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– ¡Maldita sea, Ramsey! ¡Déjese ya de adivinanzas!

– El RDX es el explosivo favorito de los servicios secretos de algunos países -dijo Ramsey con una sonrisa-, en especial del servicio secreto israelí. Con ese explosivo y con un teléfono celular lograron matar al jefe de la milicia de choque de los integristas islámicos de Hezbolá, Isadín Ayash.

– ¿Insinúa que están implicados?

– Podría ser -contestó Ramsey estudiando con detalle la expresión de la cara de Davis.

18

– Tendrás que ganarte tu invitación a la excursión de mañana. Yo no voy al bosque con cualquiera -le dijo Karen al despedirse después de la conferencia.

Ahora se encontraban cenando en un excesivo restaurante francés donde ella trabajaba con elegancia unos escargots y él tomaba un foie fresco. Traje y corbata eran obligados, y Karen vestía un elegante conjunto de noche oscuro con falda ceñida y escote generoso; el contraste con su cabello rubio y su piel muy blanca era espléndido. Estaba bellísima.

Karen decidió que parte del precio que él debía pagar para ser invitado a la excursión era una magnífica cena. Y que era ella la que escogía el restaurante.

Jaime, como comenzaba a ser costumbre en él, tuvo que cambiar los planes para la noche y el día siguiente. No se perdería por nada del mundo una oportunidad para estar con ella.

Era obvio que el restaurante era caro hasta la indecencia y que Karen no se ofrecería a pagar la mitad de la cuenta.

Aun así, él pensaba que era una buena inversión y que disfrutaría hasta el último de la larga hilera de dólares que costaría la cena.

– Háblame de la excursión de mañana. ¿Tengo que sacar el polvo a mi uniforme de scout?

– Iremos hasta la zona sur del Parque Nacional de los Secuoyas en coche y luego habrá que andar algunos kilómetros por el bosque. Almorzaremos con un grupo de amigos.

– ¿Y qué vais a hacer allí? ¿Os dedicáis a invocar a los dioses del bosque? ¿Alguna ceremonia mística? ¿Brujería?

– En realidad ofrecemos sacrificios humanos, y tú eres el elegido -puntualizó Karen con amplia sonrisa.

La abogado sabía cómo mantener un buen combate dialéctico, disfrutaba con ello, y le encantaba devolver golpe por golpe. Maldita Karen, pensó. ¿Cómo logra controlar siempre la situación? Eso le retaba. ¡La veía tan hermosa! Se imaginó besándola en el bosque y fundiéndose con ella en un abrazo sobre un suelo cubierto de helechos.

– No pongas esa cara, hombre -azuzó ella ante su falta de respuesta-. Se trata de un gran honor.

– Bien, será un gran honor, pero te advierto que si la fiesta de mañana corre a mi cargo, entonces no pienso pagar también la cena de hoy.

Ella soltó una pequeña carcajada mientras atacaba al siguiente caracol. Parecía pasarlo muy bien, y eso llenó a Jaime de placer. Se animó a lanzar otra estocada.

– Al menos espero que, como es costumbre con los condenados, me concedas mi último deseo.

Karen detuvo su escargot a medio camino de la boca, mirándole con el cejo ligeramente fruncido y con un inicio de sonrisa en los labios. Había electricidad en sus ojos, y él sintió un estremecimiento en su interior. Al cabo de unos largos segundos Karen introdujo con lentitud el escargot en su boca sacando ligeramente la lengua y moviéndola levemente entre sus húmedos labios rojos. Luego apartó su mirada de la de Jaime para concentrarla en el plato mientras empezaba a manipular el siguiente animalito. No contestó nada, pero sus labios contenían aún aquella sonrisa. Él no recordaba haber visto nada tan sensual en toda su vida.

– Y aparte de las brujerías y de los sacrificios, ¿que más hacéis? -inquirió para romper el silencio en el que Karen se había encerrado para no responder.

– Pues vivir y disfrutar de la naturaleza, estar con los amigos y charlar. También ampliamos nuestro grupo. Somos gentes que compartimos ideas semejantes sobre la vida e invitamos a otros amigos para que conozcan nuestro pensamiento.

– ¿Y qué relación tiene eso con la memoria genética que mencionó esta mañana Dubois?

– A veces mucho y a veces nada. -Había misterio en la ambigüedad-. Todo depende de hacia dónde vaya la conversación.

– ¿Vendrá Kevin Kepler?

– Es posible; viene con frecuencia. -La sonrisa de Karen había desaparecido y se mostraba evasiva.

– ¿Desde cuándo conoces a ese grupo?

– Ya hace algunos años -dijo luego de tomarse algún tiempo antes de responder-. Conocí a algunos cuando iba a la universidad. Después el círculo se amplió. Es gente que me gusta. Hablando de gustos, ¿qué tal tu foie?

– Excelente. ¿Y tus caracoles?

– Saben mejor si les llamas escargots. Me encantan, pero prefiero no pensar que son esas cosas que se arrastran por el jardín. -Era evidente que Karen quería desviar la conversación. Jaime pensó que era mejor no presionarla; ya iría conociendo las cosas a su tiempo.

– Hablando de gustos, estás muy hermosa.

– ¡Hablábamos de comida!

– Cuando los cubanos estamos frente a una mujer tan hermosa como tú, decimos que está para comerla. Y tú estás para comerte.

– ¿Ves cómo estamos hechos el uno para el otro? -le recordó mirándole con sus brillantes ojos azules y manteniendo una sonrisa irónica-. Yo sacrifico a las personas y tú te las comes.

– Pero mi forma de comer no duele, sino que gusta, y luego continuas más viva y feliz.

– ¿Es una amenaza o una invitación?

– Una invitación.

– Muchas gracias, sabía que invitabas tú a la cena. -Cambió a una expresión severa frunciendo ligeramente las cejas-. ¿Sabes que con ese tipo de expresiones cubanas puedes tener problemas en este país?

– Hay ocasiones en que hay que aceptar problemas -repuso Jaime alargando la mano y tocando con la punta de sus dedos la mano de Karen. Ella no se movió y le continuó mirando como si no pasara nada. Se sentía tenso y con un pequeño nudo en el estómago. Pero no se podía librar de la fascinación que Karen ejercía sobre él-. Y por ti yo podría aceptar muchos problemas -concluyó.

– ¿Es un cumplido o hablas en serio?

– Completamente en serio -dijo Jaime con la convicción interior de que era cierto.

Ella lo miró de una forma extraña.

Salieron a la fresca noche, y al arrancar su coche Jaime anunció:

– Te invito a una copa en un lugar muy peculiar.

– He espiado indiscretamente la factura y creo que debiera ser yo la que invitara ahora.

– Muy delicado de tu parte el sentir remordimientos cuando he pagado la cuenta, pero no te preocupes, se te pasarán con una copia. Disfrutemos de la noche.

– Lo siento. Mañana hay que madrugar. Otro día será, Jaime. Llévame a casa.

¡No le podía hacer eso!, pensó. ¡Estaba jugando con él!

– Karen, no me puedes hacer esto. Estoy fabulosamente bien contigo. Quédate un rato.

– No. Yo también lo estoy pasando bien, pero tú querías ir a esa excursión. Mañana estaremos todo el día juntos. Ahora llévame a casa, por favor.

– Pero, Karen -suplicó él con tono cómicamente lastimero-. Sólo una hora.

– Jaime, no estropees una velada tan deliciosa -le advirtió con tono serio-. Sé razonable. Dentro de unas horas nos veremos de nuevo. Ahora llévame a mi casa.

Él se sintió como si le hubieran abofeteado. No dijo más. Giró con un súbito golpe de volante en la siguiente esquina y condujo hacia la casa de Karen.

El silencio permitió oír la emisora de música country, que permanecía en un volumen bajo. Un vaquero de corazón destrozado reprochaba la ingratitud de su vaquera.

Luego de un largo silencio Karen preguntó: