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– William, me asustaría tocarla por temor a que…

– ¿Por temor a que se le deshaga en las manos? De eso no tiene por qué preocuparse. He realizado una transcripción.

– Por supuesto que la leeré. ¿Mantendrá el secreto durante mucho tiempo?

– No, claro que no. Debe publicarse para que el mundo entero la conozca. Debe representarse. -El joven miró hacia el río-. Mi padre conoce al señor Sheridan, por lo que albergo la esperanza de que la programen en el Drury Lane.

– Nunca antes había mencionado a Sheridan.

– ¿Está segura? -William rió-. Supuse que mi padre había hablado largo y tendido con usted sobre el empresario. Es su tema preferido. Hemos llegado. -Se detuvieron poco más allá de la hilera de casitas-. Si los cálculos del señor Malone son correctos, el Globe original se alzaba justo en este punto y formaba un polígono. Aquí estaba el escenario.

El joven Ireland se aproximó a un cobertizo de madera que albergaba sacos blancos de harina o de azúcar; en la entrada remoloneaba un chiquillo con una pipa de arcilla en la boca.

– ¿Qué lo trae por aquí? -preguntó el crío cuando William acortó distancias.

– Nada. Solamente estoy paseando.

El niño se quitó la pipa de la boca y miró a William con recelo.

– Si silbo vendrá mi papá.

– No hace falta, no hace falta. -Ireland regresó junto a Mary-. Ese era el patio, el foso en el que la audiencia permanecía de pie. ¿Sabe que éste es el origen de la palabra understanding, que significa «comprensión» o «entendimiento»? Los presentes se encontraban debajo, under, y de pie, standing, en el patio, y de ahí deriva la palabra.

– Se lo ha inventado.

– Nada de eso, es verdad. Las galerías rodeaban tres de los lados del polígono. Pregonaban frutos secos, tordos asados al espetón y cerveza embotellada. Las trompetas sonaban tres veces para anunciar la primera escena y, a continuación, vestido de negro de la cabeza a los pies, entraba el Prólogo. -Señaló al chiquillo de la pipa-. Lo más seguro es que tanto él como yo hubiéramos estado aquí. Habríamos asistido juntos a la representación de Vortigern. -William tenía la mirada encendida. El barrio entero está encantado más allá de cualquier justificación racional-. Mary, la razón no puede explicarlo. ¿No se da cuenta? El Globe sigue aquí, todavía ocupa este espacio.

Mary dirigió su mirada al solar en el que se alzaban dos o tres ahumaderos de pescado, así como los restos de un montículo de ceniza que ya ni siquiera interesaba a traperos y pordioseros.

– Me temo que la orilla sur ha dejado de ser gloriosa -comentó-. William, por desgracia no poseo su imaginación.

– Quizá no sea gloriosa…

– …pero resulta intensamente interesante -se apresuró a añadir Mary.

– Es tan interesante como la vida misma. Mary, ¿a eso se refería?

– Supongo que no aludía a algo tan grandioso. De todas maneras, el polvo me gusta, lo mismo que el aroma de este barrio. Aquí nada existe para cubrir las apariencias.

Ireland se apresuró a mirarla y preguntó:

– ¿Emprendemos el regreso al río? Parece cansada.

– ¿No hay nada más que merezca la pena explorar?

– Siempre hay algo más que explorar. Al fin y al cabo, estamos en Londres.

Así fue como caminaron hacia el este, rumbo a Bermondsey, y en su lento recorrido por las calles ribereñas pasaron frente a la fábrica de vinagre y a la maternidad. Dieron la vuelta a la altura del puente porque William advirtió que no era seguro seguir adelante y cogieron otro camino a través del enjambre de callejuelas secundarias construido sobre las marismas de Southwark. De sopetón William se detuvo.

– ¡Mary, párese a pensarlo! ¡Una nueva obra de Shakespeare! ¡Todo cambiará!

– ¿Usted también?

– Oh, no, yo soy irredimible.

Ante ellos se extendía un terreno abierto, salpicado de fosos y zanjas, y se detuvieron a observarlo. Mary se giró y miró hacia el río.

– ¿Qué es lo que se vislumbra a lo lejos?

– Una noria. Bombea agua del Támesis a través de delgados cangilones de madera. Mary, Vortigern es temible. Accede al trono mediante el asesinato y la traición; mata a su madre.

– Tuvo que ser muy malvado.

– Luego asesina a su hermano.

– ¿Más o menos como Macbeth?

– Básicamente, sí, aunque Macbeth no liquidó a los miembros de su familia. ¿Me permite citarle un fragmento?

– ¿Puedo cogerlo unos segundos del brazo?

– Por supuesto. ¿Se encuentra bien?

– La visita me ha fatigado. ¿Sabe parte del texto de memoria?

William la tomó del brazo y, con la mano libre, gesticuló mientras caminaban.

¡Ay, si pudiera suavizar esa férrea lengua

y acostumbrarla a la música del tierno amor!

Pero así aprendí, así me enseñaron,

y si semejantes relatos satisfacen tu delicado oído,

por muy tajantes, toscos y verídicos que sean,

contempla al que sobrevivirá a toda una jornada

de asedios persistentes, marchas y batallas; dime,

donde el sediento Marte tan ahíto ha quedado de sangre,

ese ansia enfermiza no esperaba «¡nada más!».

– Es muy sorprendente -comentó Mary, que parecía extrañamente abatida.

– Posee el tono que corresponde a Shakespeare.

Alcanzaron un grupo de casas situado junto a Paris Stairs. A sus oídos llegó el sonido de una discusión encarnizada, como la que tendría lugar entre madre e hija, seguida de gritos y golpes sucesivos. Mary huyó hacia el río y William corrió tras ella.

– Lamento que haya oído esa disputa. Aquí se trata de algo bastante habitual.

Ireland se percató de que la muchacha temblaba de manera notoria. Justo en ese momento, Mary realizó un movimiento raro, como si cayese de lado. Se deslizó o derrumbó desde la orilla al río. Cuando se sumergió, el vestido rojo se arremolinó a su alrededor, como una flor que de súbito alcanzase la plena floración. William se lanzó a rescatarla. La marea era baja y en la orilla de Southwark el río no era profundo ni traicionero. La mujer se hundió cuatro o cinco pies antes de luchar por salir a la superficie. William se las apañó para cogerla en brazos y conducirla hacia el embarcadero de madera. Tocó el fondo con los pies e impulsó a Mary hasta que la mujer sacó la cabeza del agua. Cuando llegaron a la orilla, dos barqueros y una pescadera extendieron los brazos y los acarrearon hasta la ribera seca. Ambos estaban sin aliento y Mary vomitó agua sobre el barro y los guijarros, junto a los botes. La pescadera se situó tras ella y le golpeó la espalda.

– Jovencita, saque el agua. Así me gusta. El río nunca ha sido bondadoso con los que se lo tragan.

Aunque estaba de pie, William quedó sorprendido por la debilidad que experimentaba. Se apoyó en un noray y miró a los barqueros, aunque no los distinguió con claridad: con más intensidad que todo lo demás, todavía contemplaba el vestido rojo que se hinchaba en forma de flor. Llegó a la conclusión de que se trataba de la flor de la muerte.

La pescadera condujo a Mary hasta una cabaña que los pescadores usaban para guardar los aparejos y William la siguió. La anciana encendió el brasero de carbón y la cabaña se llenó de humo, pero Mary no tosió ni se atragantó; permaneció cabizbaja y con la vista clavada en el suelo.

– Debió de resbalar en la madera -explicó William con delicadeza-. Es muy traicionera.

– Lo lamento.

– No hay nada que lamentar. Le podría haber ocurrido a cualquiera, incluso a mí.

– No, fue culpa mía. Tendría que haberme detenido.

William no entendió a qué se refería.

– La ropa de buen hilo seca enseguida -intervino la pescadera, en un intento de consolar a Mary-. Al algodón le cuesta más. -Mary tiritaba y la anciana se quitó el chal y lo dejó caer sobre los hombros de la joven-. No estuvo en el río el tiempo suficiente como para quedar calada. No le ocurre lo que a los cadáveres. -La vieja tomó asiento en una caja de madera, frente a William, y mencionó a los suicidas que saltaban desde el puente de Blackfriars; cuando había mal tiempo, la corriente del río Fleet, que nacía en la orilla de enfrente, hacía que los cadáveres se apiñasen junto a los embarcaderos de París Stairs.