Capítulo VIII
De pronto la fuerza que empujaba hacia el vacío a Lorencito Quesada cesó y sus pies volvieron a tocar el suelo. Ahora recibió una palmada tan violenta en la espalda que el corazón agitado pareció que se le saldría por la boca, y al volverse para ver a su enemigo encontró una cara ancha, enrojecida y jovial que reía a carcajadas, una voz con el acento inconfundible de Mágina, la cara y la voz de un paisano y un amigo, nada menos que Pepín Godino, el secretario del Hogar de Mágina en Madrid, joven emprendedor y bromista incorregible, de una simpatía arrolladora.
– ¡Insigne Quesada! -dijo Pepín Godino, abriendo mucho los brazos, pero en vez de abrazarlo lo que hizo fue repetir una de sus típicas bromas, propinándole un uppercut en el hígado con los dedos índice y corazón de la mano derecha, e inmediatamente después, cuando Lorencito Quesada ya empezaba a doblarse como un boxeador derrotado, lo estrechó cariñosamente y le redobló en la espalda con las palmas de las manos abiertas, y luego lo echó hacia atrás, y lo sostuvo por los hombros mientras Lorencito se tambaleaba, aturdido por tanta simpatía-. ¡Glorioso Lorencito, inconmensurable estrella de nuestro periodismo! ¡Pillín redomado! ¿Vienes de incógnito a Madrid a la caza y captura de alguna exclusiva? ¿O has venido para echar una canita al aire? ¡Pero no te pongas colorado, Quesada, que, como yo digo, nada humano me es ajeno!
Pepín Godino era pelirrojo, relleno, de una gran elegancia, adquirida sin duda al cabo de muchos años de vivir en Madrid, donde se dedicaba a la representación, -también llamada management- de artistas, especialmente del ramo de las variedades arrevistadas y el espectáculo cómico taurino. En la solapa de su chaqueta llevaba siempre un escudo de nuestra cuidad adornado con diminutos brillantes, y en el alfiler dorado de su corbata destacaba una perla tan grande que debía de ser valiosísima. Solía envolverlo un delicado aroma a colonia Varón Dandy y a tabaco rubio mentolado, y en el dedo meñique de su mano derecha resaltaban por igual una sortija de plata con la imagen de nuestra Patrona y una uña limpísima de unos cuatro centímetros.
– Así que te escabulles, sagaz Quesada, y no quieres decirme a qué has venido a la metrópoli…
– Para un reportaje, -balbuceó Lorencito-. Un reportaje sobre Jesús de Medinaceli…
– ¡Ah perillán, repórter Tribulete! -Pepín Godino le dio otro golpe cariñoso en la espalda y luego lo sostuvo del brazo para que no se cayera-. El viejo truco del reportaje en Madrid… ¡Viaje en litera, dietas, hoteles de una y dos estrellas, gastos a justificar! ¿Y estamos aquí parados, en medio del Viaducto, en seco, como yo digo? ¿A qué esperamos para refrescarnos la garganta? ¡A estas horas el tema cañas es fundamental!
– ¿Qué te parece si la tomamos aquí? -Lorencito Quesada señaló una taberna de aspecto antiguo, llamada El Anciano Rey de los Vinos, imaginando que sería económica. Pero Godino se negó a entrar allí y siguió arrastrándolo del brazo.
– ¡Nada de antiguallas, Quesada! Eso es un sitio para pobres. Te voy a llevar al Gran Café de Oriente, que está aquí al lado, en el marco incomparable del Palacio Real. Como yo digo, un día es un día. Pero cuéntame algo, que te veo muy callado. ¿Cómo sigue nuestra Mágina inmarcesible, nuestra Salamanca chica, nuestra perla del Renacimiento? Ardo de impaciencia porque llegue la Semana Santa y ese amanecer en que veremos salir al Santo Cristo de la Greña… Aquí en Madrid se vive muy bien, y todo lo que quieras, pero en cuanto se acerca el Domingo de Ramos ya me parece que oigo las bandas de tambores y trompetas y que huelo a incienso y a cera, y te lo juro, Quesada, se me pone un nudo en la garganta, y ya ni Madrid ni nada.
– Es que como el pueblo de uno… -dijo Lorencito.
– ¡Ése es el tema, Quesada, celebérrimo! -Pepín Godino se detuvo cuando llegaron frente a la primera esquina del Palacio Real. Con un ademán grandioso señaló el edificio, los jardines, los arbolados lejanos sobre los que surgían los rascacielos blancos de la plaza España-. Pero tampoco me negarás que, como yo digo, Madrid es mucho Madrid. ¡Mira qué rascacielos, qué circulación automovilística, qué Palacio Real! De aquí a la torre de Madrid cabe Mágina entera… ¿Y qué me dices del mujerío, y del tema cultural, que al fin y al cabo es a lo que tú y yo nos dedicamos?
– ¿Pero es que ya has dejado lo de las compañías de revista y el Bombero Torero?
– ¡Dinamismo, Quesada, evolución! -Pepín Godino sacó una cartera opulenta y extrajo de ella una tarjeta de visita: J. J. Godino. Asesor Técnico Cultural. Infraestructura de espectáculos. Gran Vía, 64-. ¡Hoy en día el tema palpitante es la cultura, y Madrid es, como yo digo, la capital cultural de Europa! ¡Por no hablarte de Expo 92 y de las Olimpíadas de Barcelona…! ¡Los tiempos entrañables del teatro chino Manolita Chen y las revistas de Colsada se acabaron, Lorencito! ¡Ahora me dedico a la vídeo-danza, a las performances, al tema de la expresión corporal, que es el último grito en los municipios periféricos! ¿Sabes qué pelotazo estoy preparando para el Hogar de Mágina en Madrid? ¡Una exposición de esculturas abstractas hechas de cerámica y de esparto! A condición, claro, de que nuestro ayuntamiento se retrate en el tema subvención…
Por una avenida con estatuas de los reyes godos llegaron al Café de Oriente. Con su característica caballerosidad, Pepín Godino sostuvo la puerta de cristales mientras pasaba Lorencito. El Café de Oriente lo impresionó: columnas con capiteles dorados, espejos, veladores de mármol, paredes forradas de terciopelo, camareros a la antigua, con pajarita y mandil blanco hasta los pies. Algo amedrentado, Lorencito se dejó guiar hasta un cómodo diván del fondo por Pepín Godino, observando que saludaba a los camareros por sus nombres, si bien ellos, muy atareados, no tenían tiempo de responderle.
– ¡Y ahora pasamos al importante tema alimenticio! -dijo Godino, arrellanado en el diván y manejando la carta, después de apurar velozmente una jarra de cerveza-. ¿Qué te apetece, excelentísimo plumilla? ¡Pero alto, que ya te veo venir! ¡En Madrid hay que olvidarse de esos ricos potajes que son, como yo digo, la salsa de nuestro acervo culinario! Se impone el tema sándwich, el tema canapé! Comida rápida y nutritiva para soportar el stress. Aquí dan un caviar y un salmón de primera, por no hablarte de los vinos…
Un camarero se acercó y tras una profunda reverencia estuvo tomando nota de todas las cosas que pedía Pepín Godino. Lorencito Quesada envidió un poco melancólicamente sus conocimientos gastronómicos, sus cavilaciones a la hora de elegir un cierto tipo de caviar o una marca de vino. Era, pensó, el clásico don vivant. Sin parar de comer, sin duda por el frenesí que impone a todo el mundo la vida madrileña, Pepín Godino lo puso al tanto de sus múltiples tareas como asesor técnico-cultural, así como de sus proyectos de cara a la promoción de la Semana Santa de Mágina en el mundo, de cara al 92: se encontraban muy avanzadas las negociaciones con la Renfe para transportar a Madrid todos los tronos procesionales de nuestra ciudad, en una de esas plataformas que habitualmente se usan para el transporte de coches… ¡Las procesiones de Mágina desfilarían por la Castellana, y el director general de Televisión, íntimo amigo, al parecer, de Pepín Godino, había prometido su transmisión en directo!
– ¿Y qué me dices del tema periodismo? -dijo Pepín Godino, casi al final del banquete, que a Lorencito Quesada, porque extrañaba todos aquellos alimentos, no había hecho sino agudizarle el desconsuelo del estómago-. ¿Piensas pasarte toda la vida de corresponsal de Singladura? Ya que estás aquí, yo puedo presentarte a personas muy influyentes… ¡Tico Medina, Yale, Emilio Romero, Alfonso Sánchez…!
“Pues yo creía que Alfonso Sánchez había muerto”, estuvo a punto de insinuar Lorencito, pero su habitual timidez se lo impedía. Pepín Godino engulló una gran cucharada de caviar y luego se limpió los dientes con la uña del meñique, haciéndose pantalla, por delicadeza, con la otra mano.