– ¿También era ambicioso?
– Por descontado. ¿Cómo es posible que haya logrado tanto? Mire la gárgola que hay sobre la puerta.
– Charles afirma que esa iglesia es como el telón de fondo de una pantomima.
– Su hermano tiene debilidad por las comparaciones fantasiosas. ¿Entramos?
Se internaron en el frío espacio de la nave circular, donde las figuras de los caballeros yacían boca arriba y formaban un redondel en torno a ellos.
Mary quedó cautivada por esas imágenes de siglos pasados. Se acercó a cada una de ellas y contempló sus pétreos semblantes. No le costó nada imaginar antiguos salones y fuegos parpadeantes. Con seguridad, también había habido humo, perros, juglares y trovadores. Cuando levantó la mirada se percató de que William no estaba a su lado. La esperaba en Pump Court.
– Es muy fácil tener fe en esa atmósfera -comentó William-. Sin embargo, me desagrada la virtud fugitiva y enclaustrada. Esos caballeros deberían estar al aire libre, en el mundo.
– No creo que deba censurarlos por permanecer tumbados. -Mary se dio cuenta de lo poco que sabía acerca del joven-. Sin duda están cansados después de tantas aventuras.
Se internaron por King's Bench Walk.
– Y nosotros, ¿qué conseguiremos? -se preguntó Ireland-. ¿Cómo nos recordarán?
– Estoy convencida de que a estas alturas sabe que su nombre quedará vinculado al de Shakespeare.
William rió ante su comentario.
– ¿Le parece suficiente? ¿Cree que a alguien le basta con eso?
– A muchísimos.
– Mary, todavía no me comprende. Los papeles no son más que un comienzo. Reconozco que se trata de un golpe de suerte, ya que es un gran honor encontrar…, encontrar lo que he encontrado. Ahora bien, en cuanto me haga un nombre, estaré obligado a utilizarlo. Debo dar a conocer mi valía.
– Charles le augura una gran trayectoria. Está convencido de que posee un talento excepcional.
– ¿Para qué exactamente?
– Para la composición. Admira los artículos que usted publica en Westminster Words.
– Sólo han editado uno o dos. El señor Law me ha pedido que escriba acerca de cómo era el distrito Bankside en el pasado.
Pese a haber vivido toda la vida en Londres, Mary no conocía las zonas que se extendían más allá de su barrio. En ese aspecto no se diferenciaba mucho de sus vecinos.
– Creo que no sé a qué se refiere -reconoció.
– Hablo de Southwark, al sur del río, por allí; de la zona en la que antaño se alzaban el Globe y el Bear Garden, donde los osos luchaban con perros. Quiere que trace un esbozo del teatro en la época de los Tudor en contraposición a la era moderna. ¿Sabe que en tiempos de Shakespeare «moderno» significaba corriente o vulgar?
– ¿Puedo acompañarlo?
– Mary, ¿no le resulta significativo? Para el bardo, ser moderno quería decir común y poco interesante. Nosotros pensamos en los isabelinos como parte de un rico y colorico tapiz, pero Shakespeare prefirió remontarse a Lear y a César. Perdone, ¿qué acaba de decir?
– He preguntado si puedo acompañarlo a Southwark. No he estado nunca.
– Por supuesto, Mary, aunque he de recordarle que se trata de una zona algo peligrosa y sucia.
– No me preocupa. ¿Es el lugar donde Shakespeare vivió y se movió?
– Eso dicen.
– Entonces debo verlo.
Desde King's Bench Walk se dirigieron al río.
– Mi padre nos ha estado vigilando -añadió William a continuación.
– ¿Qué ha dicho?
– Que mi padre me siguió. -Con un leve desasosiego, el joven rió.
– Pero si no hay nada…
– ¿Iba a decir que entre nosotros no hay nada? Ya lo sé. No es ése el motivo por el que me siguió. Buscaba a Shakespeare. -Mary permaneció en silencio, tal vez abatida por el reconocimiento explícito de que entre ellos no había «nada más» que amistad-. Pretende rastrear ese río hasta su fuente. No confía en mí.
– ¿Está diciendo que su propio padre no confía en usted?
– Posee un carácter extraño y se pone hecho una fiera cuando hay dinero de por medio. -Caminaron unos segundos en silencio-. Le gustaría saber dónde están los papeles. Lo considera una especie de tesoro escondido en la cueva de un mercader, como en una especie de cuento de hadas.
– Y usted es el príncipe que sostiene la lámpara. -Mary encontró ese comentario peculiarmente gratificante-. Es usted quien invoca la presencia del genio.
– Bueno, bueno; y por si eso fuera poco las monedas de oro se apiñan a mi alrededor. Por eso me sigue, para averiguar dónde está la cueva.
– ¿Por qué no confía en usted?
– ¿Confía usted en mí?
– Por supuesto. Si lo desea, proclamaré aquí mismo su honradez. ¡Juraría donde hiciera falta que dice la verdad!
– No meta la mano en el fuego por mí. -William quedó sorprendido por la vehemencia de la muchacha-. Podría quemarse.
A un lado de la calle, una joven descalza tocaba el violín. Sus labios pálidos parecían moverse al son de la melodía de Esta bendita isla. Había subido desde el río en busca de unas pocas monedas. El lado derecho de su rostro estaba desfigurado a causa de una excrecencia o del bocio. Mary la observó con expresión de sorpresa y, sin la menor vacilación, sacó el monedero de su bolsa de labores y lo depositó a los pies de la joven.
Cuando regresó junto a William, las lágrimas rodaban por sus mejillas.
– Es por la falta de amor -afirmó. Siguieron andando y pasaron junto a los cimientos en ruinas de la puerta de los templarios-. Veamos, ¿qué significado tienen mis palabras para estas piedras? -Las miró como si tuviesen una profundidad insondable.
Cuando emprendieron el regreso, la joven todavía tocaba el violín. En el momento en el que pasaron a su lado, Mary aferró el brazo de William como si temiera un castigo. Se adentraron por Pump Court y, en cuanto desaparecieron de su vista, la joven dejó de tocar y recogió el monedero. Con gran agilidad se quitó el bocio que cubría un lado de su cara y se lo guardó en el bolsillo.
CAPÍTULO VIII
– «Eso requiere ciertas lágrimas para su verdadera ejecución. Si corre a mi cargo, cuide el auditorio de sus ojos. Provocaré tormentas…»
Rodeado por el resto de la compañía, Charles Lamb interpretaba a Lanzadera en el jardín de su casa de Laystali Street. Tom Coates hacía de Berbiquí y Benjamin Milton representaba el papel de Cartabón; habían convencido a Siegfried Drinkwater y a Selwyn Onions, dos compañeros de trabajo, para interpretar, respectivamente, a Flauta y Hocico. También alistaron a Alfredjowett, amigo de Siegfried que trabajaba en el departamento de impuestos, a fin de que hiciera de Hambrón. Ese domingo por la mañana se habían reunido a ensayar en la pequeña pagoda que el señor Lamb había construido en el jardín hacía diez años. La construcción, aunque bastante deteriorada, con la pintura desconchada y el metal oxidado, les permitía refugiarse del ligero aguacero estival que caía mientras recitaban sus papeles bajo la dirección de Mary Lamb.
– Entona, Lanzadera -pidió Mary a su hermano-. Da profundidad a tus palabras.
– «No obstante, mi fuerte es el tirano. Representaría a Hércules de un modo formidable, o cualquier papel de rompe y rasga en que hiciera todo trizas.» Luego está el verso. Mary, ¿tengo que declamarlo?
– Por supuesto, querido.
Tom Coates y Benjamin Milton cuchicheaban. Se partieron de risa cuando la joven llamó «querido» a su hermano. Benjamin se tapó la boca con un pañuelo y pareció pasarlas moradas. Charles no les hizo ni caso, pero Mary los fulminó con la mirada antes de preguntar con total indiferencia:
– Caballeros, ¿qué tiene de divertido?
– ¿No se trata de una comedia? -A Tom le costó articular las palabras.