– No te preocupes -insistió Aisling, mirando el anillo de compromiso-. Además, tal y como han ido las cosas, fue lo mejor que podía pasarnos. Si hubiese venido a vivir aquí, Josh y yo no habríamos descubierto que somos compatibles, ¿verdad, Josh?
– Es difícil saberlo -contestó él.
– Así que todo ha sido gracias a ti, Bella -sonrió Aisling, levantando su copa-. Gracias.
– Toma un canapé -murmuró ella, apartando la mirada.
– No debería -dijo Aisling, inspeccionando la bandeja.
– Es lo único que me ha salido bien, así que deberías probarlos.
– Bueno, probaré uno… Ah, muy rico.
– Toma otro.
– No, gracias -dijo Aisling entonces, tocándose el estómago-. Ya he visto el vestido de novia y no puedo engordar ni un gramo.
– ¿Ya has decidido la fecha de la boda?
Bella se sintió muy agradecida por la intervención de Phoebe. Posiblemente se había dado cuenta de que estaba a punto de tirarle encima la bandeja de canapés.
– En mayo. Yo creo que una boda en primavera sería preciosa, ¿no os parece?
Aisling parecía eufórica. Y no podía culparla. También ella lo estaría si Josh le hubiera regalado un anillo de compromiso. Pero no había anticipado que cada palabra sería como un cuchillo en su corazón.
– Perdonad. Tengo que ir a ver cómo va la cena -dijo, desesperada por esconderse.
Phoebe se quedó escuchando los planes de Aisling mientras Josh miraba su copa de champán con el ceño arrugado.
– No te preocupes -le dijo Gib al oído-. No sé por qué las mujeres insisten en tomar champán cuando hay algo que celebrar. Tómate eso, te serviré una cerveza.
Josh se tomó el champán obedientemente. Gib siempre conseguía hacerle sonreír. La cena no podía ser descrita como un éxito culinario (las cenas de Bella nunca lo eran) pero había mucho vino y buena compañía. Aunque Aisling no dejaba de hablar sobre la boda.
Cuando Bella se levantó para hacer café, Josh la acompañó con la excusa de que iba a echarle una mano.
– En caso de que no pueda decírtelo más tarde, gracias.
– Siento lo de la ternera -se disculpó ella-. Y lo de los profiteroles aplastados. Ha sido un desastre, ¿verdad?
– Estaba todo riquísimo -mintió Josh-. Además, eso da igual. Lo que importa es lo que has trabajado. Ha sido una noche muy especial y te lo agradezco. Y Aisling también -dijo entonces, abrazándola.
Bella le devolvió el abrazo con todo su corazón, pero se apartó a toda prisa para llenar la cafetera.
– ¿Sabes algo de Will?
– Lo veo de vez en cuando, pero ya no es lo mismo.
– ¿Te sigue doliendo?
Bella dejó de hacer lo que estaba haciendo y lo miró a los ojos.
– Sí, mucho.
Pero iba a tener que seguir adelante con su vida, se dijo a sí misma al día siguiente, mientras fregaba la monumental pila de platos. Lo que daría por un lavavajillas… Pero los milagros no existían. Aisling iba a casarse con Josh y, a juzgar por la conversación de la noche anterior, no pensaba dejarlo escapar:
– Dentro de una semana nos vamos a las Seychelles, así podremos comprobar si nos gusta para la luna de miel. Seguramente serán unas islas preciosas, pero puede que no haya mucho que hacer además de nadar.
– Los recién casados no suelen tener problemas para buscar cosas que hacer -rió Gib.
– Josh y yo no somos así -insistió Aisling, que todo se lo tomaba en serio-. Nosotros tenemos que escalar, navegar o hacer algo. Nos moriríamos de aburrimiento todo el día en la playa.
Bella intercambió una mirada de complicidad con Phoebe y Kate.
– Pues nosotras no.
Más tarde, cuando las tres estaban solas en la cocina, Phoebe tuvo que disimular la risa.
– Yo creo que odia hacer deporte.
Pero Bella no estaba de acuerdo. Aisling, como Josh, disfrutaba escalando o haciendo rafting. Y cuando terminase la boda del siglo, porque eso era lo que parecía, sería una buena esposa para él. Y eso significaba que tenía que calmarse. No más tristezas, ni más sueños de que todo podría ser diferente. Había llegado la hora de rehacer su vida.
Pero era más fácil decirlo que hacerlo. Bella fue a bailar, al cine, a fiestas, pero no podía dejar de pensar en Josh. Era en lo primero que pensaba al despertarse y en lo último que pensaba al acostarse. Y durante el día era una obsesión constante. Perdió peso, tenía ojeras… Kate y Phoebe se asustaron al verla una semana después.
– ¡Estás horrible!
– Gracias.
– En serio, Bella, no estarás enferma, ¿verdad?
«No, estoy enamorada», pensó ella.
– Es que estoy cansada. Necesito unas vacaciones, pero no puedo irme a ninguna parte. La factura de mi tarjeta de crédito es tan enorme que casi me desmayo al verla. Ojala alguien me regalase una semana de vacaciones en las Seychelles.
Una semana tumbada en la playa, sin hacer nada más que tomar el sol… Ni navegar, ni pasear, sólo tumbarse en la playa con los ojos cerrados… sí, eso le iría de perlas.
– Qué suerte tienen Josh y Aisling.
– ¿Cuándo se van? -preguntó Phoebe.
– Pronto, creo.
– No los he visto desde la cena. ¿Cómo está Josh?
A Bella se le encogió el corazón.
– No lo sé. Yo tampoco lo he visto.
– Qué raro que desaparezca. ¿No te ha llamado?
– Me dejó un mensaje para darme las gracias por la cena, pero no le he devuelto la llamada.
– ¿Por qué?
– Porque sólo quería darme las gracias.
– ¿Y qué?
– Que no tengo nada que decirle -contestó Bella, encogiéndose de hombros-. Además, no quiero molestarlo. Seguro que está muy ocupado con Aisling.
– Seguramente pensarán que no quieres saber nada de ellos -dijo Kate- ¿No querías hacerle creer que Aisling te cae bien?
– Sí, pero… es que necesito tiempo para acostumbrarme a la idea de que va a casarse.
– Has tenido tres semanas, Bella. Vas a tener que acostumbrarte de una vez.
Ella dejó escapar un suspiro.
– Lo sé.
El problema era que no podía imaginar una conversación normal con Josh cuando sólo podía pensar: «Te quiero, te quiero, te quiero». Aunque podría llamar y desearles feliz viaje.
– Le llamaré.
Afortunadamente, Phoebe y Kate dejaron el tema.
– ¿Qué podemos hacer para animarte? -preguntó Kate-. Mañana es viernes. ¿Por qué no vienes a cenar con nosotros? Te convendría comer un poco.
– Tengo una fiesta en Battersea -dijo Bella, sin entusiasmo.
Al día siguiente, cuando salió de trabajar, estaba menos entusiasmada todavía. Era una tarde oscura y fría de noviembre y, con aquel viento huracanado, su paraguas no servía de nada. No le apetecía ir a casa, arreglarse, salir a la calle otra vez y pasar la noche fingiendo que lo estaba pasando bomba.
Pero la alternativa era quedarse en casa echando de menos a Josh. A lo mejor una copa la animaba, pensó. Pero seguía intentando encontrar fuerzas para meterse en la ducha cuando sonó el timbre. Su corazón dio un salto mortal al ver a Josh en la puerta, empapado.
– ¡Josh! ¿Qué haces aquí?
– Tenía que verte.
No sabía qué decir. Estaba allí por instinto. No podía explicárselo por teléfono, tenía que verla personalmente. Pero cuando abrió la puerta se dio cuenta de que no sabía qué decirle. Allí estaba Bella, con su melena rubia, su falda corta y sus zapatos de tacón de aguja. Su Bella.
– Entra. Estás empapado -dijo, ayudándolo a quitarse la gabardina-. Siéntate. Voy a prepararte una copa.
Debía tener un aspecto terrible, pero ya se sentía mejor. Había algo increíblemente consolador en aquella casa y, especialmente, en aquella cocina llena de cosas.
– Gracias.
– Toma -murmuró Bella, poniéndole un vaso de whisky en la mano-. Y ahora, dime qué te pasa.
– Aisling me ha dejado -dijo Josh.
– ¿Que te ha dejado? ¿Cómo que te ha dejado?