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Su oferta avergonzó a uno de los hombres, que se apresuró a ofrecer su ayuda también. Afortunadamente, porque el barco se balanceaba sacudido por las olas y podrían haberlo perdido.

Bella sabía que iba a ser un trabajo duro, pero fue mucho más difícil de lo que esperaba. Hubo momentos en los que pensó que iba a caer desmayada. El agua les llegaba por la cintura, pero era difícil manejar el barco con aquella tormenta. Llovía con tanta fuerza que apenas podían abrir los ojos y las olas los lanzaban contra las rocas.

Se sumergió varias veces y en una ocasión desapareció por completo bajo el barco hasta que Josh, frenético, la sacó del agua.

Pero no se rindió, siguió tirando del cable con todos los demás. Y cuando creía que las piernas no iban a responderle llegaron a la playa. Allí se dejó caer sobre la arena, exhausta, incapaz de moverse.

Josh la tomó en brazos.

– Estoy bien -protestó Bella-. Suéltame.

– Deja de moverte y cállate -le ordenó él.

– ¡Qué amable! Se supone que estamos prometidos, ¿no te acuerdas?

Había querido que Josh sonriera, pero aunque lo hizo, su expresión era muy seria.

– No se me ha olvidado.

Fue Cassandra quien notó que a Bella le sangraba un pie y rápidamente limpió la sangre con una toalla.

– Es un corte profundo.

– Debe haber sido con las rocas, pero no me he dado ni cuenta. Estas sandalias están hechas para caminar sobre la arena… qué lástima, con lo bonitas que eran -suspiró Bella.

– Deberías preocuparte por el pie, no por las sandalias -le regañó Josh, inspeccionando la herida- Cassandra tiene razón. Es un corte profundo. ¿Por qué no has dicho algo?

– No me he dado cuenta. La verdad es que no me duele.

Normalmente ella era terrible con la sangre y las heridas, pero observaba el corte como si no fuera su propio pie. Seguramente, debido al cansancio. En Londres se habría puesto a gritar como una cría, corriendo hacia el hospital para ser atendida por un médico que se pareciese a George Clooney.

Qué raro pensar en la serie Urgencias cuando estaban abandonados en una playa desierta en medio del océano índico, con el viento soplando como un huracán, se dijo.

– ¿Hay que amputar, doctor? -intentó bromear.

La sonrisa de Josh la calentó más que un montón de mantas.

– Creo que sobrevivirás. Pero habrá que darte algún punto.

Después de buscar improductivamente una venda, Josh rasgó su camisa y le vendó la herida.

– ¿Qué tal ahora?

– Mejor que una pedicura -contestó Bella.

Empapada y dolorida, se sentía absurdamente feliz. La tormenta ya no le daba miedo, sólo era un ruido de fondo. Poco después sacaron la comida de las neveras, pero Cassandra parecía preocupada.

– ¿Crees que deberíamos guardar algo, Josh?

– Sería buena idea. Y deberíamos sacar la nevera para llenarla de agua de lluvia. Por si acaso.

Bryn levantó los ojos al cielo.

– Yo no diría que la falta de agua vaya a ser uno de nuestros problemas.

– Si pasa la tormenta, lo será. No hay agua potable en la isla -contestó Josh-. Y si no podemos arrancar el motor del barco puede que tengamos que quedarnos aquí más tiempo del que creemos.

– Y eso te gustaría, ¿verdad? Así podrías demostrar tus habilidades. Seguro que estás deseando frotar unos palos para hacer fuego.

– Eso impresionaría a las chicas -dijo uno de los hombres-. Y a mí también.

– ¡Cállate, Bryn! -le espetó Aisling-. Te estás portando como un niño mimado.

– Sólo porque no salto cuando tu precioso Josh da órdenes, ¿verdad? ¿Quién le ha dicho que es el jefe?

– Él sabe lo que debemos hacer y eso es algo más de lo que puedo decir de ti -replicó Aisling.

– Si es tan perfecto, ¿por qué no te quedaste con él?

– ¡Estoy empezando a lamentar no haberlo hecho!

– ¿Porque yo no soy macho man? -replicó Bryn, burlón.

Bella levantó los ojos al cielo.

– ¿Sabes que se llama Bryan? -le dijo Cassandra al oído.

Bella estaba encantada de ver su teoría confirmada, pero le molestaba que Bryn estuviese hablando de Josh delante de todo el mundo.

– ¿Qué está diciendo de Aisling y Josh? -preguntó Cassandra entonces-. ¿Es que antes salían juntos?

Ella dejó escapar un suspiro.

– Estuvieron prometidos durante un tiempo.

– Ah, ahora entiendo por qué no te hacía gracia lo del curso de esquí acuático. Pero no te preocupes, es evidente que Josh te adora.

Bella sabía que Josh la adoraba… como amiga. «La adoro» solía decir cuando alguien le preguntaba por ella.

Pero no era así como quería que la adorase.

Afortunadamente, Josh no estaba prestando atención a las protestas de Bryn porque había ido a comprobar el estado del barco. Cuando volvió, se sentó al lado de Bella y le pasó un brazo por los hombros.

– ¿Cuánto crees que durarán los sándwiches?

– Hasta el desayuno -contestó él-. Pero si no podemos poner el motor en marcha…

– Espero que no tengamos que optar por el canibalismo. Seguro que me comerían a mí la primera -dijo Bella. Josh soltó una carcajada-. Es verdad. Una Relaciones Públicas no vale de nada en una isla desierta.

– Pero haces reír a la gente y eso es muy importante. Tú vales más que la mayoría de los que estamos aquí, pero si tuviéramos que comernos los unos a los otros yo me encargaría de que no fueras la primera.

– Gracias -sonrió Bella, pasándole un brazo por la cintura-. Aunque creo que el honor de ser el primero en la olla iba a ser para Bryn.

– Está asustado, como todos nosotros.

– ¡Tú no estás asustado!

– Claro que sí.

Josh estaba asustado por Bella y, aunque no podía hacerlo, le gustaría decirle lo importante que era para él. Pero al menos estaban en, la isla, a salvo. Y la tenía entre sus brazos.

La tormenta pasó tan repentinamente como había empezado. El ruido del viento y la lluvia eran ensordecedores y, de repente, cesó como por arte de magia. Bella sé sintió culpable por ser la única que lo lamentaba. La tormenta le había dado la oportunidad, al menos, de estar en los brazos de Josh.

Pero no podían hacer nada porque se había hecho de noche y tuvieron que dormir bajo el plástico, apretados los unos contra los otros.

Por la mañana, cuando intentó levantarse, el pie le dolía muchísimo. Se sentía mojada, sucia, incómoda y apenas podía caminar.

El grupo estaba rodeando al barco, donde Josh y Elvis intentaban poner el motor en marcha.

– No pueden -le explicó Cassandra-. Menos mal que no nos comimos todos los sándwiches. ¿De verdad Josh sabría hacer fuego?

– No lo sé. Pero sí sé que los motores se le dan muy bien -contestó Bella.

Acababa de decirlo cuando el motor se puso en marcha y todos empezaron a gritar, alborozados.

– Estupendo. Vamos a desayunar y después saldremos de aquí.

Aunque la tormenta había pasado, el mar estaba revuelto y el cielo cubierto por oscuras nubes. La llovizna era casi más deprimente que el temporal. No hacía frío, pero todos estaban empapados y muy nerviosos por la situación.

Aisling y Bryn no se dirigían la palabra y el ambiente era tan desagradable que cuando oyeron la sirena de los guardacostas lanzaron gritos de júbilo. Todos subieron a bordo del barco patrulla excepto Josh, que decidió quedarse con Elvis para volver en el viejo cascarón.

Mientras se alejaban, Bella lo observó ayudando al chico y se le encogió el corazón.

Con su poderoso motor, el barco patrulla los llevó a la isla en menos de quince minutos. En el hotel los recibieron como reyes y, después de pasar una noche al raso, las habitaciones parecían de un lujo increíble.

Un médico que no se parecía en absoluto a George Clooney subió a su habitación para curarle el pie y Bella deseó, como una niña pequeña, que Josh estuviese allí para apretar su mano. Debía dejar de ser tan patética, se dijo.