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En abierto contraste con la aristocrática decoración, Davis contemplaba un lienzo de pared con seis grandes monitores de televisión, sintonizados a otros tantos canales.

Davis se levantó del sillón al anunciar Gutierres la llegada del grupo. Con un solo gesto del mando a distancia, los televisores enmudecieron, se apagaron, y un panel de madera que parecía tan antiguo como el resto de la biblioteca se deslizó en silencio, cubriendo los monitores.

McAllen se adelantó para estrechar efusivamente la mano de Davis.

– ¿Cómo estás, David? Es un placer verte de nuevo. -El grandullón y carirrojo McAllen producía un cómico contraste de tamaño y aspecto con el pequeño y enjuto Davis.

– Muy bien, gracias Richard -dijo Davis, que no se había movido de su lugar y se erguía como para aumentar de estatura-. Te veo bien.

– Sí, gracias. Te presento a John Beck. Ya te anticipé que vendría conmigo. -Señor Beck.

– Un placer conocerlo, señor Davis.

– Igualmente digo. ¿Quieren sentarse, por favor? -Davis señaló unos sillones enfrente del suyo.

Los dos hombres se sentaron, y también lo hizo en silencio Gutierres.

– David, quiero expresarte mis sentidas condolencias y las de todos tus amigos de Washington por la muerte de Steve.

– Asesinato.

– Exacto, asesinato. Y aunque ya te lo expresaron por teléfono, y el gobernador los representó en el funeral, el presidente, el vicepresidente y sus esposas te envían sus condolencias.

– ¿Por qué no ha venido contigo el vicepresidente?

– ¿El vicepresidente? -McAllen se puso a la defensiva.

– Sí -confirmó Davis-. Si el motivo de tu visita es tan importante, era de esperar que al menos el vicepresidente hubiera venido personalmente a verme.

– Bien, David, el tema es ciertamente importante, pero hoy se trata de hablar de asuntos técnicos. Estoy seguro de que el vicepresidente y el propio presidente estarán encantados de escuchar lo que tengas que decir después de esta reunión.

– ¿Asuntos técnicos? Yo no acostumbro tratar temas técnicos.

– Pero éstos en particular debes tratarlos tú personalmente, David. Tienen que ver con tu propia vida y con el futuro de la Corporación.

– Te escucho.

– Como sabes, el señor Beck ocupa un alto cargo en el FBI. El departamento que él dirige está especializado en la investigación de grupos de presión política o económica que no se mueven por los cauces habituales.

– ¿Te refieres, Richard, a los grupos de presión que nosotros no controlamos? -ironizó Davis.

– Son grupos de ideologías políticas extremas -continuó McAllen dándose por enterado del comentario con una escueta sonrisa parecida a una mueca- o sectas religiosas que persiguen el poder dominando a sus discípulos. Grupos que usan la violencia física o psíquica y están al borde o fuera de los límites de nuestra Constitución.

– Tiene usted un trabajo interesante, Beck. Quizá un día podamos llegar a un acuerdo para que nos escriba el guión de una película. Pero ¿de qué nos sirve ahora?

– El inspector Ramsey ha pedido ayuda para identificar a los grupos que reivindicaron el asesinato del señor Kurth -intervino Beck-. En el FBI tenemos localizados a más de ochocientos grupos antigubernamentales organizados. Más de cuatrocientos de ellos son milicias entrenadas y expertas en armas y explosivos. Pero no tenemos constancia de los que reivindicaron el asesinato. El éxito obtenido y los métodos empleados son demasiado sofisticados para que sean una simple pandilla de locos o un grupo que se esté iniciando ahora. Creemos que la reivindicación es una cortina de humo para esconder a alguien bien organizado y con poder que está atacando a su Corporación. Opinamos que el asesinato es sólo el inicio y que es una pieza de un plan más sofisticado y ambicioso.

– Si niega la existencia de los grupos que reivindicaron el asesinato- interrumpió Gutierres-, ¿cómo explica que hayamos recibido durante más de un año sus amenazas?

– Los asesinos lo planearon con tiempo.

– Y tenemos buenos motivos para creer que lo van a intentar contigo la próxima vez, David -intervino McAllen-. El presidente quiere que extremes las medidas de seguridad.

– Dile al presidente que le agradezco su preocupación, pero que mi seguridad, como has podido comprobar, es francamente buena.

– El presidente quiere que prepares la sucesión en la Davis Communications. Sabes mejor que nadie cuán poderosa es la Corporación. Tenéis algunos de los periódicos y revistas líderes y uno de los mayores grupos editoriales del país. Controláis una de las cuatro mayores cadenas de televisión, además de canales temáticos, y los estudios Eagle son siempre el primero o el segundo en taquilla en el mundo. Y hay que añadir que vuestra producción televisiva lanza cada temporada nuevos programas que alcanzan máxima audiencia. La Davis Communications posee un importante valor estratégico para la seguridad del país.

– Querrás decir para la seguridad de vuestra victoria electoral, ¿verdad?

– Vamos, David, sabes bien que la importancia estratégica de la Corporación en el mundo es casi tan grande como la de la flota del Pacífico.

– Te equivocas. La importancia de la Corporación es hoy, a finales del siglo, mucho mayor que la de la flota. En especial para que el vicepresidente pueda reemplazar al presidente en las próximas elecciones.

– Con la muerte de Kurth, tu sucesor natural ha desaparecido. -McAllen obvió el comentario de Davis-. El accionariado de la Corporación está constituido de tal forma que, aunque tus herederos vendieran tus acciones, el control no estaría claro para ningún grupo. Y el valor de la compañía es tan grande que hace casi imposible un buy-out. Así pues, el poder que puedan ejercer los grupos de altos ejecutivos en la Corporación sería determinante para controlarla, aun sin tener casi ningún peso en el accionariado.

– Veo que has hecho tus deberes antes de venir a verme. -Davis forzó una sonrisa-. Pero ¿en qué me afecta a mí todo eso?

– La Davis Communications es la obra de tu vida. Tiene tu tilo y refleja tus ideales de libertad, que coinciden con nuestra visión de un mundo tolerante, sin la influencia de la religión en la vida civil. Esto puede cambiar dramáticamente si tú desapareces sin dejar asegurada tu sucesión. Tu obra moriría, y esa tremenda máquina de comunicación podría caer en manos de alguien que la usar en sentido contrario como tú la has conducido hasta ahora influenciando al público hacia unas ideologías o religiones concretas.

– Richard, creo que la obsesión por manteneros en el poder os hace tener pesadillas.

– No son pesadillas -repuso McAllen. Luego se dirigió a Beck-. John, explíqueselo al señor Davis.

– Tenemos informadores e infiltrados en casi todas las sectas y especialmente en las más activas. Se sorprendería de lo poderosas que son algunas y de los contactos que tienen gracias a que unos adeptos ayudan a otros a escalar posiciones de poder.

– En ese caso estará perfectamente enterado de la última donación que he hecho a mi sinagoga, ¿verdad, Beck? -bromeó Davis enseñando los dientes en lugar de sonreír.

– Algunas de esas sectas son particularmente cerradas y acometen actividades que muy pocos adeptos del grupo conocen -continuó Beck sin detenerse ante el humor ácido de Davis-. O a veces un grupo más radical dentro de la misma secta toma una iniciativa extremista sin el conocimiento del cuerpo central. La investigación en esos casos es muy difícil. Sin embargo, puedo asegurarle que existe una poderosa secta que está infiltrándose desde hace tiempo en Davis Communications. Varios de sus empleados pertenecen a ese grupo y algún ejecutivo importante podría ser adepto secreto.

– Beck, no dé usted más rodeos. Indíqueme quiénes son y actuaremos.

– No es tan fácil. Aunque tenemos sospechas fundadas de una secta en concreto, varios miembros de grupos distintos han sido identificados en la corporación 4, no podemos demostrar aún su relación con el asesinato.