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– Los Guardianes utilizan la violencia física y el asesinato en nombre de su Dios. Están equivocados. El hombre nació de un animal primitivo y cruel que creó el demonio, el mal Dios, la Naturaleza, pero en su interior tiene un alma pura creada por el Dios bueno. Y evoluciona de forma imparable vida tras vida hacia la bondad, perdiendo en su largo camino su crueldad animal. Dios sólo hay uno, y este Dios es el Dios bueno, que al final de los tiempos recuperará el alma de los hombres para su reino. -Los ademanes de Dubois eran suaves y sus ojos habían perdido la dureza, la amenaza hipnótica que Jaime siempre había visto en ellos. Ahora se sentía bien con aquel hombre de barba blanca-. Pero cada individuo inventa su propia versión de Dios según su estado de evolución. Su Dios se parece psicológicamente a ellos. Antiguamente los dioses pedían sacrificios humanos. Sacrificios de animales. Pero no era el Dios bueno quien lo pedía, sino la Naturaleza brutal y cruel de aquellos hombres; el mal Dios.

»El Dios bueno no ha pedido nunca el asesinato, el robo, la venganza, el engaño y la violación, aunque haya hombres y religiones que los justifiquen en nombre del Altísimo. Pero las creencias también evolucionan y se adaptan a las necesidades de un hombre más cercano al Dios bueno. Lo que la Iglesia católica practicaba hace ocho siglos hoy horrorizaría a los católicos; han evolucionado a formas más caritativas, más puras. Nosotros, los cátaros, también hemos evolucionado, porque nuestra religión, aunque buscara al Dios bueno, tampoco nació perfecta. En el siglo xiii creíamos que el Señor nos pedía que nos dejáramos perseguir, despellejar, quemar. Pero estábamos equivocados. Es lícito que nuestros creyentes se opongan a las gentes que quieran implantar la intolerancia y las creencias retrógradas propias del Dios malo. Sólo que debemos evitar, en lo posible, la violencia contra los demás.

– ¿Qué me dice de la seducción y el sexo? -Jaime sabía que Dubois adivinaría el porqué de su pregunta-. ¿Son armas lícitas para esa lucha?

– Yo hice voto de castidad. Pero los creyentes no lo hacen. El sexo es bueno porque permite el nacimiento de los cuerpos físicos y la encarnación de las almas. También es un vehículo para el amor, que es la mejor virtud del ser humano. Sin embargo debe ser usado con cuidado, no porque sea pecado, sino porque puede hacer sufrir. Si no se hace daño a los demás o a uno mismo, el sexo es como cualquier otra cosa en nuestro mundo: fruto de la Naturaleza. O del demonio, como dirían los antiguos. No debería ser usado como arma; pero tampoco debiera usarse ninguna otra arma.

87

Cuando Jaime entró en el salón, Karen y Kevin se encontraban de pie, con papeles en las manos y en acalorada discusión, mientras Tim les escuchaba sentado en una silla. Encima de la mesa había numerosos documentos amontonados y un ordenador portátil en funcionamiento. Pilas de dossiers en el suelo.

Jaime no se había encontrado con Kevin desde el incidente de la noche del miércoles en aquel mismo salón y sobre aquellos malditos sofás. Al verlo con Karen sintió como una punzada en su vientre y mil pasiones se reavivaron en su interior. Odiaba a aquel individuo y en un acto reflejo apretó los puños y la mandíbula. Debía de ser su diablo interior. O la Naturaleza, como diría Dubois. Fuera lo que fuese, allí estaba de nuevo y hacía que odiara a aquel individuo a muerte. Hizo un esfuerzo por contenerse y saludó al grupo.

– Buenas tardes.

– Buenas tardes -repitieron Karen y Tim.

Kevin se lo quedó mirando desafiante, con los labios apretados, sin responder al saludo; él también debía de sufrir un demonio interior.

Los ojos de Karen se iluminaron al verlo, le dedicó una deliciosa sonrisa y, abandonando la conversación y los papales encima de la mesa, fue a su encuentro. Le besó en los labios y, al cogerle de la mano, Jaime sintió un gran alivio, notando cómo sus músculos se relajaban. Karen estaba con él. Kevin perdía.

– ¿Cómo te ha ido? -preguntó ella.

– He cerrado mi ciclo.

– ¿Has hablado con Dubois?

– Sí.

– Preparemos unos sándwiches y salgamos al jardín. Me lo tienes que contar todo. -Sin despedirse de los demás Karen tiró de Jaime en dirección a la cocina.

Era una hermosa tarde soleada. Anduvieron sobre el césped rodeado de arbustos y azaleas. Depositaron los bocadillos y unas bebidas sobre una mesa de jardín cercana a la piscina y Karen lo condujo al mirador, desde donde se contemplaba el valle de San Fernando y las montañas. A pesar de una ligera bruma en el valle, la vista era magnífica.

– Cuéntame -pidió ella al sentarse a la mesa.

Él le contó lo vivido hacía unos minutos, terminando el relato con su propia muerte y con la angustia de ver morir a su gente por su culpa.

– ¿Puedo conocer ya la historia oficial? -preguntó al final del relato.

– Sí, pero la verdadera historia es la que tú ya sabes. Las versiones de los que ganaron no te deben importar.

– Aun así, tengo muchas preguntas sobre lo ocurrido.

– Lo que está escrito en los libros se parece mucho a tus recuerdos, pero Dubois te podrá responder mejor. Precisamente ha salido al jardín.

Karen llamó al viejo, que acudió a la mesa.

– Ha revivido usted la batalla de Muret casi exactamente como la cuenta la historia. -Dubois continuaba sonriente-. Es asombrosa la exactitud de sus recuerdos.

– Miguel murió conmigo, pero ¿qué le ocurrió a mi amigo Hug?

– Hug, siguiendo las órdenes del rey, abandonó el campo de batalla. Su escudero y sus hombres lograron ponerle a salvo, lo llevaron a Tolosa, pero estaba muy malherido y murió dos días después.

Salvo un pequeño pesar, Jaime no sintió ninguna otra emoción; Ricardo estaba vivito y lleno de salud. Al revivir la batalla experimentó las emociones con una intensidad cruel, pero ahora aquello se le antojaba una historia antigua.

– ¿Qué pasó con el resto de mis caballeros?

– Murieron prácticamente todos. Rodeados de enemigos, se dejaron matar uno tras otro haciendo círculo para defender el cuerpo del rey. Luego los cruzados desnudaron los cadáveres para quedarse con joyas, ropas y armas. Cuando Simón de Montfort llegó para ver al rey, éste yacía desnudo con varias heridas, pero una, en el costado, era mortal de necesidad. Lo pudieron reconocer por su gran estatura. Dicen que el jefe cruzado lloró al ver al rey en tal estado.

»El resto del ejército se derrumbó al morir Pedro y huyó abandonando a los caballeros de la mesnada real que defendían el cadáver de su señor. El conde de Tolosa, Ramón VI, yo (lo siento), no llegó siquiera a salir con sus caballeros al combate. Su hijo Ramón VII, que lo presenció a distancia, recordaba: "El ruido era como el de un bosque de árboles abatidos a golpes de hacha." El conde de Tolosa se retiró con su hijo a su ciudad, de donde huyó rumbo al exilio poco después ante el avance de los cruzados. Perdió y ganó varias veces el condado, demostrando ser un maestro de la intriga y la política, aunque no un gran guerrero. Finalmente, muchos años después, su hijo Ramón VII recuperó definitivamente Tolosa, pero ya como vasallo del rey francés.

– ¿Qué pasó con el hijo del rey Pedro? ¿Continuó la guerra de su padre?

– No. Jaime I tenía cinco años cuando Pedro murió. Pocos meses antes se había quedado también huérfano de madre al morir María de Montpellier en Roma y fue puesto bajo la tutela del maestre de los templarios del reino de Aragón. Con un reino lleno de deudas, menor de edad y agradecido al Papa que ayudó a liberarlo de Simón de Montfort, Jaime renunció a sus derechos sobre Occitania obedeciendo al Papa y dejó el campo libre a la corona francesa.

»Jaime I dijo de Pedro II, su padre: "Si perdió su vida en Muret, fue a causa de su propia locura. Sin embargo fue fiel a su estirpe venciendo o muriendo en la batalla." A pesar de renunciar a Occitania, el nuevo rey de Aragón se distinguió militarmente conquistando los reinos de Valencia y Mallorca a los moros y estableciendo las bases para un imperio mediterráneo que posteriormente, con sus sucesores, se consolidó en Cerdeña, Sicilia y Nápoles, llegando incluso a establecer dominios en Grecia.