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Y la expresión de Finn casi la hizo llorar.

¿La miraría alguien así alguna vez? Intentaba imaginarse a sí misma en el lugar de Kate, pero no podía ver la cara del hombre que estaría esperándola.

Y no iba a ser Will, a pesar de lo que le había dicho a Josh y Aisling. Aisling, qué nombre tan tonto. Había algo en ella que le ponía de los nervios.

Sintiéndose culpable por pensar en eso cuando debería estar concentrándose en la boda, Bella volvió la mirada hacia el altar.

Kate le había dado su ramo de novia a Alex, que estaba preciosa con un vestidito blanco. Era una boda tradicional, en la iglesia del pueblo de Kate, y Bella se sintió extrañamente conmovida. Phoebe y ella no fueron las únicas que tuvieron que secarse las lágrimas varias veces durante la ceremonia.

– Esto es horrible -le dijo a Phoebe cuando terminó-. No había llorado tanto desde que vi La fuerza del cariño.

– Es que parecen tan felices… -sollozó su amiga.

– ¿Qué os pasa? -preguntó Josh-. Se supone que las bodas son ocasiones felices.

– Cosas de mujeres. Aparentemente, lloriquear así es una muestra de felicidad -dijo Gib, el marido de Phoebe-. Pero se les pasará en cuanto tomen un poco de champán.

Aisling no estaba llorando. Claro, ella no permitiría que se le corriera el rimel. Iba del brazo de Josh, monísima con un vestido de color aguamarina y una pamela muy elegante. Bella estaba orgullosa de su pamelón, pero al ver la de Aisling se sintió exagerada y ridícula.

Todo en Aisling la hacía sentir así. Mientras Aisling hablaba bajito, ella hablaba a voces. Aisling era elegante, ella llamativa. Aisling era montañera, ella una chica de ciudad. Aisling era perfecta para Josh y ella era sólo su amiga.

Bella se colocó en posición para las fotografías, organizadas por Gib. En una de ellas aparecían las antiguas compañeras de piso Caro, Phoebe, Kate y Bella, las tres primeras con sus maridos, claro.

Y luego la foto de Kate y Finn con Phoebe, Gib, Josh, Aisling y ella.

Bella se dio cuenta de que, en las fotos, era la única que no tenía pareja. Y le resultaba raro. Ella siempre había sido la que tenía novio, mientras Phoebe y Kate lloriqueaban porque era imposible ligar en Londres, de modo que esta situación le resultaba irónica.

No pensaba darle a Aisling la satisfacción de decirlo en voz alta, sino todo lo contrario. Sonrió, bromeó y habló con todo el mundo hasta que se dirigieron a la carpa que habían montado en el jardín de la casa de los padres de Kate.

Pensaba que lo estaba haciendo bien, pero a Josh no lo engañó. Seguramente la conocía demasiado bien, se dijo. Y no quería contarle que estaba triste porque entonces le preguntaría por qué… y no sabía por qué.

Aunque eso no era cierto del todo. Sí lo sabía.

Tenía que ver con Aisling. Tenía que ver con que Josh ya no era el estudiante larguirucho al que conocía desde tanto tiempo atrás. Para Bella, era como ver a un extraño. No había nada extraordinario en Josh. Tenía un rostro normal, los ojos azules grisáceos, el pelo castaño…

Pero hasta entonces no se dio cuenta de que en aquellos catorce años había adquirido una presencia sólida, madura, y un aire de competencia que resultaba impresionante. Nunca se había fijado en su boca o en sus manos. Nunca se fijó en que tenía un cuerpazo. No era excepcionalmente alto, pero sí fibroso y se movía con gracia.

Y ahora que lo había notado, no podía dejar de mirarlo.

Eso la hacía sentir incómoda. Era Josh. Su mejor amigo, al que contaba todos sus disgustos, sus penas y sus alegrías. Había llorado en su hombro más veces de las que quería recordar. Josh la había visto sin maquillaje, en pijama, con resaca… Estar con él era como estar con Phoebe o Kate, tan cómodo como ir en zapatillas.

Pero, de repente, no se sentía cómoda con él y no entendía por qué.

En ese momento, Josh se dirigió hacia ella y Bella tomó un sorbo de champán para calmar los nervios. El mismo Josh de siempre. Era una tontería pensar que algo había cambiado entre ellos.

– ¿Estás bien?

– Sí, claro. ¿Por qué?

– Porque pareces un poco tensa. No sé… ¿Will y tú tenéis problemas?

Bella dejó escapar un suspiro.

– ¿Por qué te empeñas en que mi relación con Will sea un desastre? -le espetó, irritada-. Will es estupendo. Es increíblemente atractivo, generoso, inteligente, tiene éxito en la vida…

Era, pensó, angustiada. Cuando conoció a Will se volvió loca por él. ¿Por qué ya no podía sentir lo mismo?

– Ya, claro.

– Es que lo echo de menos. Y la casa está muy vacía sin Kate.

– Ya me imagino. ¿Vas a quedarte allí?

– Supongo. El alquiler es muy bajo. Phoebe no necesita el dinero… una de las ventajas de tener un marido rico, claro. Así que puedo pagar el alquiler yo sólita.

– Pues si Will es tan perfecto como dices, no sé por qué no te vas a vivir con él. ¿Es que no quiere comprometerse? -preguntó Josh, sarcástico.

– ¡Y eso lo dices tú! Tú, que nunca te has comprometido con nadie.

– Estoy esperando a la mujer perfecta -contestó él.

– De eso nada. Lo que pasa es que te da miedo.

– ¿Cómo puedes decir eso, Bella?

– Sí, sí, ya sé que viajas en convoyes por zonas de guerra, que rescatas gente de la montaña y todo eso.

Antes de abrir su propia empresa, Josh se dedicaba a dar apoyo logístico a las expediciones de organizaciones no gubernamentales y a otras como Cruz Roja Internacional. La mayoría tenían como objetivo ayudar en zonas en las que había ocurrido una catástrofe, pero también organizaban expediciones para personas que, sencillamente, querían vivir una aventura.

Bella no entendía por qué alguien pagara dinero para estar muerto de frío y de miedo durante un mes, pero el negocio de Josh iba viento en popa.

– Sé que has estado en muchas zonas de peligro, pero eso son riesgos físicos. ¿Te has arriesgado alguna vez de otra forma?

– Abrir mi empresa fue un riesgo -replicó Josh.

– Un riesgo económico, sí. Pero yo hablo de riesgos emocionales.

– Todos los riesgos son iguales. Tienes que mirar la situación de forma lógica, no emocional, y comprobar hasta dónde puedes llegar.

Cuando se ponía así de lógico, Bella se preguntaba cómo podían ser amigos.

– Y en cuanto a las relaciones sentimentales, nunca me ha parecido que mereciese la pena el riesgo -seguía diciendo él-. Pero no es una cuestión de tener miedo.

– ¿Ah, no?

– No todos somos como tú, Bella. No todo el mundo invierte su vida en una relación cinco minutos después de conocer a alguien. La experiencia debería haberte enseñado a ser más cauta, pero no. Apenas has salido de una relación desastrosa cuando ya te has embarcado en otra.

– Eso es mejor que no profundizar en ninguna relación y preguntarte siempre si has perdido la oportunidad de tu vida -replicó ella.

– ¿Y eso es lo que tienes con Will?

Bella levantó la barbilla, desafiante.

– Pues sí.

– Entonces, ¿por qué no vivís juntos?

– Porque nos va muy bien así. Todo el mundo necesita tener su propio espacio.

Josh no se molestó en esconder su incredulidad.

– ¿Tú? Pero si eres la persona más sociable que conozco. No creo que tú necesites tu propio espacio.

– A lo mejor no me conoces tan bien como crees -replicó ella, irritada-. De hecho, estoy deseando vivir sola. Llevo acostumbrándome desde que Kate conoció a Finn, así que ahora no me siento tan rara. Y aunque acabe compartiendo la casa con otra persona, no será lo mismo. ¿Dónde voy a encontrar a alguien con quien me lleve tan bien como con Phoebe y Kate?

– ¿Qué tal Aisling? -preguntó Josh.

Bella lo miró, sorprendida. ¿Aisling?

– ¿Yeso?

– Está buscando piso y seguro que os llevaríais bien. Yo diría que es perfecta para ti.

¿En qué planeta vivía aquel hombre? Bella lo miró, incrédula. ¿Creía que Aisling y ella podían llevarse bien? Evidentemente, Josh no la conocía tan bien como había creído.