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Cassyll hizo una breve reverencia, con cierta ironía.

—Esa cantidad me parece muy bien, su Majestad.

Daseene le sonrió con una mueca torcida, demostrando que no se le había escapado el matiz del comentario; luego se dirigió a Bartan Drumme.

—¿Ves alguna dificultad importante en transportar aeronaves hasta Land a bordo de naves espaciales?

—No, Majestad —dijo Bartan, poniéndose de pie—. Podemos adaptar las barquillas pequeñas de las aeronaves para que sirvan como barquillas de naves espaciales para la travesía. Al llegar a Land, simplemente será cuestión de quitar los globos y reemplazarlos por las cámaras de gas de las aeronaves.

—¡Excelente! Esa es la actitud positiva que me gusta encontrar en mis consejeros — Daseene dedicó una mirada expresiva a Cassyll—. Ahora, milord, ¿con cuántas aeronaves podremos contar para una travesía a iniciar dentro de… digamos, cincuenta días?

Antes de que Cassyll contestara, Bartan tosió y dijo:

—Perdone su Majestad, pero debo informarle de… un nuevo hallazgo…, algo sobre lo que debo llamar su atención en este momento.

—¿Tiene algo que ver con la discusión que tenemos entre manos?

Bartan lanzó a Cassyll una mirada de preocupación.

—Probablemente sí, Majestad.

—En ese caso —dijo Daseene con impaciencia—, será mejor que lo digas, pero de prisa.

—Majestad, eh… se ha descubierto un nuevo planeta en nuestro sistema.

—¿Un nuevo planeta? —Daseene frunció el entrecejo—. ¿De qué está hablando, señor Drumme? No puede haber un nuevo planeta.

—Lo he visto con mis propios ojos, Majestad. Un planeta azul… un cuarto planeta en nuestro sistema.

Bartan, normalmente locuaz, se trababa ahora con las palabras como Cassyll no había visto jamás.

—¿Qué tamaño tiene?

—No podremos determinarlo hasta que no estemos seguros de a qué distancia está.

—Muy bien —Daseene suspiró—. ¿A qué distancia está tu recién nacido planeta?

Bartan parecía profundamente desgraciado.

—No podremos calcularlo hasta que…

—Hasta que sepamos el tamaño —le cortó la reina—. ¡Señor Drumme! Le estamos todos muy agradecidos por su pequeña digresión hacia la ciencia maravillosamente exacta de la astronomía, pero deseo fervientemente que limite sus comentarios al tema que tenemos entre manos. ¿Queda claro?

—Sí, Majestad —farfulló Bartan, hundiéndose en el banco.

—Ahora… —Daseene tiritó de repente, subiéndose las ropas sobre la garganta y observando la habitación—. ¡Aquí hace un frío de muerte! ¿Quién ha abierto la ventana? Cerradla inmediatamente antes de que me hiele.

Lord Sectar, moviendo los labios silenciosamente, se levantó y se acercó a la ventana. Su chaqueta bordada estaba empapada por el sudor, y al volver a su sitio se secó ostentosamente la frente.

—No tienes buen aspecto —le dijo Daseene sucintamente—. Deberías ver a un médico.

Volvió su atención a Cassyll y repitió la pregunta sobre el número de naves que podrían estar disponibles en cincuenta días.

—Veinte —dijo Cassyll en seguida, decidiendo que sería más conveniente ser optimista mientras la Reina estuviese de ese humor.

Como jefe de la Junta de Abastecimientos del Servicio del Espacio, se hallaba en una buena posición como para juzgar la cantidad de naves y el material accesorio que podría prepararse para una travesía interplanetaria, y lo que podría sustraerse del servicio normal. Desde el descubrimiento de que Farland estaba habitado, se había mantenido una serie de estaciones defensivas en la zona media de ingravidez entre los dos planetas hermanos. Durante algunos años las grandes estructuras de madera estuvieron dotadas de personal, pero al irse reduciendo gradualmente los temores públicos de un ataque desde Farland, las tripulaciones se fueron retirando. Ahora las estaciones y los vehículos de combate y de asistencia se mantenían mediante ascensos regulares en globo a la zona de ingravidez. El plan de vuelos era poco riguroso, y Cassyll estimó que aproximadamente la mitad de las naves de la flota del Servicio del Espacio estarían disponibles para tareas extraordinarias.

—Veinte naves —dijo Daseene, pareciendo ligeramente decepcionada—. Bueno, supongo que son suficientes para empezar.

—Sí, Majestad, sobre todo porque no tenemos que pensar en términos de una flota de invasión. Puede preverse un tráfico continuo entre Overland y Land; al principio algo escaso, pero que irá creciendo poco a poco hasta…

—No se trata de eso, Lord Cassyll —le interrumpió la Reina—. De nuevo estás abogando por un planteamiento pausado de esta empresa, y de nuevo te digo que no tengo tiempo para eso. La vuelta a Land debe ser decidida, potente, triunfante… un hecho inequívoco que la posteridad no podrá malinterpretar.

»Tal vez te ayude a apreciar la magnitud de mis sentimientos por este asunto si te digo que acabo de conceder permiso a una de mis nietas, la condesa Vantara, para que tome parte en la reconquista. Es una experimentada capitana del aire, y podrá desempeñar una función útil en el examen inicial del planeta.

Cassyll hizo una reverencia de acatamiento, iniciándose entonces una intensa sesión planificadora que, en el curso de una hora, pretendió forjar el futuro de los dos planetas.

Al salir de la recalentada atmósfera del palacio, Cassyll decidió no volver a su casa inmediatamente. Un vistazo al cielo le mostró que aún le quedaban unos treinta minutos antes de que el sol se deslizase por detrás del extremo oriental de Land. Tenía tiempo para un tranquilo paseo por las avenidas arboladas de la zona administrativa de la ciudad. Le sentaría bien tomar un poco de aire fresco antes de responder a la constante llamada de sus múltiples obligaciones.

Despidió al cochero, se encaminó por el puente del Gran Glo y se desvió hacia el este siguiendo la orilla del río, trayecto que le haría pasar ante varios edificios gubernamentales. Las calles estaban animadas con la actividad repentina que usualmente precedía a la comida de la noche breve y al cambio diario de ritmo en la actividad humana. Ahora que la ciudad ya tenía medio siglo de historia, resultaba madura a los ojos de Cassyll, con una estabilidad que formaba parte de su vida; y se preguntó si alguna vez realizaría el viaje a Land para ver el resultado de milenios de civilización. Aunque la Reina no lo había dicho, sospechaba que en el corazón de aquella anciana debilitada se encontraba la idea de volver al planeta de su nacimiento, y quizás la de terminar allí sus días. Cassyll podía entender tales sentimientos, pero Overland era la única patria que había conocido y no tenía ningún deseo de abandonarla, especialmente cuando quedaba tanto trabajo por hacer en tantos ámbitos diferentes. O… quizás también le faltaba el ánimo, o el valor precisos para enfrentarse a ese impresionante viaje.

Se estaba acercando a la plaza de Neldeever —que albergaba los cuarteles generales de las cuatro ramas del ejército—, cuando divisó una cabeza rubia conocida sobresaliendo por encima de la corriente de peatones que venía hacia él. Cassyll no había visto a su hijo desde hacía quizas unos cien días, y sintió una oleada de afecto y orgullo, casi con los ojos de un extraño, al ver la apariencia despierta, el físico espléndido y la relajada confianza con que el joven llevaba su uniforme azul de capitán del espacio.

—¡Toller! —le llamó cuando se cruzaron.

—¡Padre!

La expresión de Toller era abstraída y severa, como si estuviese sopesando seriamente algo en su cabeza, pero su rostro se iluminó al reconocer a su padre. Extendió los brazos y los dos hombres se estrecharon, mientras el flujo de peatones se separaba a ambos lados.

—Qué feliz coincidencia —dijo Cassyll cuando se apartaron a un lado—. ¿Ibas a casa?