– Gracias por la visita -continuó Kevin ante su silencio-, pero por hoy la sesión de trabajo ha terminado ya y todos los demás se han ido. Si no te importa, vuelve mañana; ahora molestas.
– ¡Hijoputa! -La expresión le salió a Jaime de las entrañas. ¿Cómo se atrevía a hablarle así? Sentía cómo el odio le hacía hervir la sangre y cómo su brazo derecho se levantaba, apuntando con su revólver al centro de la frente de aquel miserable. La sonrisa triunfal de Kevin se quebró ligeramente, pero continuo allí. Jaime tuvo la absoluta seguridad de que le dispararía. Pero había algo que odiaba mucho más que aquella sonrisa arrogante de vencedor. Apuntó al pene. Y con cierto regocijo comprobó que ya no estaba tan erguido como hacía un momento. Deseó que Kevin tuviera miedo, mucho miedo, que sufriera sólo un poco de lo que él estaba sufriendo, antes de recibir los disparos en el sexo. Que sufriera. Y que doliera, que le doliera mucho. Tanto como a él le dolía su corazón desgarrado.
– Jaime, déjalo -oyó, muy distante, la voz de Ricardo-. No le dispares. Te condenan a muerte si lo matas.
¿Qué importa?, pensó. Ya estoy muerto.
Y apretó el gatillo.
76
– Los americanos creemos mucho en Dios, poco en los hombres y nada en el estado. -Davis miró los reflejos ámbares y tostados que el reserva de malta puro, en vaso de cristal tallado, producía contra el fuego de la chimenea.
Gutierres se arrellanó en su sillón, tomó un sorbo de whisky, no dijo nada y esperó mirándolo con atención. Pequeño, arrugado, hundido en su enorme sillón de cuero, el viejo mantenía su mente aguda como cuchillo afilado, rápida como lengua de camaleón. Gus disfrutaba de aquellas sesiones donde ambos compartían soledad; miró las estanterías de nogal y caoba, cubiertas de libros difuminados en la penumbra de la sala, y se aprestó a saborear el momento junto con el malta. Sabía que Davis no esperaba su comentario, que sólo pensaba en voz alta, y por lo tanto guardó silencio.
– Casi el 90 por ciento creemos en Dios y casi el 75 estamos convencidos de que nuestros gobernantes son una pandilla de tramposos y conspiradores. En cambio en Europa creen poco en Dios y mucho en el estado; esperan que éste les solucione sus necesidades. Pero después de la caída de los regímenes comunistas, sumiendo en la miseria a los que confiaban en sus gobiernos, millones se sienten engañados, y la espiritualidad, la necesidad de creer en Dios, resurge con fuerza.
»Es lógico; cuando te das cuenta de que el estado ya no va a pagar a tus médicos y que no hay dinero para tu pensión de vejez, es cuando empiezas a rezar con fervor. -Los dientes de Davis brillaron en una corta sonrisa-. Y la desconfianza se traslada a la Europa occidental y a su estado de bienestar. El humanismo está naufragando en su propia cuna, Europa, y lo lamento, amigo Gus, lo lamento.
– No puedo creer que lamente de verdad la caída del comunismo. -El tono de Gutierres mostraba su sorpresa.
– En algo sí. Por una parte, porque nos quedamos sin enemigos, y sin ellos la vida es más aburrida; luego de muchos años de lucha, te encariñas con tu rival pero, claro, esto sólo ocurre cuando ganas o, a lo sumo, cuando empatas. -Davis declamaba con su vaso alzado-. Si durante muchos años te has definido como antialgo y pierdes ese algo, pierdes parte de ti mismo. Además, a mí siempre se me antojó la creencia socialista en el hombre, en oposición a Dios, como algo de un gran atractivo romántico. -Davis hizo una pausa y, ante el silencio de Gutierres, continuó-: El tiempo ha demostrado que estaban equivocados, pero es lógico, el hombre es imperfecto y Dios es perfecto por definición. Es una batalla desigual. Es difícil confiar ciegamente en el vecino al que ves cada día, y muy fácil confiar en un Dios al que no ves.
– No ocurre así con los cátaros. -Gutierres decidió retar la dialéctica de su jefe-. Ellos sí tienen un Dios imperfecto.
– ¡Ah, sí! Porque son maniqueos; dualistas, pero incompletos -repuso Davis, encantado de encontrar oposición a su discurso-. De ser dualistas plenos, con todas sus consecuencias, creerían que el principio del mal es tan poderoso como el del bien. Pero los maniqueos perfectos no pueden funcionar en este tiempo en que vivimos, donde el blanco y el negro son casi inexistentes y los grises dominan el mundo.
– Sí, es cierto. Los nuevos cátaros ya no llaman al antiguo Dios malo por su nombre, sino «principio creador» o «naturaleza» -confirmó el guardaespaldas.
– Claro, las nuevas religiones tienen que hacer buen márketing y, por lo que me has contado, ésta se ha adaptado bien a los nuevos tiempos y triunfará; al menos aquí, en California. ¡Cristianismo original y reencarnación! ¡La mejor combinación desde el descubrimiento del ron con Coca-Cola!
Davis quedó en silencio, mirando el contenido de su vaso como esperando encontrar dentro la respuesta. Gutierres paladeó su whisky, disfrutando del doble lenguaje cargado de intención del viejo.
– Dime, ¿qué más ha descubierto tu infiltrado en el Club Cátaro? -inquirió el viejo al rato.
– Poco más. La estructura religiosa comandada por Peter Dubois está clara, y también la ideológica liderada por Kevin Kepler, el profesor de la UCLA. -El tono de Gutierres pasó a ser más formal. Simplemente estaba informando-. Pero estamos seguros de que existe una parte hermética exclusiva para iniciados, una estructura de poder, donde nuestro hombre no ha podido infiltrarse. Parece como si Dubois y Kepler siguieran las instrucciones de un líder oculto. No sabemos quién es, y tampoco las identidades de la mayoría de sus fieles. La gente que se puede ver en el club son simples creyentes o simpatizantes sin mayor relevancia.
– ¿Dónde los posicionarías políticamente?
– Por lo que hablan, estarían en el lado izquierdo del partido demócrata. Y salvando las distancias, me recuerdan mucho a los masones de obediencia francesa.
– Interesante. Ellos también son humanistas, aunque laicos, y creen que el hombre nace bueno.
– Sí, pero también tienen su parte hermética, y algunas coincidencias notables con los cátaros.
– ¿Cuáles?
– El origen francés. Dubois es descendiente directo de franceses, y los focos históricos más importantes del catarismo se dieron en el sur de Francia. -Se notaba que, como de costumbre, el pretoriano había investigado mucho más de lo que Davis le había pedido-. También coinciden en la aceptación de los plenos derechos de la mujer. Entre los cátaros, la mujer puede alcanzar el máximo nivel de sacerdocio, y entre los masones de obediencia francesa la mujer también puede llegar a ejercer de Gran Maestra.
»Ambos predican la tolerancia, la libertad, la fraternidad, y finalmente los cátaros sólo aceptan el Evangelio de san Juan, y las reuniones masónicas siempre están presididas por la Biblia abierta en el Evangelio de san Juan.
– Interesante. ¿Crees que están relacionados?
– Quizá.
– ¿Podrían los cátaros estar infiltrando sus secuaces en la Corporación tal como insinúa Beck?
– Es muy probable; Kepler mostró un gran interés cuando nuestro hombre comentó que trabajaba para nosotros, interrogándole sobre la naturaleza de su trabajo.
– ¿Ha identificado tu hombre a algún empleado nuestro? -El viejo, evidenciando su interés, se incorporó en su sillón.
– No por ahora, pero recuerde que la gran masa de sus creyentes permanece en el anonimato.
– ¿Crees que podrían estar implicados en el asesinato de Steve?
– Proclaman la no violencia; un asesinato parece contrario a su discurso. Pero no sabemos qué objetivos persigue la parte hermética de su estructura y si está relacionada o no con otras sociedades herméticas progresistas.