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Físicamente, no parecía haber ningún obstáculo que impidiese que los hombres y mujeres de Kolkorron pudieran vivir sus vidas como sus antecesores habían hecho desde el comienzo de la historia. Pero ¿sería posible que la horrible sensación de aislamiento, de habitar un punto apartado en los negros desiertos del infinito, pudiera alterar el futuro de la raza?

Land y Overland —dos planetas hermanos tan próximos entre sí que estaban unidos por un puente de aire— podían haber sido la obra de un Diseñador cósmico para persuadir y atraer a sus habitantes a realizar viajes interplanetarios. Y, una vez dado el primer paso crítico, el universo había parecido provisto de tesoros astronómicos tan cargados por las fuerzas de la vida, que al aventurero le habría resultado imposible volverse atrás.

El pueblo de Toller había estado predispuesto por su entorno espacial a mirar hacia fuera, y a creer que su futuro se basaba en moverse hacia fuera en un universo fértil y acogedor. ¿Cómo se sentirían ahora? ¿Aparecería alguna vez un héroe con la suficiente visión y coraje, la suficiente talla como para mirar a las estrellas remotas y heladas del nuevo y desolado cielo de Overland, y proponerse conquistarlas?

Harto ya de abstracciones, Toller dio la espalda a la puesta de sol rojo-dorada y tomó un sorbo de su coñac caliente. Además de calentado, el licor había sido aderezado con especias y mantequilla para contrarrestar el frío del aire del crepúsculo. Encontró su familiar calor enormemente reconfortante, mientras observaba a su padre y a Bartan Drumme moverse nerviosamente alrededor de los telescopios instalados en el balcón. A sus ojos, los dos hombres mayores se habían convertido en pilares graníticos de fortaleza intelectual y sentido común en un universo móvil, y su respeto hacia ellos había crecido más allá de toda medida. Estaban comentando una extraña anomalía científica, una curiosa lesión en el tejido de la nueva realidad, que hasta el momento había sido advertida por relativamente poca gente.

—Es bastante irónico —decía Cassyll Maraquine—. No sería una exageración decir que, sumando todas las fábricas estatales, hay un considerable número de ingenieros y técnicos altamente calificados bajo mis órdenes. Pasan la mayor parte del tiempo investigando con los instrumentos de medida más exactos que pudimos inventar, pero sin embargo ninguno de ellos vio nada.

—Sé justo —murmuró Bartan—. No hay ningún cambio en la forma en que los círculos se relacionan con los círculos, y casi todos vosotros…

Cassyll sacudió su canosa cabeza.

—¡No hay excusa, amigo mío! Hizo falta que un simple empleado de la cervecería de Cardapin, ¡un barrilero!, se abriera camino hasta mí a través de todas las malditas barreras que los burócratas insisten en levantar a pesar de los tenaces esfuerzos que uno hace por impedirlas. Desde entonces he sacado al hombre de su modesta ocupación y le he dado un puesto en mi equipo personal, donde…

—Dime una cosa, padre —le interrumpió Toller, en quien había crecido la curiosidad—. ¿Qué es todo este lío de los anillos y los círculos y las ruedas y eso que tanto os desconcierta? ¿Qué puede haber que sea tan intrigante y extraño en un círculo corriente?

—Un círculo siempre ha tenido ciertas propiedades fijas, al igual que las otras figuras geométricas, y ahora esas propiedades han sufrido un cambio repentino —dijo Cassyll, en un tono solemne—. Hasta ahora, como bien sabes, la circunferencia de un círculo ha sido exactamente igual a tres veces su diámetro. Ahora, sin embargo, si hicieses la prueba, descubrirías que la proporción de la circunferencia respecto al diámetro es ligeramente mayor que tres.

—Pero… —Toller trató de asimilar la idea, pero su mente se negó a ello—. ¿Qué significa eso?

—Quiere decir que estamos muy lejos de donde estábamos —comentó Drumme con una mueca en los labios que insinuaba que lo que había dicho era muy profundo.

—Sí, pero… ¿qué importancia tiene eso para nuestras vidas?

Cassyll resopló mientras quitaba la tapa del ocular de un telescopio.

—¡Se nota que habla un hombre que nunca ha tenido que ganarse el pan con los negocios o la industria! Diseñar y calibrar de nuevo cierta clase de maquinaria va a costar al estado una verdadera fortuna. Y además habrá gastos de oficina, de contabilidad y…

—¿De oficina?

—Piénsalo un momento, Toller. Tenemos doce dedos en las manos; por lo tanto, contamos de forma natural en base doce. Eso, junto con el hecho de que la circunferencia de un círculo era exactamente tres veces el diámetro, hacía todas las cuestiones de cómputos absurdamente fáciles. A partir de ahora, sin embargo, todo eso va a ser más difícil; y hablo de asuntos tan rudimentarios como que un barrilero tenga que aprender a hacer los aros más anchos para sus barriles. Mira, por ejemplo…

—Dime una cosa —cortó Toller, ansioso por impedir uno de los digresivos discursos de su padre—, ¿cuál es el nuevo radio? Yo tendría que saber eso al menos.

Cassyll dirigió una expresiva mirada a Bartan.

—Ha habido algunas discusiones sobre ese punto. He estado muy ocupado, con los perturbadores acontecimientos de Palacio y esas cosas, como para realizar personalmente las medidas. Algunos miembros de mi personal afirman que el nuevo radio es tres y un séptimo, lo cual, desde luego, es absurdo.

—¿Por qué absurdo? —dijo Bartan, con cierto acaloramiento.

—Porque, amigo mío, tiene que haber una armonía natural en el mundo de los números. Tres y un séptimo no encajarían con nada. Estoy seguro de que cuando se realicen las mediciones con la precisión debida se descubrirá que la nueva proporción razonable para…

Toller permitió que su atención se alejase de lo que prometía ser una discusión interminable, de las que tanto gustaban a su padre y a Drumme. Deseó que Jerene estuviese a su lado, pero había ido a visitar a su familia al pueblo de Divarl y no volvería hasta el día siguiente. Cansado de estar de pie junto a la balaustrada, se dirigió trabajosamente hasta un sofá, se tumbó y dejó a un lado las muletas. Su pierna, ahora que se hallaba en proceso de curación, se había vuelto rígida y capaz de producirle un dolor agudísimo cuando la sometía a cualquier clase de tensión. Vivir con aquella herida —siempre ideando estrategias para evitar las irreprimibles descargas de agonía— era para Toller una experiencia enervante y agotadora, y se alegró de poder tumbarse.

—Hijo, debieras retirarte a tu habitación y entregarte al sueño nocturno —dijo Cassyll Maraquine amablemente, colocándose de pie ante el sofá—. La herida es más seria de lo que crees.

—Todavía no; prefiero quedarme aquí un rato —sonrió a su padre—. Creo recordar que teníamos conversaciones similares en el pasado, cuando yo era un niño. ¿Me vas a mandar que me vaya a la cama tanto si quiero como si no quiero?

—Ya eres demasiado grande como para que te trate así. Ademas, estoy demasiado ocupado y no quisiera que me agobiasen con llamadas para pedir agua.

—Y tallos dulces —se burló Bartan Drumme desde el balcón—. No olvidéis los tallos dulces.

—¡Tallos dulces! —Toller se incorporó sobre un codo—. ¿Eso es lo que yo…?

—Sí, aunque parezca un extraño chupete para el que han empezado a llamar «el Deicida» —dijo Cassyll—. No lo sabías, ¿verdad? Uno sólo puede imaginarse qué historias estará propagando tu amigo Steenameert, pero me han dicho que en todas las tabernas del reino circulan los relatos de cómo fuiste volando hasta un país que estaba más allá de los cielos y mataste a miles de dioses… o demonios… o una mezcla promiscua de ambos, para salvar a Overland de ser devorado por un gran dragón de cristal.