parabrisas. En la calle apenas se veían ventanas iluminadas. Al cabo de un rato le dije a Boris:

– Oye… Tenemos que pensárnoslo bien… ¿Me escuchas?

No me llegó ninguna respuesta de la parte trasera del coche.

– Mira, Boris -proseguí-. Hemos de tomar una decisión. Ya sé que antes íbamos a reunimos con tu madre. Pero se nos ha hecho muy tarde. ¿Oyes lo que te digo?

Miré por encima del hombro y vi que seguía inmóvil, con la mirada perdida en la oscuridad. Permanecimos en silencio unos segundos más, y luego dije:

– La verdad es que ya es muy tarde. Si volvemos al hotel, podremos ver a tu abuelo. Estará encantado de verte. Podrás tener una habitación para ti solo o, si lo prefieres, podríamos hacer que pusieran otra cama en la mía. Podremos encargar que nos suban una cena apetitosa y, después, te irás a dormir. Mañana por la mañana, desayunaremos juntos y decidiremos lo que más convenga.

Siguió el silencio a mi espalda.

– Debería haberlo organizado todo mejor -dije-. Lo siento… Yo…, bueno, no tenía las ideas muy claras esta noche. ¡Ha sido un día de tanto ajetreo…! Pero, escucha…, te prometo que mañana lo arreglaremos todo. Haremos lo que nos venga en gana. Y, si quieres, podríamos ir a tu antiguo apartamento a buscar al Número Nueve. ¿Qué me dices?

Pero Boris siguió sin despegar los labios.

– Los dos estamos muy cansados. Boris, ¿qué te parece?

– Más vale que vayamos al hotel.

– Creo que es lo mejor. De acuerdo, pues. En cuanto vuelva ese joven, le comunicaremos nuestro nuevo plan.

6

Mis ojos, entonces, advirtieron un movimiento y, al mirar de nuevo hacia el bloque de apartamentos, vi que se abría el portal. La señorita Collins acompañaba a su visitante a la puerta de la calle. Y aunque los dos se despedían amistosamente, algo en su actitud sugería que la entrevista había finalizado con una nota discordante. La puerta se cerró enseguida y Stephan regresó apresuradamente al coche.

– Lamento haberme entretenido tanto -dijo, acomodándose en su asiento-. Espero que Boris se encuentre bien. -Apoyó las manos en el volante y dejó escapar un suspiro de preocupación. Luego esbozó una sonrisa forzada y exclamó-: ¡En marcha, pues!

– El caso es que Boris y yo hemos tenido un cambio de impresiones en su ausencia -observé-. Creemos que, después de todo, será mejor volver al hotel.

– Si me permite decirlo, señor Ryder, creo que es una decisión muy acertada. Así que al hotel. Estupendo. -Consultó su reloj-. Estaremos allí en un abrir y cerrar de ojos. Los periodistas no tendrán motivo de queja. Ninguno en absoluto.

Stephan accionó la llave de contacto y el coche arrancó. Mientras recorríamos las calles solitarias, empezó a llover de nuevo y Stephan tuvo que poner en marcha los limpiaparabrisas. Al cabo de un rato, comentó:

– Me pregunto, señor Ryder, si no sería demasiado impertinente por mi parte recordarle la conversación que mantuvimos hace unas horas. Ya sabe…, cuando le saludé esta tarde en el atrio.

– ¡Ah, sí, sí! Hablamos de su recital de la noche del jueves.

– Se mostró usted muy amable conmigo, y me dijo que tal vez podría dedicarme unos minutos de su tiempo. Para escuchar mi interpretación de La Roche. Probablemente será del todo imposible, lo comprendo, pero…, en fin…, pensé que no se molestaría si se lo decía… El caso es que esta noche tenía previsto practicar un poco más en cuanto regresara al hotel. Y me preguntaba si, una vez que hubiera acabado usted con esos periodistas… Sin duda será una molestia para usted, pero si pudiera venir a escucharme unos minutos y darme su opinión… -Dejó la frase inacabada, y la prolongó con una risita.

Era evidente que el joven concedía a aquello una gran importancia, y me sentí inclinado a satisfacer su petición. Pero, tras pensarlo un instante, objeté:

– Lo siento muchísimo, pero esta noche estoy muy cansado. Es ineludible que me vaya a dormir cuanto antes. Pero no se preocupe; seguramente surgirá otra oportunidad muy pronto. Mire…, ¿por qué no dejamos el asunto así? No sé muy bien cuándo volveré a tener unos minutos libres; pero, en cuanto los tenga, telefonearé a recepción y pediré que le localicen. Si no está usted en el hotel en ese momento, volveré a intentarlo la próxima vez que esté libre…, y las que sean necesarias. Así acabaremos encontrando un momento que nos venga bien a los dos. Pero esta noche, la verdad… Dispénseme, se lo ruego… Necesito una buena noche de sueño.