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—Para conquistarlo —dijo Toller, lamentando ya haber sacado aquel tema—. El deseo de conquistar y dominar…

—Ése es un comportamiento tribal, Toller Maraquine. No ocurre entre comunidades civilizadas —Divivvidiv volvió a atender a la elección de sus cubos de comida.

—La complacencia es la enemiga de…

Toller, a pesar suyo, fue incapaz de completar lo que pretendía que fuese un aforismo. Al aumentar su inquietud, manipuló la máquina de aire, diluyendo una nueva proporción de sal de fuego en agua dentro de su depósito de tela metálica. Divivvidiv había mostrado especial interés en aquel artilugio al iniciar el vuelo, y había explicado que el aire estaba formado por una mezcla de gases, uno de los cuales, el oxígeno, sustentaba la vida, alimentaba el fuego y provocaba la oxidación del hierro. Cuando la sal de fuego entraba en contacto con el agua, desprendía grandes cantidades de oxígeno, permitiendo así que la tripulación de la nave pudiera sobrevivir durante largos viajes a través del vacío interplanetario. Toller había tomado nota del nuevo conocimiento científico, para beneficio de quien pudiera interesarse a su vuelta a Prad, a pesar de que no se entretuvo en especular qué posibilidades tendrían de recibirla.

Hubiera sido bastante sencillo llevar la nave hasta un nivel en que el aire circundante fuese respirable, apagar el motor principal y saltar. De esta forma se hubieran tirado desde una nave casi estática, y toda la operación de meterse dentro de las bolsas de descensos y de atarse unos a otros hubiera resultado relativamente fácil. Sin embargo, Divivvidiv había objetado que la nave inerte seguiría aproximadamente la misma trayectoria a través de la atmósfera que los tres paracaidistas, alcanzando la superficie como una bomba que podría cobrarse vidas dussarranas.

Toller no se había preocupado excesivamente ante tal perspectiva —consideraba a toda la población como enemigos implacables—, pero había aceptado la objeción pensando en que su posición a la hora de pactar podría verse comprometida por la pérdida innecesaria de vidas. También estaba la consideración de que quería aterrizar discretamente, y no con el acompañamiento de una gran explosión.

Por esas razones la nave había sido inclinada después de entrar en la atmósfera y había tomado una dirección que, según Divivvidiv, le permitiría caer inofensivamente en el mar. El motor principal estaba aún en funcionamiento, con los mandos ajustados en la posición de mínima fuerza propulsora, y ahora Toller y Steenameert se encontraban con el problema de no perder a su prisionero mientras abandonaban una nave que alcanzaba una velocidad considerable. Divivvidiv, al ser mucho más ligero que ellos, caería por el aire a menor velocidad. Sólo tenía que lograr soltarse de ellos una vez, y las leyes de la física se encargarían de que su fuga se viera favorecida a medida que se incrementase la separación vertical entre él y los humanos.

Toller era muy consciente del problema, y había insistido en que se atasen los tres con una fuerte cuerda antes de abandonar la nave. Había sólo una salida, que se encontraba en la sección media, y su tamaño era el mínimo posible, con objeto de preservar la resistencia estructural de la cubierta. En consecuencia, los tres se habían visto obligados a juntarse estrechamente en una desagradable intimidad mientras Toller corría los lubricados pestillos. La puerta era un cono truncado, de forma que la presión interior la adhiriese más fuertemente a las juntas del marco, e hizo falta toda la fuerza de su brazo libre para desencajar el disco de madera hacia el interior de la nave.

Una rugiente ráfaga de aire helado azotó el traje de Toller. Asiendo con fuerza la figura menuda de Divivvidiv y el brazo de Steenameert que le rodeaba se lanzó junto a ellos a la fría y blanca luz del sol.

Se encontraron dando tumbos en la estela de la nave. Un instante después sus oídos fueron atacados por un bramido entrecortado y todo su universo se trastocó en un blanco cegador al quedar envueltos en los gases sofocantes de la cola de condensación. El molesto deslumbramiento persistió durante unos segundos, y después siguieron a la deriva en el estéril aire soleado, a cientos de kilómetros sobre la superficie de Dussarra.

Alrededor de ellos había todo un muestrario de estrellas, galaxias y cometas helados, en el cual los gases despedidos formaban una nube resplandeciente a medida que, siguiendo un curso caprichosamente estable, la nave fue disminuyendo de tamaño hasta perderse de vista. La única manera de que pudieran volver ahora a su mundo era usando la magia del alienígena como medio de transporte; sin embargo en ese momento Toller tenía poco tiempo para meditar sobre la situación.

Caer a la deriva desde la atmósfera superior de un planeta, sin nada más que miles de kilómetros de aire abriéndose por debajo, era una experiencia escalofriante, incluso para un veterano navegante de Kolkorron; Toller sabía que sería aún peor para Divivvidiv. El alienígena no temblaba, pero los movimientos de sus brazos y piernas parecían descoordinados, y no emitía ni la menor señal de comunicación mental.

—Metámoslo dentro de su bolsa de descenso, antes de que todos nos muramos congelados —dijo Toller.

Steenameert asintió con la cabeza y los dos se acercaron a Divivvidiv mediante la cuerda que los unía. El voluminoso paracaídas del alienígena resultó un estorbo para la tarea de cubrirle hasta la cabeza con el saco forrado de lana, y ajustar los diversos cierres además del anillo de ventilación.

—Esto es más cómodo de lo que esperaba —les dijo Divivvidiv—. Puede que hasta me duerma y sueñe durante la caída. Pero ¿qué pasará si tengo dificultades para salir de la bolsa cuando llegue el momento de usar el paracaídas?

—Tranquilízate —le gritó Toller por el cuello de la bolsa—. No dejaremos que te estrelles.

La bufanda que le cubría la cara estaba empezando a quedarse tiesa por las exhalaciones heladas, y estaba empezando a temblar a pesar de la protección del traje espacial. Se separó del alienígena y comenzó a meterse en su bolsa, operación que llevó a cabo torpe y lentamente por la presencia de su espada. Se sintió extrañamente culpable al darse cuenta de que estaba deseando conciliar el sueño amparado por la comodidad y el agradable calor de la bolsa.

En cuanto se hubo enfundado, cerró los ojos y se dispuso a dormitar. Caían hacia el planeta, pero aún pasaría bastante rato antes de que ganasen velocidad suficiente como para ocasionar sonidos en la corriente de aire. De momento todo estaba en silencio. Estaba muy cansado, y nada le requería…

Toller se despertó tras un tiempo indeterminado, y supo al instante que afuera todo era oscuridad. La sombra de Dussarra se había desplazado hasta abarcar a las tres manchas de vida que, habiéndose rendido a la gravedad del planeta, seguían su largo peregrinaje desde el espacio. Sintiendo una repentina curiosidad por el aspecto nocturno del planeta, Toller se estiró, abrió el cuello de la bolsa y se asomó para atisbar.

Vio las figuras informes que representaban a Steenameert y Divivvidiv cerca de él, recortadas sendas siluetas sobre los resplandores plateados del universo; pero su mirada fue atraída y absorbida por el espectáculo del enigmático planeta que se desplegaba bajo él. El hemisferio visible estaba básicamente oscuro, con sólo una fina línea de resplandor blanco azulado adornando el borde oriental. Toller había visto Land y Overland en condiciones similares muchas veces, pero allí las zonas donde la noche dominaba siempre habían estado caracterizadas por una negrura somnolienta sólo suavizada por los reflejos astronómicos. No estaba preparado para la visión, por primera vez, de la noche de un planeta donde vivía una civilización técnicamente avanzada.

Las principales masas de tierra, que parecían insignificantes a la luz del día, eran redes centelleantes de luces amarillas. Las islas parecían más brillantes en comparación con la oscuridad circundante, pero incluso los océanos estaban abundantemente salpicados de puntos brillantes que crearon en la mente de Toller la imagen de barcos gigantescos, tan grandes como ciudades, dedicados al comercio general. El planeta parecía una gran esfera metálica agujereada en millones de lugares, emitiendo luz desde una fuente interior.