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Toller estuvo mirando hacia abajo durante largo rato y después, sintiéndose aturdido e incómodo, se levantó el cuello de la bolsa sobre la cabeza y lo cerró para dejar fuera el entrometido frío.

Supo que había sido engañado y conducido a una trampa en el mismo momento en que sus pies tocaron el suelo.

Los tres paracaídas se abrieron casi al unísono sobre un negro paisaje nocturno. No había viento que pudiera complicar el aterrizaje para el inexperto Divivvidiv, y Toller sintió resurgir su antiguo optimismo en el momento en que el trío se hundió en la extensión de hierba iluminada por las estrellas. Estaba preparado para un leve impacto, la sensación de sus botas aplastando la blanda vegetación, el tacto y el olor de la hierba…

Todas las señales visuales habían permanecido inalteradas. Según la evidencia de sus ojos, Toller había aterrizado en lo que podían haber sido las ondeantes sabanas de su planeta. Steenameert y Divivvidiv estaban a su izquierda, no lejos de él. Los dos permanecían de pie en la hierba; y sin embargo Toller sentía un duro suelo de piedra o algo similar bajo sus pies. Los tres estaban solos en la enorme extensión de una pradera desierta; y sin embargo podía oír movimientos a su alrededor, sentir la presión de otras mentes.

—Defiéndete, Baten —gritó, desenfundando la espada—. ¡Nos ha traicionado!

Se volvió hacia Divivvidiv, resoplando de rabia, pero la envuelta figura del alienígena ya no era visible. Era como si hubiera dejado de existir.

—Baja el arma, Toller Maraquine —el tono de Divivvidiv era a la vez amable y despreciativo—. Estás rodeado por más de mil oficiales de estabilidad, muchos de ellos armados, y cualquier acción hostil por tu parte significará tu muerte.

Toller sacudió la cabeza y habló con un gruñido.

—Puedo llevarme a muchos de ellos conmigo.

—Posiblemente, pero en tal caso nunca volverás a ver a la mujer. Se encuentra a pocos kilómetros de aquí, y en cuestión de minutos estarás con ella. Vivo, posiblemente puedas prestarle algún servicio o consuelo; pero muerto…

Toller dejó caer la espada, la oyó retumbar contra el pavimento de piedra, y sus ojos se llenaron de lágrimas de frustración.

Capítulo 14

Hasta que Toller y Steenameert no estuvieron sometidos a la presión de las muchas manos, y sus muñecas atadas a la espalda, las escamas de los alienígenas no fueron retiradas de sus ojos. Esto permitió el paso al cerebro de las comunicaciones retinales sin ser afectadas por las fuerzas externas, y de repente los dos kolkorroneses pudieron ver con normalidad otra vez.

Era aún de noche, pero los prados iluminados por el resplandor de las estrellas habían sido reemplazados por un complejo decorado de edificios débilmente iluminados a una distancia media, y varias hileras de figuras dussarranas en las sombras del primer plano. Toller supuso que estaban cerca del centro de una enorme plaza. Los edificios circundantes estaban delineados por suaves curvas —lo que contrastaba con la arquitectura rectangular de su planeta natal—, y sus contornos eran interrumpidos por delgados árboles que se balanceaban continuamente, a pesar de que el aire húmedo de la noche permanecía perfectamente inmóvil. El único elemento familiar que Toller descubrió fue la cara de Steenameert, vuelta hacia él, sobresaliendo de un mar bullente de laboriosas y activas figuras vestidas de negro.

—Por lo visto, has ganado —dijo Toller, esforzándose por mantener firme la voz—. La brujería vence a la fuerza.

Divivvidiv se acercó un poco a través de la muchedumbre de olorosos cuerpos.

Por tu propio bien, Toller Maraquine, olvida tus primitivas ideas sobre brujería. No se trata de ningún truco. Lo que es normal para mi pueblo a ti te parece mágico, pero eso es sólo porque estamos más avanzados en todas las ramas del saber.

—Cuando los hombres son engañados por sus propios ojos es como si fuera magia.

—Eso fue sencillo. Cuando estuve lo bastante cerca del suelo reclamé la ayuda telepática de algunos de mis compañeros. Al superaros a ti y a tu compañero en número, fuimos capaces de dictar lo que veíais, del mismo modo que una multitud puede sofocar una voz solitaria. Nada de magia hay en ello.

—Pero no puedes negar que la suerte estuvo de tu lado —protestó Toller, sintiendo que le empujaban hacia un vehículo que acababa de llegar—. Aterrizar donde lo hicimos, tan cerca de una ciudad, en medio de tus lacayos… Eso, o es magia, o es una suerte increíble.

—Ninguna de las dos —Divivvidiv y Toller perdieron el contacto visual entre la presión de los cuerpos, pero las palabras silenciosas del alienígena seguían siendo claras—. En cuanto di aviso de lo que estaba ocurriendo, mi gente tomó el control de los vientos locales y nos guió a este lugar. Ya te lo dije al principio, Toller Maraquine: tu misión no tenía ninguna posibilidad de éxito. Ahora volveré a mi puesto, o sea que es poco probable que volvamos a vernos; pero no tenéis que temer por vuestra vida. A diferencia de vosotros los Primitivos, nosotros no…

Extrañamente en Divivvidiv, la calidad incisiva de su proceso mental se desvaneció. Hubo un momento de confusión, con matices que Toller identificó vagamente como de sentimiento de culpa, después el contacto telepático se rompió. El concepto de la telepatía era tan nuevo para Toller, que se sintió aturdido por el hecho de pensar en tales términos; pero le quedó la convicción de que el alienígena había sufrido una inesperada crisis de conciencia, quizás provocada por la tensión de la caída desde el espacio.

¡Culpa! La palabra era como un mosquito malévolo merodeando y zambulléndose en la confusa conciencia de Toller. «¿Me habrá mentido el cara gris? ¿Estaremos siendo engañados? ¿Estaremos siendo mansamente conducidos a nuestra propia muerte?»

De forma inexperta y torpe, trató de llegar hasta la mente del dussarrano que conocía, pero sólo encontró un silencio mental resonante. Divivvidiv se había retirado, y no había tiempo para meditar sobre lo pasado.

El vehículo que había asomado a través del firmamento nocturno de la ciudad alienígena parecía poco más que un enorme huevo negro vertical, flotando a un palmo por encima del uniforme suelo. De repente apareció una abertura, sin la ayuda aparente de ningún mecanismo que Toller pudiera ver. La cascara estaba completa y, en el instante siguiente, había una entrada circular que conducía a un interior rojo resplandeciente. Un montón de manos le empujaron junto con Steenameert hacia adentro.

El primer instinto de Toller fue resistirse con todas sus fuerzas, pero una parte de él creyó que Divivvidiv no era totalmente su enemigo. Era una débil esperanza, basada en ciertos indicios del pensamiento y en la idea de que el alienígena podía tener algún sentido del humor; pero era la única estrella que le quedaba para guiarse.

Dándose empellones contra Steenameert se introdujo en el vehículo, sintiendo que se mecía suavemente bajo su peso. La puerta desapareció, como metal fundido cerrándose en respuesta a la tensión superficial, y una presión repentina bajo sus pies le hizo saber que el vehículo se estaba elevando hacia el cielo nocturno. No había asientos, pero eso no tenía ninguna importancia en el angosto interior, porque los gruesos trajes espaciales acolchados de los dos kolkorroneses llenaban prácticamente todo el espacio disponible. Era más sencillo permanecer de pie. Hacía rato que Toller sentía calor, pero sólo se dio cuenta de ello cuando unas furtivas gotas de sudor se deslizaron por su espalda.