– Lo que nos interesa a nosotros, al Departamento, reverendo, es conocer el carácter del muchacho. Tal vez eso nos dé una pista para tratar a otros jóvenes en su mismo caso.
– Siempre fue un chico muy emotivo. -El pastor meneó la cabeza-. Si se le pedía que hiciera una cosa, cualquier cosa, hacía todo lo contrario. Soy un hombre moderado, señor Denis, pero algunas veces… ¿ Sabe que cuando tenía sólo nueve años se peleó con otro niño? Maro tenía ya una mano en torno al cuello de su rival y empuñaba un cuchillo en la otra. Me presenté de manera insospechada. Si el Todopoderoso no me hubiera enviado para intervenir, habría matado al otro chiquillo.
– ¿Cómo lo sabe? Quizá sólo intentaba asustarle. Tal vez Maro sabía que usted andaba por allí cerca y le detendría.
– ¡Vaya! -El clérigo me lanzó una furiosa mirada-. Usted no conoce a Maro. Siempre ha sido violento. Hasta hace pocos años, me esforcé en vano por educarle en el temor al Todopoderoso. Entre aquel cuchillo y el corazón del otro niño no hubo nada que detuviera su acción, a no ser mi mano, guiada por la Providencia. Después de todo, señor Denis, ¿qué impide a las personas destruirse unas a otras salvo el temor a la cólera divina?
– La fe en la humanidad -murmuré involuntariamente, pensando en la respuesta que Maro habría dado.
– ¿Cómo dice?
– Nada. Pensaba en voz alta.
– Bien, le aseguro que precisé de mucho esfuerzo personal y de la inspiración divina para inculcar en el chico el temor al infierno. Gracias al cielo, al fin lo estoy logrando. Maro demuestra una tardía tendencia hacia la religión que me llena de esperanzas. ¿No sería glorioso que fuera llamado al sacerdocio?
Convine en que si y me despedí del reverendo Tyler. El aspecto religioso no concordaba en absoluto con Maro. Como tampoco el incidente del cuchillo. Si Maro hubiera querido de verdad apuñalar al muchacho, nada se lo habría impedido. Era demasiado rápido e inteligente. El reverendo no conseguiría detenerle. Maro le habría visto, oído, o husmeado mientras se acercaba. El verdadero problema radicaba en lo siguiente: ¿Por qué no había matado al chico? Ignoraba la respuesta. En lugar de ayudarme a comprenderle, mis investigaciones me enfrentaban a una naturaleza más compleja y variable que ninguna con las que me había enfrentado antes.
Sólo me quedaba una persona por ver, la que le conocía tal vez de manera más íntima. ¿Iba a proporcionarme ella la clave para entender el carácter de Maro?
Delia Brown residía en una habitación de alquiler entre la calle 127 y la avenida Lenox. Al principio, no quería permitirme la entrada.
– No soy ningún policía, Delia -aclaré-. Escucha, no te pido que me digas dónde está Maro. Ya le he visto, y he hablado con el doctor Landmeer y el reverendo Tyler. Ahora, necesito hablar contigo…
Delia abrió un poco más la puerta. Observé que llevaba un punzón en la mano.
– ¿Sobre qué? -preguntó.
Decidí correr el riesgo de revelarle la verdad.
– Sobre Maro. Desea que confíe en él, pero para eso he de conocerle bien primero… Oye, Delia, creo que si eres realmente su chica, no te hace falta eso en absoluto.
Mis palabras acertaron en el blanco. Me lanzó una mirada feroz y luego contempló el punzón que tenía en la mano. Al fin, dejó el instrumento sobre la mesa, se apartó de la puerta y se dejó caer en una silla, mientras yo entraba.
– ¿Así que le conoce? -dijo-. Bueno, no nos parecemos en nada. Maro es un necio. Puede decírselo de mi parte, si quiere.
– ¿De manera que Maro confía en las personas? ¿No tiene miedo de ellas?
– No hay nada en el mundo que le inspire temor. -Esbozó un gesto de indiferencia-. Es demasiado sencillo y confiado para temer a alguien, y tan infantil…
– En ese caso, ¿por qué finge el miedo? ¿Por qué se muestra tan salvaje y violento?
– ¿Salvaje y violento? ¿Maro? -Sus ojos se abrieron desmesuradamente. Se echó a reír-. ¡Dios mío! Pensaba que sabía usted cómo era en realidad. Por la forma en que hablaba… ¡Pero si es el alma más pacífica de la tierra! Incapaz de matar una mosca.
La descripción no se aproximaba demasiado al Maro que yo conocía. No se ajustaba a la imagen del muchacho que había aplastado su puño contra mi cara y me había pateado las costillas la primera vez que nos vimos. Me sentía más y más como un necio. En cada ocasión en que estaba a punto de captar su imagen, se me escurría como un trozo de jabón mojado. Tampoco ella sabía nada de él.
– De hecho, ninguna de las personas próximas a él le conocía de verdad. Les escondió su percepción multisensorial y empezaba a sospechar que también les había ocultado cuidadosamente toda cualidad de su carácter que no concordara con las diferentes imágenes que se habían forjado de él.
– … Un niño desamparado -continuaba Delia-. Tengo que protegerle de si mismo. Maro dejaría que la gente le pisoteara, aprovechándose de su buen carácter, si yo no me encargara de sermonearle de continuo. La semana pasada, le dio a un desconocido su último dólar. ¿Se lo imagina? A un perfecto desconocido. Maro me necesita para cuidarle y atenderle. Pero va mejorando. Le he convencido para que se aparte de las malas compañías…, de esos chicos que le influyen para que haga cosas incorrectas. Es un tonto tan confiado…
Delia me agarró de la manga.
– Bueno, no quiero decir eso exactamente -prosiguió-. Podría convertirse en alguien muy especial, de encontrar el tipo de mujer adecuado, que le diera el tipo adecuado de amor. Está cambiando, adquiriendo sentido común. Y si hay una cosa en este mundo que necesite un hombre, es sentido común. No sé qué tipo de trabajo quiere ofrecerle a Maro. De todos modos, puede confiar en él para todo. -Rió con desgana-. Señor Denis, ese chico no sabe lo bastante de la vida para ser deshonesto. Nadie le ha contado nunca la verdad sobre Papá Noel.
Escuchando a Delia, mientras observaba nuestro reflejo en el empañado espejo del tocador, comprendí de pronto el secreto de Maro. Todo encajaba. Maro, con su extraña facultad de percepción, captaba al instante los sentimientos de la otra persona y lo que pensaba de él. Y el muchacho se limitaba a adoptar el tipo de carácter que esa persona le prestaba. Un cambio de coloración protector.
Maro no era más que un espejo.
El doctor Landmeer le consideraba un neurótico en el que no se debía confiar, porque eso afirmaba la medicina sobre su caso. Y como el doctor pensaba que lo estaba curando, Maro mejoraba. El reverendo Tyler le juzgaba un alma perdida. Y como el reverendo creía avanzar en el camino de su salvación, Maro se volvía religioso. Para Delia, que veía en él un joven sencillo necesitado de su cuidado y protección, Maro era como un niño. Y puesto que Delia se veía dándole fuerzas para enfrentarse al mundo, Maro crecía.
Maro era todas esas cosas y ninguna de ellas. Ofrecía a cada persona la parte de su ser que correspondía. Para mí, había sido una criatura salvaje, extraña y violenta, y por lo tanto se mostraba conmigo salvaje, extraño y violento. No confiaba en él, y Maro reflejaba esa desconfianza. En un momento dado, temí que me asesinara. Y en consecuencia…
Durante todo el camino de regreso a mi casa, evalué lo que había aprendido. Tanto si los insólitos dones de Maro habían nacido a causa de una mutación genética como si no, existían pocas dudas en mi mente respecto a que los inusuales acontecimientos de su infancia contribuyeron al desarrollo de sus sentidos de mutante. Precisamente por tal razón le necesitaban ellos. Maro provenía de un incidente en las leyes de la herencia, agravado por un ambiente especialmente hostil, una combinación que jamás volvería a producirse. Le necesitaban y debía irse con ellos. Dependía de mí el lograrlo.
Había descubierto un ciclo extraño. Se podía confiar en Maro… Yo podía poner en él una fe total…, siempre que lo creyese honestamente. Imposible fingir. Maro advertiría la simulación, y eso resultaría fatal. Debía poner mi vida en sus manos…, o bien olvidarme de todo el asunto.