—Ni una palabra. Nos tratan como si fuéramos animales en un zoológico.
—Supongo que el espantapájaros con el que me topé me aleccionó a mí porque quería ganar tiempo para conservar la vida —Toller miró con desagrado las galerías de la cúpula que le rodeaban—. ¿Cuándo se comunican con vosotros?
—Hay uno que, por lo que parece, se le conoce como el Director —replicó Jerene—. Éste a veces nos habla durante horas, siempre preguntándonos sobre nuestras vidas en Overland, sobre nuestras familias, nuestras comidas, los sistemas de agricultura y ganadería, las diferencias entre la vestimenta de hombres y mujeres… Nada le parece demasiado trivial.
»Después hay otro, posiblemente una mujer, que nos da órdenes…
—¿Qué clase de órdenes?
Jerene se encogió de hombros.
—Cuándo debemos salir de nuestras celdas, cuándo bajar aquí, al piso principal… ese tipo de cosas. Permanecemos aquí mientras los monstruos abastecen nuestras celdas con más comida y bebida.
—¿Os visita alguna vez en persona ese supuesto Director? ¿Vienen alguna vez a inspeccionaros algunos dussarranos que parezcan ser figuras importantes de su sociedad?
—Es difícil saberlo. A veces vemos grupos de monstruos detrás de esa separación — Jerene señaló una estructura de vidrio con forma de caja que cerraba una de las entradas de la cúpula; después miró reflexivamente a Toller—. Pero… ¿por qué preguntas esas cosas, Toller?
Toller le sonrió ligeramente.
—He perdido un perfecto rehén, y ahora estoy a la caza de otro.
—Pero… después de lo que nos has dicho, es imposible escapar de aquí.
—En eso te equivocas —dijo Toller serenamente, adquiriendo una expresión sombría—. Es posible escapar de cualquier fortaleza… siempre que uno se lo proponga con ahínco, siempre que uno este dispuesto a arriesgarse a hacer la última escapada.
Toller y Steenameert estaban discutiendo sobre los métodos tradicionales y modernos de construir muebles, centrándose especialmente en el diseño de las sillas.
—No olvides que tenemos hierro sólo desde hace unos cincuenta años —dijo Toller—. El diseño de puntales y cuadrales mejorará; el diseño de los tornillos mejorará.
—Eso tiena poca importancia —replicó Steenameert—. Los muebles deben considerarse una forma de arte. Una silla debe ser una escultura además de un artilugio para sostener culos gordos. Cualquier artista te dirá que la madera sólo debería combinarse con madera. Las espigas y la cola de milano son naturales, Toller, y no sólo son más fuertes que los híbridos de madera y metaclass="underline" tienen una perfección que…
Steenameert continuó hablando, mientras Toller se arrodillaba y examinaba el suelo de la galería con una aguja sacada de su bolsa de emergencia. Toller levantó la vista hacia él y sacudió la cabeza, indicando que la construcción del suelo era demasiado fuerte como para poder romperse por un sorpresivo ataque de alguien que se encontrase debajo.
Estaban en una parte de la galería directamente encima de la separación donde, según la teniente Pertree, a veces se situaban grupos de dussarranos para observarles.
—Sí, pero incluso desde la Migración los ricos han podido emplear los servicios de ebanistas competentes —dijo Toller al incorporarse—. Seguramente para un ciudadano normal y su familia es mejor tener algo donde apoyar el culo (y dudo que muchos de éstos sean gordos), que tener que estar en cuclillas sobre el suelo.
Toller y Steenameert hablaban abiertamente sobre el diseño de muebles, un tema que evocaba imágenes mentales de juntas y armazones, al tiempo que buscaban algún punto débil en la estructura de su prisión. Continuaron la supuesta polémica mientras bajaban por las escaleras hacia la separación de vidrio. Eran novatos, auténticos primitivos en el mundo insondable y tenebroso de la comunicación telepática; pero ya habían aprendido lo suficiente de su experiencia con Divivvidiv como para adivinar que los alienígenas eran vulnerables y podían ser engañados. Era probable que esos intentos pudieran ser escuchados en los procesos mentales más internos, pero los kolkorroneses eran guerreros, y tenían talento para enfrentarse a enemigos de confusa apariencia.
—No puedes negar que las puertas han mejorado con las bisagras y accesorios de hierro —dijo Toller, al llegar a la separación.
En general, resultaba curiosamente similar a lo que habría construido un artesano de Land u Overland para el mismo propósito. Era una estructura rectangular de tres elementos, con un lateral adherido a cada lado de la entrada a la cúpula. Las tres caras del rectángulo iban desde el suelo hasta la parte inferior de la primera galería, y estaban hechas de vidrio desde el nivel de la cintura hasta arriba.
Aun comentando el desarrollo histórico de la carpintería en su planeta, Toller se inclinó de forma aparentemente casual sobre una de las esquinas de la estructura y notó que se desplazaba ligeramente. Sobrepasaba por la cabeza y los hombros a todos los alienígenas que había visto, y además era mucho más corpulento, por lo que podía estimar que su cuerpo debía pesar al menos el triple que el de un dussarrano medio. Su fuerza física podía ser considerada aun superior, debido a las diferencias en la densidad muscular. Estos hechos lo convertían en una potencia a la que Divivvidiv y los de su especie no debían estar acostumbrados a enfrentarse. Había bastantes posibilidades de que una estructura que un dussarrano considerara como una barrera formidable pudiera ser derribada por una embestida de Toller y Steenameert.
Los captores alienígenas contaban con innumerables ventajas frente a los pocos kolkorroneses, pero Toller tenía la esperanza de que se confiaran demasiado, de que estuvieran demasiado seguros de sí mismos. Sus mejores pensadores parecían gastar sus energías en remotas abstracciones —tales como la disolución de las galaxias—, mientras despreciaban amenazas más inmediatas. Eran como ilustres reyes que preparaban sus defensas contra un enemigo global, y mientras tanto se olvidaban del lacayo con el frasco de veneno o de la sonriente concubina con su fina daga…
—Admito que tienes razón respecto de las puertas y demás estructuras semejantes, pero esos son casos especiales —decía Steenameert, asintiendo expresivamente al tantear un panel con el pie—. Allí el metal tiene una función natural; en cambio, cuando se trata de sillas o mesas, siempre está de más.
—Ya veremos —replicó Toller, mientras continuaban su ocioso recorrido por la cúpula.
Llevaban encerrados un tiempo indeterminado, apenas unas pocas horas, pero la naturaleza impaciente y turbulenta de Toller empezaba ya a rebelarse contra la monotonía de la reclusión. Una voz telepática con un indefinido matiz femenino se había dirigido a él y a Steenameert en sus celdas particulares de la primera galería. Toller había inspeccionado la suya brevemente y después, mostrándose no cooperativo por principio, había anunciado que la suya no le gustaba e iba a utilizar otra. Como las celdas eran idénticas y ni siquiera tenían puertas, no había ninguna razón para preferir una a otra, pero la reacción que había esperado provocar no se produjo.
Estuvo tumbado durante un rato en el rectángulo esponjoso que era su cama, pero en seguida se había aburrido. Intentó visitar a Vantara; tenía la esperanza de que su actitud hacia él habría cambiado una vez supiese por Jerene que le habría sido imposible llegar hasta allí con un ejército de rescatadores. No obstante, seguía retirada y aislada en su pequeño enclave; su celda estaba flanqueada por las de las otras mujeres. Para tomarse las cosas con filosofía, Toller abonó a la idea de que el haber sido informada de que estaba a muchos millones de kilómetros de su patria —en vez de a unos cuantos miles—, era más que suficiente para que ella se hundiese en un estado depresivo.