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– Le aseguro que no se ha perdido nada. Al fin y al cabo, no soy actor.

– ¿No?

– Es el don imprescindible…, el don imprescindible para hablar con seguridad y entusiasmo. Soy incapaz de hacerlo.

– William, usted posee esas virtudes.

– Es fácil tenerlas y harto difícil transmitirlas.

Charles no supo si mencionar el texto de Vortigern: tal vez Mary le había dejado la obra en secreto. William pareció adivinarle el pensamiento.

– ¿Cómo está Mary? La noté algo cansada durante la charla. Después de su caída…

– Se ha recuperado del todo. Está resplandeciente. -Charles seguía sin conocer la profundidad del afecto de William hacia su hermana-. Usted le ha proporcionado un nuevo interés.

– ¿Está seguro?

– Por supuesto, el interés por Shakespeare.

– Ya estaba medio enamorada de él.

– Mi hermana jamás se enamora a medias. Con ella no hay medias tintas, siempre la verá en los extremos.

– Lo comprendo. -Ireland se volvió hacia su acompañante-. No se quejará, De Quincey, está usted en buena compañía. Charles también es escritor.

De Quincey miró con renovado interés a Charles e inquirió:

– ¿Ha publicado algo?

– Sólo pequeñas cosas, nada más que artículos en Westminster Words.

– Ya es bastante.

– Charles, De Quincey también redacta artículos, pero todavía no ha encontrado editor. Aún está a la espera de su nacimiento.

– Procuro no pensar en el tema. -De Quincey se ruborizó y bebió con premura-. No me hago demasiadas ilusiones.

Bebieron hasta bien entrada la noche y con cada jarra que se echaron al coleto se mostraron más gritones y animados. Los demás se fueron y sólo quedaron ellos tres. Durante su conversación, Charles informó a William del entremés de los artesanos, olvidando el consejo de Mary de que evitase el tema. También le confesó que deseaba renunciar a su puesto en la East India House para convertirse en novelista, en poeta o en cualquier cosa menos lo que ahora era.

– Me repugna que cada uno de nosotros tenga un centro del ser tan reducido: yo, mis pensamientos, mis placeres, mis actos -opinó De Quincey-. Sólo cuento yo. Parece una cárcel. El mundo se compone de seres por completo egoístas. El resto nos importa un bledo. -Echó otro trago-. Me gustaría trascender mi yo.

– Shakespeare logró convertirse en otros seres, pero es la excepción que confirma la regla -aseguró Ireland-. Habitó sus almas, miró con sus ojos y habló a través de sus bocas.

Charles había bebido tanto que le resultó imposible seguir el hilo de la conversación.

– ¿Cree que es de Shakespeare? Me refiero a la obra. Mary me la mostró.

– ¿Se refiere a Vortigern? La obra es suya, no cabe la menor duda.

– Mi querido amigo, no puede ser -insistió Charles.

– ¿Por qué? -Ireland lo observó con actitud desafiante-. Se trata de su estilo, de su cadencia, ¿no?

– Me cuesta creer…

– ¿Por qué? ¿Quién más pudo escribirla? Deme un nombre. -Charles permaneció en silencio y bebió con gran lentitud-. Ya lo ve, no se le ocurre nada.

– Debe tener cuidado con mi hermana.

– ¿Cuidado?

– Mary es muy extraña. Muy extraña. Y le ha tomado un gran cariño.

– Tanto como yo a ella, aunque entre nosotros no existe…, no existe interés alguno. No tengo motivos para ser cuidadoso.

– En ese caso, me dará su palabra de caballero de que no ha puesto sus miras en ella.

Charles Lamb se puso en pie y se tambaleó.

– ¿Poner mis miras en ella? ¿Qué quiere decir?

Charles ya no supo de qué hablaba.

– A que no tiene intenciones.

– ¿Con qué derecho me interroga? -Ireland también estaba muy borracho-. No he puesto las miras y no tengo intenciones ni nada en absoluto que se le parezca.

– En ese caso, deme su palabra.

– No pienso hacer nada por el estilo. Lo que ha dicho me ha ofendido y lo rebato. -William se puso asimismo de pie y se enfrentó cara a cara con Charles-. No puedo considerarlo mi amigo y compadezco a su hermana por tener semejante hermano.

– ¿Ha dicho que la compadece? Yo también.

– ¿Qué quiere decir con eso?

– Quiero decir lo que me da la gana. -Lamb agitó la mano y, sin querer, arrojó su botella al suelo-. Quiero a mi hermana y la compadezco.

– La obra es de Shakespeare -terció De Quincey.

CAPÍTULO X

Dos días más tarde, Richard Brinsley Sheridan entró en la librería de Holborn Passage.

Un mensaje apresuradamente escrito lo había puesto sobre aviso y Samuel Ireland lo esperaba.

– Mi querido señor, es todo un honor -saludó Ireland y Sheridan lo correspondió con una inclinación de cabeza-. Todos nos sentimos inmensamente orgullosos.

– ¿Dónde está el joven del momento? -Sheridan era un hombre corpulento y le costó girarse a medida que William bajaba la escalera-. ¿Es usted?

– Señor, me llamo William Ireland.

– ¿Me permite que le estreche la mano? Ha servido usted a un gran propósito. -Sheridan marcó cada palabra como si se dirigiese a un público invisible-. Si la memoria no me falla, fue el señor Dryden quien postuló que Vortigern era un gran tema para un drama.

– Señor, he de reconocer que desconocía ese dato.

– ¿Por qué iba a saberlo? Casi nadie ha leído sus prefacios.

– Ay de mí, yo tampoco.

– Está claro que nuestro bardo se le ha adelantado. -Con gesto teatral, Sheridan extrajo el manuscrito del bolsillo de su abrigo-. El martes pasado su padre lo envió con un coche de alquiler. Le estoy muy agradecido. -La mirada de Sheridan era penetrante-. Señor, se trata de una obra con ideas osadas, sin duda, aunque algunas resultan toscas y no están del todo digeridas.

– ¿Cómo dice? -Daba la sensación de que William estaba en verdad desconcertado.

– Shakespeare tuvo que ser muy joven cuando escribió este texto. Hay un verso… -Se llevó la mano a la frente, como si representase el papel de la Memoria-. «Bajo el arco convexo de los cielos andantes / suplico el perdón de mi padre errante.» Las palabras «andantes» y «errante» están demasiado próximas. Por otro lado, esa idea del arco convexo andante resulta algo sorprendente. -William lo miró sin abrir la boca-. Señor Ireland, que quede claro que no soy crítico, sino hombre de teatro. La nueva obra de William Shakespeare llenará el Drury Lane. Se trata de una obra descubierta en circunstancias tan misteriosas que causará sensación entre el público.

– ¿La pondrá en escena?

– Drury Lane la ha leído. Drury Lane la aprecia. Drury Lane la acepta.

– ¡Padre, se trata de una noticia maravillosa!

– Me imagino al señor Kemble como Vortigern -prosiguió Sheridan-. Es una de las grandes figuras de nuestras tablas, una figura imponente y significativa. ¿Qué tal la señora Siddons en el papel de Edmunda? Es pura ligereza y gracia, una criatura realmente deliciosa.

– ¿Me permite proponer a la señora Jordan como Suetonia? -William se dejó arrastrar por el estado de ánimo de Sheridan-. La vi la semana pasada en La novia perjura y le garantizo, señor Sheridan, que resulta irresistible.

– Señor Ireland, tiene usted alma de artista. Nos comprende. Me basta cerrar los ojos para ver a la señora Jordan como Suetonia. -A renglón seguido, Sheridan cerró los ojos-. ¿Qué le parece Harcourt en el papel de Wortimerus? Si lo hubiera visto en El velo rasgado se habría llevado un susto de muerte. Estuvo genial. ¿No está de acuerdo en que…? -Sheridan titubeó y miró a Samuel Ireland-. ¿No está de acuerdo en que deberíamos decir que se trata de una obra «atribuida a Shakespeare»? Lo digo por si hay alguna duda.