– Tom Coates será un buen Berbiquí. De lo que no estoy tan segura es del señor Milton en el papel de Cartabón. -La mujer habló muy rápido.
– Mary, no te preocupes, ya lo conseguirá. Acabará por bordar el personaje. ¿Cómo te sientes?
– ¿Cómo me siento?
– Ayer permaneciste en la cama todo el día.
– Dormí mal, eso fue todo.
– ¿Has descansado?
– Claro. ¿Sabes tu papel de memoria? Lanzadera es muy importante.
– Querida, no lo sé de memoria, sino de cabeza, lo cual es si cabe más satisfactorio.
– Es lo mismo. -Por algún motivo la joven titubeó antes de servir el té-. Mamá y papá han ido a la capilla. Esperarlos no tiene sentido.
A lo largo de la hora siguiente, Tom Coates, Benjamin Milton y los demás se fueron presentando en la casa. Tizzy los condujo de inmediato al jardín porque no quería aquellas «sucias botas» en sus impolutos suelos. Hacía buen día y, muy orondos, tomaron asiento en la destartalada pagoda.
– No es más que una cuestión de escenificación -explicaba Benjamin a Tom-. A Berbiquí se lo describe como alguien de voz muy aguda. ¿A quién interpretas?
– A León.
– A eso iba. Sólo ruge. ¿Alguna vez has oído a un león con un rugido de tiple?
– ¿Y qué me dices de Lanzadera?
Selwyn Onions no pudo contenerse y añadió un dato:
– Es tejedor, ¿no? ¿Sabías que «lanzadera» hace referencia al corazón de porcelana en el que se enrolla el hilo?
– ¿Estás diciendo que en realidad Shakespeare no quería aludir al trasero? -Benjamin se mostró incrédulo-. ¿No tiene nada que ver con las posaderas, con el punto en el que la espalda pierde su nombre? [2]
– Eso no tiene nada que ver.
– Selwyn, es absurdo. ¿Qué me dices del verso «Provocaré tormentas»? Nunca hubo un apunte más claro para tirarse un pedo.
Mary se acercó y comentó:
– Están todos muy serios.
– Señorita Lamb, hemos analizado nuestros papeles -le informó Benjamin, que sentía un poco de miedo hacia la hermana de Charles.
– Bueno, han de ser osados y briosos.
– Es exactamente lo que he explicado. Tienen que pasarlo de maravilla.
– Así me gusta, señor Milton. Caballeros, hoy ensayaremos la escena del muro. Tengan la amabilidad de ocupar sus sitios.
Selwyn Onions, que interpretaba al calderero Hocico, que a su vez hacía de Muro, permaneció de pie en el fondo del jardín, con los dedos de las manos totalmente separados.
– Recuerde que debemos ver a través de sus dedos -acotó Mary-. Tiene que abrirse una grieta. Charles se situará a su lado y el señor Drinkwater se pondrá del otro.
– Señorita Lamb, ¿se trata de una cita?
– Sí, es una cita. ¿No es lo que hacen los enamorados?
– Es un comentario sobre la obra propiamente dicha -anunció Alfred Jowett a quien estuviese dispuesto a escucharlo-. Se trata de una obra dentro de otra. ¿Qué es real y qué falso? Si nos referimos a una ilusión, ¿es la obra mayor más verdadera o ambas son, sin más, dramas?
Mary recordó un sueño reciente. Estaba en un huerto de hierbas aromáticas y disfrutaba de la dulce fragancia que despedían los arbustos cuando alguien se acercó y comentó: «Si se hiciera monja, la recibiríamos con los brazos abiertos».
Alfred Jowett seguía con su parloteo:
– Creo que Shakespeare sabía que sus obras eran fantasías y ficciones. No las confundió nunca con el mundo real.
– Señor Jowett, ¿considera que el bardo intentó comunicarnos algo?
– No, su propósito se limitó a entretenernos.
En los papeles de Píramo y Tisbe, Charles Lamb y Siegfried Drinkwater se situaron a sendos lados de Muro. Tisbe tomó la palabra con tono agudo:
¡Oh, muro! ¡Cuántas veces has oído mis lamentos
por tenerme separada de mi hermoso Píramo!
Mis labios de cereza han besado tus piedras a menudo,
tus piedras con cal y pelo entretejidas…
– En aquellos tiempos, «piedras» era la palabra con la que se referían a los testículos -susurró Tom a Benjamin.
– ¿De modo que Shakespeare está diciendo una obscenidad?
– Claro. Está diciendo «beso tus huevos».
Charles respondió a la entrada:
Veo una voz. Ahora voy a la abertura
a espiar para poder oír el rostro de mi Tisbe.
¡Tisbe!
¡Amor mío! Eres mi amor, presumo.
Mary dio un paso al frente.
– Señor Drinkwater, ¿no debería decir «¡Eres mi amor! Amor mío, presumo»? Tisbe reconocería la voz de su amado. Charles, como amante te muestras demasiado contenido. Un enamorado debe exhalar pasión.
– ¿Y cómo sabe ella eso? -preguntó Benjamin a Tom con tono bajísimo.
– ¿No te has enterado? Tiene un admirador.
– ¿Mary Lamb tiene un admirador?
– Sí, me lo contó Charles.
– Es francamente extraño.
– Y eso no es todo.
Reanudaron el tema pocas horas después cuando, terminados los ensayos, se reunieron en la Salutation and Cat. Charles y los demás estaban de pie junto a la barra; Tom y Benjamin se habían apiñado en un rincón y se reían al recordar los acontecimientos de la mañana.
– Si Mary Lamb tiene un pretendiente, el hombre tendrá que andarse con mucho cuidado -opinó Tom-. Esa mujer muerde. ¿Te fijaste en cómo riñó a Charles por hacer payasadas? Es muy severa.
– Sólo fue un juego.
– Yo no estaría tan seguro. En tanto Lanzadera, él se rió, pero en su condición de Charles, puso mala cara.
– ¿Cómo se llama?
– El admirador responde al nombre de William Ireland. Por lo que comentó Charles, es un librero del barrio. -Hizo un alto en el camino para llenar su jarra con la voluminosa botella de cerveza negra que tenía al lado-. Según parece, se trata de un gran amante de Shakespeare, y ha llevado a cabo varios descubrimientos que los estudiosos aplauden.
– Beso sus huevos.
– Lo que me gustaría saber es si ella también.
– Horribile dictu.
Apoyado en la barra, Charles escuchaba el disparatado diálogo que Siegfried y Selwyn sostenían sobre la Royal Academy cuando vio que William Ireland entraba en la taberna en compañía de un joven excéntricamente vestido con una chaqueta verde y sombrero de piel de castor del mismo tono.
Ireland reparó en el acto en la presencia de Charles y se acercó a la barra. El joven de verde permaneció a sus espaldas mientras saludaba a Lamb.
– Te presento a De Quincey. -El joven se quitó el sombrero y saludó-. De Quincey está de visita.
– Señor, ¿dónde se hospeda?
– Me alojo en Berners Street.
– Tengo un amigo en Berners Street -aseguró Charles-. Se llama John Hope. ¿Lo conoce?
– Señor, Londres es una ciudad muy grande y salvaje. No conozco a nadie de esa calle.
– Pues ahora nos conoce a nosotros. Aquí están Selwyn y Siegfried. -Palmeó las espaldas de sus amigos-. Y allí, en el rincón, se encuentran Rosencrantz y Guildenstern. ¿Cómo conoció a William?
– Asistí a su charla.
– ¿A su charla? ¿De qué charla habla?
– ¿Mary no le dijo nada?
– Que yo recuerde, no. -Charles había aprendido a ser cauteloso en todo lo referente a su hermana.
– La semana pasada ofrecí una charla sobre Shakespeare. De Quincey tuvo la amabilidad de asistir y al día siguiente me visitó.
– ¿Y se han hecho amigos con tanta rapidez? -Charles estaba pasmado porque Mary había asistido a la charla sin comunicarle que se celebraría-. Caballeros, ¿quieren sentarse conmigo? -Lamb se apartó de Selwyn y de Siegfried, que siguieron en la barra hablando del suicidio del pugilista Fred Jackson, y ocupó una mesa pegada a la pared del estrecho local-. Me habría gustado escuchar su charla.