Cuando lo vio, clavó su mirada azul en él y sonriendo mostró sus blancos dientes. Se alegraba de verle o al menos lo aparentaba muy bien. Era una hermosa mujer.
– Hola, Jim.
– Hola, Karen.
Se sentó junto a él colocando sus piernas con cuidado para mostrar sólo la parte exterior. Le dedicó una mirada intensa.
– ¿Cómo estás?
– He vivido tiempos mejores. ¿Y tú?
– También; vengo de mi apartamento y aquello es un desastre. Tuve suerte de no estar allí. Entraron cortando la valla metálica que separa parte del jardín de una zona colindante de servicios. Había dejado mi ordenador conectado y preparado para que sólo pudieran obtener la información que nosotros queríamos. Ha funcionado.
– Lo tenías todo bajo control. Lo único que no esperabas era que yo me preocupara por ti.
– He hablado con Was, y ha retirado la denuncia contra vosotros.
– Gracias. Muy generosa.
Jaime no añadió más y se hizo el silencio. Karen inició la conversación al cabo de unos momentos.
– Te creía en Londres.
– Y estaba, pero alguien a quien amaba me envió un mensaje diciendo que se encontraba en peligro. Y ya ves, tonto de mí, lo dejé todo para acudir en su ayuda.
– Siento mucho lo ocurrido.
– Siento haberos estropeado la velada.
– La verdad es que sí la estropeaste.
– Pues me alegro mucho.
Karen soltó una alegre risita y luego se puso muy seria.
– Recibí tu mensaje.
– ¿Sí? Y decidiste celebrar la buena noticia con Kevin, ¿verdad?
Karen guardó silencio por unos momentos y luego pregunto:
– ¿Has cambiado de idea o aún me quieres?
– ¿Qué importancia tiene eso para ti ahora?
– Sí la tiene, y mucha. Contéstame. Por favor.
– Eres tú la que tiene que contestarme. ¿Recuerdas el mensaje que dijiste imprimirías? Ese que me pedías que te aclarara. Y yo lo hice. ¿Recuerdas?
– Claro que lo recuerdo.
– Y bien. ¿Cuál es la respuesta?
– Sí.
Jaime sintió que su corazón se detenía.
– Sí ¿qué?
– Sí. Te quiero.
– ¡Maldita sea, Karen! ¿Me quieres y lo primero que haces es dejarte follar por Kevin cuando yo estoy ausente? -Jaime sentía una extraña mezcla de felicidad, rabia e indignación-. ¿No sabes que la gente normal considera incompatible querer a alguien y ponerle los cuernos?
– Bueno. Es que a él también le quiero.
Jaime se la quedó mirando sin dar crédito a lo que oía. Karen le mantuvo la mirada con expresión seria.
– ¿Bromeas? ¿Qué nos quieres a los dos? ¿Qué coño quieres decir con eso? ¿Es que los putos cátaros sois bígamos o qué?
– Pero a ti te quiero mucho más.
– ¿Y eso qué quiere decir? ¿Que te acostarás conmigo cinco días a la semana y con él sólo dos?
– No. Cálmate, Jimy, deja que te explique. Kevin y yo fuimos amantes antes de conocerte, o quizá sería más correcto decir que estuvimos casados, ya que para los cátaros el matrimonio no es un sacramento, sino un acuerdo libre entre dos. El caso es que vivimos juntos más o menos un año. Y yo quise dejarlo. Pero él jamás lo aceptó y ha continuado pretendiéndome a pesar de que ambos hemos salido con otras parejas.
»Cuando el martes por la noche me llamaron por teléfono alertándome de lo ocurrido y del peligro, empecé a avisar a otra gente para que se pusieran a salvo o extremaran las precauciones. Lo hice antes de leer tu mensaje. Entre otros te avisé a ti y también a Kevin. Luego vi tu mensaje y, cuando lo leí, me sentí muy feliz. Pero tenía miedo, y tú estabas muy lejos.
»Al enterarse Kevin de lo ocurrido vino de inmediato a protegerme y estuvo todo ese tiempo conmigo. De nuevo me declaró su amor e insistió en que volviera con él. Ya ves, no sé cómo explicarlo, pero tenía miedo y con él me sentía protegida y halagada. Al final pasó lo que pasó. Soy monógama y no traiciono a mi pareja cuando tenemos un compromiso mutuo. De decidir irme con otro, siempre rompería antes mis ataduras anteriores.
»No me había comprometido aún contigo, pero estaba tomando mi decisión, y esa decisión debía incluir terminar definitivamente con Kevin. Ambos me estabais pretendiendo. Y no sé qué pasó exactamente. Quizá decidí revisar cuáles eran mis sentimientos respecto a Kevin antes de contestarte. Ahora ya sé lo que siento por ambos.
– ¿Quiere decir eso que me garantizas la exclusiva?
– Sí. Si aún la quieres.
– Un margarita para la señorita. -Ricardo interrumpió sir viendo él personalmente las bebidas. Sin preguntarle le traía un nuevo brandy a Jaime-. Espero que se diviertan. Por cierto, una tal Marta, que dice ser antigua amiga tuya, ha estado preguntando por ti, Jaime.
Oportuno Ricardo. Le recordaba la noche pasada con Marta insinuando que Karen y él estaban en paz. Maldito entrometido pensó.
– ¡Ah! ¿Quién es Marta? -preguntó ahora Karen, frunciendo el ceño pero con una sonrisa aliviada por el cambio de rumbo de la conversación.
– Pues es una morena muy guapa que pregunta a veces por este caballero -contestó Ricardo con una gran sonrisa. El hijoputa se estaba divirtiendo, pensó Jaime-. Bueno, los dejo, parece que tienen de qué hablar. -Vio la expresión adusta de su amigo y le guiñó un ojo. Cogió la bandeja y se fue.
– ¿Quién es Marta?
– Una chica que conocí hace tiempo -mintió él-. Pero dime, Karen, toda esa historia de nuestro amor eterno, de nuestro amor de hace casi ochocientos años, ¿cómo te atreves a jugar con ello? ¿Cómo me dices que no sabes lo que pasó con Kevin? Me dices que te cortejaba y que tú le diste lo que te pedía. Así, tan fácil. ¡Por favor, Karen! ¿Cómo puedes ser tan superficial? Creía que considerabas lo nuestro único, casi sagrado. Que me descubriste en tus sueños del pasado, que me buscaste para continuar aquel gran amor hasta encontrarme. ¡Tu antiguo gran amor! ¿Cómo es posible? Lo encuentras y de inmediato le pones los cuernos.
– Te equivocas, Jaime -Karen contestó con firmeza-. No te puse los cuernos porque no tenía ningún compromiso contigo. Era una mujer libre y con dos ofertas. El asunto era muy importante. Lo pensé y luego tomé una decisión. No te he engañado en ningún momento. Si me quieres, tómame. Si no, dímelo y lo dejamos. Pero si me tomas ha de ser sin reproches y sin cuentas pendientes.
– Pero lo nuestro se supone que era distinto. Único. Exclusivo. Yo te he visto en mis recuerdos. Y te amaba con locura. Y ese amor se ha mantenido, ha crecido en el tiempo. ¿Cómo puedes comparar lo nuestro con tu asunto con Kevin?
– Tienes razón en lo extraordinario de lo que nos está ocurriendo, Jim, pero te equivocas en lo de único y exclusivo.
– ¿A qué te refieres?
– A que sí te puedo comparar con Kevin.
– ¿Cómo?
– Porque a él también lo amé antes.
– ¿Qué?
– No te puedo contar más, Jim. Debes terminar tu ciclo de recuerdos de aquella vida. Solamente créeme. No ha sido una decisión inmediata para mí. Tampoco tan fácil. Tenía que rechazar parte de mi vida antigua y tomar otra.
Jaime se quedó silencioso. Intentaba asimilar todo aquello. No sabía qué decir.
– Lo ocurrido con Kevin fue un tipo de despedida -continuó Karen-. Tú pareces tomarlo como una gran ofensa personal. Y te equivocas. No tienes derecho a censurarme. Se lo debía a Kevin.
Karen calló. Jaime se dio cuenta por unos momentos del entorno que lo rodeaba y de que durante la conversación el resto del mundo había desaparecido de su conciencia. La música sonaba ahora a ritmo caribeño, y el local se había llenado con mucha más gente. Y Karen estaba allí, delante de él. Hermosa como nunca y provocativa con su jersey de pico, que no escatimaba la vista de la parte superior de sus pechos. Y sus piernas largas y bellas se mostraban generosas hasta donde su corta falda había retrocedido al sentarse. Él amaba a aquella mujer. Y tenía mil motivos. Su personalidad, su sonrisa, la forma en que se expresaba, cómo se movía…