– Encantada.
– Un placer.
Se dieron la mano.
– Los dejo. Tengo un negocio que atender. Pero antes necesito hablar algo en privado con Marta -dijo Ricardo tirando de ella y empezando a cuchichear al oído de la chica mientras lanzaba miradas picaras a Jaime.
Marta parecía divertirse y miraba a Jaime con una sonrisa que se hacía más ancha o se cerraba según la historia que Ricardo contaba.
– A ver cómo te portas -retó éste a Jaime al irse.
Quedaron frente a frente, ambos sonriendo, Jaime con su cubalibre en la mano, y Marta mirándolo con atención, con las suyas cogidas a la espalda.
– ¿Qué te ha contado ese sinvergüenza de mí? -preguntó Jaime.
– Cosas buenas. Pero lo que yo quisiera saber es lo que te ha contado de mí.
– Maravillas; vamos, que eres la candidata ideal para mi próximo matrimonio. -Jaime conocía bien el estilo de su amigo.
Marta soltó una carcajada.
– A mí me ha dicho que eres un alto ejecutivo divorciado, que tienes mucho dinero y el corazón destrozado. Mi misión de esta noche es curártelo.
Jaime rió con ganas; típico de Ricardo.
– Ricardo es un buen amigo. ¿Piensas aceptar la misión?
– Bueno, acabo de conocer a un muchacho que no está nada mal y lo he dejado en la pista plantado -contestó ella fingiendo que tomaba una decisión importante-. Por otra parte tú vienes muy bien recomendado, y Ricardo me ha amenazado con no dejarme entrar más en el club si no te trato bien. Dime, ¿cuán interesado estás tú en que yo acepte la misión?
– Interesadísimo. Mi corazón está empezando ya a curarse un poquito sólo de verte.
– Bien, pues ven conmigo a la pista. Me voy a dar el placer de tener dos galanes por un ratito -le dijo con un gracioso guiño-. Pero tú llevas un poco de ventaja.
Jaime la siguió hasta la pista pensando que Marta sabía jugar bien sus cartas. Ella le presentó a su acompañante y sin dar más explicaciones se puso a bailar. Con ritmo y provocativa, Marta evolucionaba entre los dos hombres, y sentir que tenía que competir por ella hizo que el deseo creciera en Jaime.
Luego de varias piezas empezó a sonar un bolero, y justo al identificar la música el rival de Jaime pidió el baile a Marta. Ésta se excusó diciéndole que Jaime le había solicitado el primer lento justo al entrar en la pista y cogió a Jaime para bailar.
– Espero que después de lo que le he contado a ese muchacho, sabrás bailar el bolero.
– Por favor, ¿no has notado mi acento cubano al hablar? ¡Mi abuelo inventó el bolero!
Marta rió alegremente, y ambos se concentraron en bailar.
Al cabo de un rato Jaime invitó a la chica a tomar una bebida en la barra. Hablaron. Ella era americana de primera generación y había prosperado; máster en ciencias económicas, trabajaba para un importante banco del sur de California. Hacía tiempo que se había independizado de su familia y del barrio, y vivía sola en su propio apartamento. Eso no les gustaba a sus viejos, aunque se sentían orgullosos de su hija. Pero la vida la había puesto en una situación en la que no tenía que depender de sus padres ni de ningún hombre, y ella disfrutaba de su libertad. Ricardo tenía razón hasta el momento. Era una mujer estupenda, y la emoción de la caza le estaba haciendo olvidar a Jaime la experiencia de aquella mañana.
Sobre las tres Marta miró el reloj, y Jaime le preguntó si deseaba irse. Ella dijo que sí, y Jaime la miró a los ojos con una leve sonrisa y preguntó:
– ¿Tu casa o la mía?
– La tuya -dijo Marta, y un pequeño escalofrío de placer anticipado recorrió el cuerpo de él.
Salieron a la transparente noche. Él la cogió por la cintura; ella hizo lo mismo y anduvieron hasta el coche en silencio, viendo el brillo de las luces.
De pronto a Jaime le pareció ver algo extraño, pero familiar en la oscuridad. Era como un destello azul, ¿quizá verde?, de unos ojos femeninos que le reclamaban desde la noche profunda. Veía los ojos y oía unas palabras que no entendía, pero que le llamaban. Algo fuera de su control ocurría en su interior.
Tenía a su lado una hembra como pocas tuvo antes. Y la deseaba. Pero algo lo atraía hacia otra mujer. Era una obsesión.
«Como mariposa a la llama», le avisó su voz interna.
– Tonterías -murmuró.
– ¿Dices algo? -preguntó Marta.
– ¡Oh! Nada, mi amor. Que estoy feliz de estar a tu lado -contestó Jaime abriéndole la puerta del coche.
DOMINGO
39
Cuando Jaime despertó, avanzada ya la mañana, en su cama, medio cubierta por una sábana dormía Marta; ambos estaban desnudos. Apartando las ropas contempló a su compañera.
De formas generosas pero sin exageración, Marta era un bello ejemplar de mujer. Otra vez Jaime comparaba. No pudo, a lo largo de la noche, quitar de su mente la imagen de Karen, hasta el punto de que en algún momento llegó a creer que era a ella a quien hacía el amor en el cuerpo de Marta. ¿Por qué?
Karen debía de ser bruja y él estaba embrujado. Las dos mujeres no se parecían en nada; Marta tendría casi la altura de Karen, aunque los miembros y curvas de Karen eran más estilizados. Una era de pelo rubio, la otra morena. Marta tenía la tez blanca con un ligero bronceado, Karen era más pálida. Una seducía con unos hermosos ojos oscuros almendrados, los otros eran de un azul intenso. El vello púbico de una era rubio y escaso, mientras que el de la otra formaba graciosos rizos negros. Con una hablaba en español, con la otra en inglés. Marta era más madura, más desinhibida en el sexo, tomando iniciativas que Jaime desconocía en Karen. Había sido una noche excelente, pero ¿qué era lo que estaba mal? Había traicionado a Karen. ¿Era eso lo que le dolía?
¿O era el obsesivo recuerdo de la experiencia del día anterior en el refugio secreto de los cátaros?
Cualquiera que fuera la causa, Jaime no experimentaba la satisfacción y el relajo que debía sentir luego de una noche de caza, en la que había cobrado una pieza tan hermosa como la que tenía en su cama. ¿Por qué?
Marta abrió los ojos. Miró a Jaime y, sonriendo, alcanzó la sábana para luego cubrirse pudorosa.
– Buenos días -saludó tapándose hasta la altura de la boca.
– Buenos días, Marta. ¿Cómo estás?
– Genial. ¿Y tú?
– Excelente. Ha sido una noche fabulosa.
– Bueno, me alegro. Misión cumplida. Ricardo me dejará volver al club.
– ¿No me dirás que lo has hecho por Ricardo? -preguntó Jaime escandalizado.
– No, tonto. Te conocí por él, pero luego yo escogí entre dos opciones y no me arrepiento de la elección.
– Menos mal.
– Bien -continuó Marta con una sonrisa burlona-. ¿Qué haces ahí de pie y en cueros? ¿Alguna exhibición de atributos por si no me enteré? Estuvo bien anoche, pero tampoco hay para tanto.
Jaime no esperaba la pulla. En realidad estaba tan concentrado en sus pensamientos que no se había dado cuenta de estar desnudo y en una posición exhibicionista. Rió con ganas.
– Decidía si ir a la ducha o a la cocina a preparar el desayuno.
– ¡A la ducha! -gritó Marta saltando alegremente de la cama. Jaime la persiguió.
En la ducha hicieron de nuevo el amor, bajo el agua, explorándose los cuerpos. Marta era imaginativa y una compañera alegre. Luego de secarse, fueron a la cocina, donde se vistieron sólo con los delantales. Jaime observó que el trasero de Marta no era elevado y respingón como el de Karen, pero era redondeado, contundente y tremendamente sexy.
Prepararon un abundante desayuno con aromáticas tostadas, huevos fritos, beicon y café. Todo estaba perfecto, pensó Jaime, pero ¿por qué se sentía inquieto? ¿Por qué no disfrutaba del momento y de la deliciosa mañana?
– Marta.
– Dime, Jaime.
– Hoy es el día que tengo para ver a mi hija y hemos quedado en comer juntos -mintió-. Espero que no te molestes si no te invito, pero tiene ocho años y es muy sensible a mis amistades femeninas.