Выбрать главу

»Además, tenía un dispositivo especial de seguridad consistente en una doble contraseña de entrada. Usando la primera parte de la contraseña se accede a los programas de su PC pero, de no usar la segunda parte, se activa un sistema de alarma que envía un mensaje por Internet que nos alerta de que alguien ha entrado en el sistema sin el consentimiento de Linda. Una vez activado el mensaje, la base de datos de ese pequeño programa de seguridad se autoborra. Y como los asesinos manipularon el PC sin desconectarlo de la línea de teléfono, el mensaje de alarma salió la misma noche del viernes.

– ¿Cuándo viste el mensaje?

– No lo he visto aún. Pasamos el fin de semana juntos tú y yo, disfrutando de la vida, y no conecté el PC. El último mensaje de Linda me está esperando en estos momentos en casa.

– Y ahora tú también estarás en peligro.

– No de inmediato. Tengo total seguridad de que Linda no me mencionó para nada; habrá dado otros nombres, pero no el de su mejor amiga ni la ubicación de Montsegur. Ahora los Guardianes saben que existimos y que estamos preparando algo contra ellos. Aunque no sepan con exactitud quiénes somos y qué información tenemos, van a empezar a averiguarlo muy pronto.

– ¿Qué medidas de seguridad tomarás?

– Debemos continuar nuestras vidas con normalidad, pero pondré a salvo la información que tengo en casa. No hables conmigo en la oficina, ni siquiera por teléfono, a menos que sea por algún tema estricto de trabajo; la seguridad del edificio está controlada por ellos, a través de Moore, y pueden tener teléfonos pinchados. Es posible que pronto me relacionen con Linda, fuimos amigas durante muchos años y hace poco que empezamos a ocultar nuestra amistad. Me temo, Jim, que por un tiempo no podremos pasar un fin de semana tan estupendo como el último. -Karen se lo quedó mirando tristemente a través de sus gafas de sol y de la mesa. Luego añadió-: Ahora, sin Linda, tu puesto en la Corporación es clave, los cátaros te necesitamos, no te podemos perder. Y si los Guardianes me relacionan con ella y luego me relacionan contigo, nuestras vidas no valdrán nada.

Jaime sintió que su mundo se hundía. No por el peligro, que ahora parecía excitarlo, sino por el hecho de no poder ver a Karen. No podría estar sin ella. Cogió su mano que descansaba sobre la mesa, apretándola con fuerza.

– Karen, llegados a ese extremo, no podemos escondernos y dejar que nos busquen. Debemos contraatacar. Saquemos a la luz la información de Linda y denunciémosles a Davis. Si los ponemos en evidencia, ya no podrán actuar contra nosotros. Primero porque su objetivo de controlar la Corporación ya no será posible y no merecerá la pena que tomen más riesgos, y segundo, porque si algo nos ocurre, ellos serán los primeros sospechosos.

– Sí, ése es el plan. Pero no podemos ejecutarlo de inmediato ya que la cantidad de material enviado es enorme, y sin Linda todo se retrasa. Hay que preparar pruebas, hay que seleccionar la información clave para la entrevista con Davis. Debemos convencerle de que existe un complot a la primera; Davis no da segundas oportunidades. Ésta será tu misión. Luego el propio Davis te ayudará a descubrir a los implicados.

– El problema es el tiempo. -A Jaime el plan le parecía razonable-. Con tiempo, los Guardianes pueden esconder pruebas, asesinar testigos o averiguar más sobre nuestro grupo y atacarnos. Hay que acelerar el proceso, Karen. ¿Cuál es el siguiente paso?

– Nos reunimos mañana en Montsegur. Discutiremos el plan de acción y tú verás los documentos que Linda nos proporcionó.

– Muy bien. Cuanto antes mejor. Y ya que parece que hoy no me invitas a tu casa para cenar, mejor comemos algo ahora. Invito yo. ¿Qué te apetece tomar?

– Nada. No tengo apetito.

– Debes comer algo.

– No. No puedo comer.

– Insisto.

Jaime se dirigió al mostrador. La idea de entrar en acción le excitaba. Pidió dos hamburguesas, ensaladas, patatas fritas, unos aros de cebolla y lo acompañó con cervezas. El sabroso olor de la carne condimentada abrió su apetito.

Al regresar vio a Karen con la vista perdida en la húmeda oscuridad tras los ventanales. Depositó la bandeja en la mesa y empezó a repartir los platos.

– ¡La más fabulosa y jugosa de las hamburguesas griegas para mi señora dama! -clamó con tono de vendedor de feria.

– La historia se repite -dijo Karen sin abandonar su mirada perdida.

– ¿Qué?

– El asesinato de Linda ha sido la versión del siglo XX de su muerte hace ochocientos años. ¿Te acuerdas de lo que te contados? La quemaron en una hoguera, luego de violarla. Ahora incluso han usado el fuego de los cigarrillos.

– Karen, no le des más vueltas. Trata de olvidar por unos minutos. Te juro que lo van a pagar caro.

– Los cátaros no juramos. Lo tenemos prohibido -le advirtió Karen-. ¿No te das cuenta? La historia empieza a repetirse. ¿Qué hacemos mal? ¿Qué no aprendimos de lo ocurrido entonces?

– Me es igual si juramos o no juramos. -Jaime tomó las frías manos de Karen e intentó pasarle su calor. Ahora ella le miraba a los ojos. Él podía verlos a través del cristal de las gafas de sol-. Vamos a terminar con ellos, Karen, y van a pagar caro por lo que han hecho. Vamos a ganar. Los arrasaremos. ¡Te lo juro!

MARTES

54

Me he equivocado, pensó Karen al quedarse sola en el ascensor con uno de los guardas de seguridad del edificio. Debía haber bajado en la planta anterior con los demás.

Mordiéndose el labio, sentía cómo su corazón se aceleraba. Miró al hombre, él la miró e hizo un gesto con la cabeza. Karen respondió con una tensa sonrisa. Tendría unos veintiocho años, pelo cortado a lo marine y un enorme cuerpo.

Al abrirse la puerta, el hombre esperó a que ella saliera; ella lo hizo, empezando a andar hacia su coche con paso vivo. Oía sus tacones sonar en el pavimento del párking sintiendo, en su espalda, la mirada del hombre.

Karen no vio a nadie en la planta, supo que él salía del ascensor y sintió el impulso de correr; pero su orgullo se lo impidió. Siempre había sido orgullosa y esperaba no tener que arrepentirse. Oyó los pasos del hombre detrás de ella. Se apuró. El coche estaba a unos treinta metros y, si ambos corrían, no llegaría antes que él. Sentía los pasos del guarda más cercanos, acelerando a su espalda. Oía los latidos de su corazón más fuertes que el ruido de sus propios tacones contra el suelo. ¡El hombre estaba muy cerca!

A pesar de que el guarda era mucho más fuerte y estaría mejor preparado, ella había aprendido algo de defensa personal y, o lo usaba ahora, o nunca. Karen giró en redondo poniendo el maletín como escudo y el hombretón, a un metro de distancia, frenó en seco mirándola con sonrisa bobalicona.

– Perdone, señorita, no pretendía asustarla -dijo el guarda con un hablar lento-. Sólo quería avisarle de que uno de los cierres de su maletín está abierto y se le pueden caer las cosas.

Karen miró su portafolios y, en efecto, uno de los cierres estaba abierto.

– Bueno. -Parte de su tensión se relajó-. Muchas gracias. Muy amable.

– De nada, señorita -dijo el otro ampliando la sonrisa.

– Buenas tardes -repuso Karen dando por concluida la conversación pero manteniendo el maletín como escudo. El otro la miraba con extrañeza.

– Buenas tardes -dijo el hombre y, dando media vuelta, empezó a andar en dirección contraria.

Karen mantuvo su extraña posición mientras sentía que, otra vez, la sangre empezaba a circular por su cuerpo. Al cabo de unos pasos el guarda volvió la cabeza, sin dejar de andar, para mirarla de nuevo. Ella se apresuró para llegar al coche y, luego de buscar con manos temblorosas unas llaves que se escondían dentro del bolso, logró finalmente abrirlo. Lanzando sus cosas al asiento del acompañante entró, y puso de inmediato el seguro.