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– Dime. -Karen le mantenía la mirada; pero la sonrisa había desaparecido de su cara.

– Linda sedujo a Douglas por interés. Quizá un interés más noble que el que yo le atribuía. Sí, claro, lo hizo por la Iglesia cátara. Eso quizá pueda cambiar los hechos espirituales para vosotros y lo justifique, pero no cambia los hechos físicos para mí. Ella le dijo a Douglas que lo amaba y fueron amantes durante mucho tiempo, reía sus chistes, le murmuraba tiernas palabras al oído y promesas de amor eterno. Y también se abría de piernas y fingía orgasmos. Cuando lo consideró oportuno y les interesó a los cátaros, destruyó a Douglas con toda la frialdad del mundo. ¿Me equivoco hasta aquí, Karen?

– Tu análisis de lo ocurrido es brillante, pero tu valoración es dura en extremo e injusta con Linda. -Estaba muy seria.

– Vaya, he acertado. ¡Bingo! Dime, Karen, ¿es ésa la pureza cátara? ¿Es ése un juego sexual que practicáis con frecuencia? ¿Quién es el próximo tonto? ¿Qué dicen vuestros Perfectos cátaros de esa actividad? ¿O es que en lugar de la Biblia o el Evangelio de san Juan estudiáis el Kamasutra de las cátaras? Si es así, estoy ansioso. Estamos avanzando lentamente, Karen. Aún me tienes que enseñar un montón de capítulos.

Karen se mordía los labios y continuaba mirando fijamente a Jaime, ahora con los ojos llenos de lágrimas. Sus cejas se habían arrugado levemente denotando su tensión.

– ¡No sabes lo que dices! -explotó-. No sabes lo que ocurre ahora ni lo que ocurrió antes. Lo ignoras todo. No conoces ni los motivos ni la finalidad. Tampoco conoces lo que yo siento. ¡Y te atreves a juzgar y a censurar lo que hacemos los demás ignorando por qué lo hacemos!

– ¿Ah, sí? Pues infórmame. Estoy ansioso por saber cómo justifican los cátaros el uso de la vagina como arma de combate.

– Cálmate, Jaime -intervino Kevin-. Si proyectas la situación de Douglas y Linda en la relación que tienes con Karen, puedes arrepentirte de tus palabras. Escucha antes de sacar conclusiones y juzgar.

– Escucho -dijo escuetamente Jaime. Kevin tenía razón. Estaba proyectando lo ocurrido a Douglas y se sentía utilizado y herido. Podría estar equivocado y ser muy injusto.

Miró a la chica. Ahora ella tenía la vista perdida en los árboles. Las lágrimas estaban desbordando los ojos y caían por sus mejillas. Lloraba en silencio intentando contenerse. Buscó en su bolso un pañuelo. La indignación de Jaime había desaparecido de repente y sintió mucha ternura por ella. ¡Maldita sea!, pensó. Estoy locamente enamorado.

Contuvo su impulso de cogerle la mano y consolarla y dirigió su mirada a Kevin esperando su explicación.

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«Arkángeclass="underline"

«Nuestros enviados a Miami vengaron a nuestro hermano, consiguiendo parte de la información que pediste sobre esos enemigos antes desconocidos.

»Se confirman tus sospechas. Estamos preparando un informe; hay novedades que harán cambiar el plan de ataque.

»Una vez analizados los datos, esperaremos tu decisión sobre el momento del asalto. Sachiel.»

Arkángel golpeó la mesa con disgusto, luego sus manos se apresuraron a teclear la respuesta:

«Sachieclass="underline"

»Daos prisa con la información. No os entretengáis, hermanos. Debemos identificar quiénes están con el enemigo y actuar con contundencia.

»Hay que exterminarlos antes de que suenen las trompetas y caigan los muros. Arkángel.»

El dedo ungulado presionó el envío del mensaje.

49

– Para comprender la actuación de Linda, debes conocer tanto su pasado como su presente -continuó Kevin-. Aunque jamás contamos las vidas anteriores de otros, creo que debo hacer una excepción para que entiendas lo ocurrido.

»Linda recordó, como tú lo estás haciendo, su vida cátara con mucha facilidad. Era una noble joven occitana que se convirtió al catarismo como simple creyente. Era bella e inteligente y, como muchas de las damas occitanas de aquel tiempo, se consideraba igual a los hombres.

»La corte de su padre estaba siempre llena de juglares que cantaban y recitaban, trovadores que componían y caballeros presentando sus respetos a los barones y a su bella hija.

»En el salón del castillo las veladas con poesía, canciones, otros entretenimientos y algún sermón cátaro se repetían casi cada noche. Jóvenes caballeros erraban por las tierras occitanas, y el barón, como era costumbre, les ofrecía su abierta hospitalidad; algunos incluso se atrevían a competir, con los trovadores recitando y cantando.

»El amor galante, espiritual que no físico, era uno de los pilares de aquel renacimiento cultural, y así los jóvenes caballeros confesaban su amor y hasta solicitaban a la propia baronesa, la madre de Linda, en presencia del barón y de toda su corte, que fuera su dama a pesar de la diferencia de edad y del obvio compromiso de la baronesa con el barón. Tanto la señora del castillo como su esposo se sentían halagados por tal gentileza. La baronesa contestaba a los versos con sus propios versos y aceptaba ser la dama de algunos de los caballeros que lo solicitaban. Claro que las damas jóvenes y en especial Linda recibían muchas más declaraciones de amor galante.

»Entre los caballeros errantes apareció Douglas, y Linda lo ha reconocido con toda seguridad. Procedía del norte, de la zona de la Ille de France, zona devastada y empobrecida entonces por las continuas guerras. Él no estaba habituado al uso de la lengua de oc, ya que su habla materna era la lengua de oïl, de la que deriva el francés actual. Fue acogido con toda generosidad, y no tardó en enamorarse de Linda. Las reglas del juego eran difíciles para él, pero quiso competir por su amor con sus poesías y hacerla su dama.

»Los tolerantes occitanos le animaron, apoyándolo en su empresa; pero su pobre manejo de la lengua de oc le hizo fracasar en su intento poético de conquistar el favor de Linda. Ella no pudo evitar la risa y contestarle con unos graciosos versos que provocaron las carcajadas de toda la concurrencia. Era un rústico gracioso v se convirtió en motivo de bromas en la sofisticada civilización occitana.

»Douglas se sentía rechazado y objeto de burlas, regresando a sus tierras del norte con un fuerte sentimiento de humillación y odio hacia aquellos occitanos pedantes y engreídos, que se afeitaban las barbas como afeminados.

»Pronto llegó su tiempo de venganza. Un año después, a inicios del 1208, en todas las iglesias del norte de Europa sacerdotes, obispos y abades católicos llamaban a sus fieles a las armas. Había que defender la verdadera religión de la plaga infecta de los cátaros, que según el papa Inocencio III eran «peores que los sarracenos, que adoraban a Mahoma».

»Una cruzada en las ricas tierras occitanas prometía ser una aventura mucho más provechosa y con menos peligro que las Cruzadas en Tierra Santa o en España contra los mahometanos, donde había que recorrer grandes distancias y los años de lucha habían endurecido al enemigo y empobrecido a gentes y ciudades. Todo el botín de guerra que los cruzados pudieran conseguir pasaba a su propiedad y, como todo pecado cometido antes y durante la empresa les era perdonado, los cruzados tenían carta blanca para cometer todo tipo de fechorías.

»Además, el compromiso mínimo en la Cruzada contra los cátaros era sólo de cuarenta días, y los nobles podían regresar con el botín conseguido, sin ausentarse demasiado, para cuidar de sus propiedades en Francia, Alemania, Borgoña o cualquier otro país del norte.