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– ¿Y qué ocurrió con el jefe cruzado?

– Simón de Montfort murió en uno de sus intentos de capturar Tolosa cuando unas muchachas tolosanas, defendiéndose con una pequeña catapulta, le aplastaron el cráneo con una piedra. Su hijo Amauric no supo consolidar lo conseguido por el padre y finalmente tuvo que retirarse a Francia.

– ¿Y Corba? ¿Qué pasó con Corba?

– Yo respondo a eso -dijo Karen-. Corba se refugió en Tolosa, donde tenía a su familia, que estando vinculada al conde lo siguió en su destierro. Profesaban la fe cátara.

»No le faltaron pretendientes a la dama Corba; no sólo era apreciada por su físico y su inteligencia, sino que el haber sido la dama del rey Pedro la colocaba por encima del resto de damas. Al cabo de unos años se casó con un noble, Ramón Perelha, y tuvieron varios hijos. Ramón era el señor del pueblo de Montsegur y rendía vasallaje a Esclaramonda de Foix, hermana del conde de Foix que participó en la batalla de Muret. Esclaramonda era una Buena Mujer y mandó fortificar Montsegur para proteger a los cátaros que huían de la Inquisición. Ramón Perelha cuidó de Corba hasta la muerte de ésta, que aconteció a principios de 1244 en la toma de Montsegur. La historia oficial cuenta que al no querer renunciar a su fe, la Inquisición la quemó en la hoguera junto con doscientos catorce creyentes más. Pero no es cierto; mis recuerdos son distintos. Corba se arrojó desde lo alto de las murallas a una hoguera para morir libre.

– Lo sé -dijo Jaime-. Es lo que me contaste.

– Sí. Pero aún no lo sabes todo.

El tono usado por Karen lo alarmó.

– ¿Hay algo más? -Jaime se sentía ahora inquieto.

– Sí. Pude reconocer a mi esposo de aquel tiempo. -Karen hizo una pausa-. Y él me reconoció a mí. Tú sabes quién es.

Como si de un relámpago se tratara, una certeza fatal iluminó la mente de Jaime.

– ¡Kevin!

– Sí.

Trabajar el resto del sábado en Montsegur, luego de la revelación sobre Kevin, se convirtió en una tortura para Jaime. Era insoportable ver la cara y ademanes, de hombre querido por las mujeres, de su rival. Aquella permanente visión del guapo y el conocimiento de su papel en la historia pasada le hacían dudar, aún más, de poder retener a Karen; en consecuencia, su amor por ella tomaba la intensidad desesperada que sólo el sentimiento anticipado de pérdida puede producir.

Advirtió, para su consuelo, que Kevin no ofrecía un aspecto más feliz que el suyo; trabajaba silencioso, taciturno, y parecía soportar peor que él la forzada convivencia en el gran salón de Montsegur.

Karen se mostraba discreta en presencia de los demás, pero a solas en la cocina o en el jardín le expresaba a Jaime que su cariño era sólo para él, para nadie más. Jaime sentía entonces un placer infinito; placer que duraba justo hasta que volvía a ver la cara de Kevin.

DOMINGO

88

Decidieron relajar un poco la tensión que crecía conforme se acercaba el lunes. Todo estaría listo entonces, y Jaime debería encontrar la forma de acceder a Davis sin alertar a nadie de la secta. No era fácil, pero estaba seguro de conseguirlo.

Por la mañana recogieron a Jenny, la hija de Jaime, y los tres fueron a navegar para luego almorzar en uno de los restaurantes marineros de New Port.

Karen y Jenny congeniaron, y la mañana fue estupenda. En la tarde, una vez que dejaron a la niña con su madre, se dirigieron a Montsegur, donde a Jaime le esperaba una sorpresa.

– Buenas tardes, Berenguer, me alegro de verlo.

Allí estaba Andrew Andersen, el presidente de Asuntos Legales de la Corporación.

Superado el asombro inicial, Jaime le saludó mientras pensaba con rapidez: ¡Claro! Una de las piezas que faltaban en el rompecabezas. Andersen era creyente cátaro y quizá máximo responsable y cerebro de la trama que haría caer a los Guardianes y ascendería a los cátaros. Jaime había intuido la existencia de un cátaro con mucho poder en la empresa; por eso Douglas, aun siendo un importante guardián, fue despedido a pesar del apoyo de los altos directivos. Alguien debió de influir en Davis para contrarrestar la presión política de los Guardianes, y Andersen estaba en la posición correcta. También debió de ser él quien alertó a Karen del asesinato de Linda, ya que, como jefe legal de la compañía, sería el primero al que la policía avisara.

Jaime observó con curiosidad el atildado aspecto de deportista náutico de Andersen. Así que éste era el gran jefe cátaro escondido. El que, oculto, movía los hilos. Sorprendente.

– Tenemos cita con Davis mañana a las nueve; le prometí al viejo información muy relevante -anunció Andersen con tono resuelto-. Disponemos de algunas horas para ensayar la presentación.

– Muy bien, ensayemos -dijo Jaime. Se sentía confortado; el presidente de Asuntos Legales era un aliado formidable, y el acceso a Davis estaba ya resuelto.

– ¿Continúa decidido a seguir adelante? -preguntó Andersen mirándolo suspicaz-. ¿Se atreve?

– Por supuesto -contestó Jaime con aparente tranquilidad, pero supo que las horas, antes del inicio de la batalla final, estaban contadas.

Aquella noche velaría de nuevo sus armas antes del juicio de Dios.

LUNES

89

La secretaria no había llegado todavía, y Jaime entró en el despacho sin llamar. Andersen se encontraba de pie contemplando las brumas del exterior a través de su ventana.

– ¿Preparado? -preguntó sin más preámbulos al ver a Jaime. Parecía con prisa.

– Sí.

– Pues vamos a ello, y suerte.

Esperaron en los ascensores un tiempo interminable observados por el guarda de seguridad. White acostumbraba llegar pronto en la mañana y tenía su despacho muy cerca; encontrarse con él sería muy violento. Jaime no pensaba darle explicación alguna, y su jefe se pondría en alerta.

El ascensor llegó vacío, Andersen aplicó su tarjeta contra el sensor y al aparecer la señal verde pulsó el botón de la planta trigésimo segunda.

En pocos segundos llegaron y Jaime supo que ya no podía volver atrás. No le importó. No tenía ninguna intención de retroceder. La suerte estaba echada.

Gutierres, con un traje impecable y expresión seria, les esperaba en el área de recepción.

– Buenos días, señor Andersen. -Saludó dándole la mano-. Buenos días, señor Berenguer -le dijo a Jaime repitiendo la misma operación-. ¿Me permite su maletín, por favor?

Fue entonces cuando Jaime advirtió la fuerza con la que había aferrado todo el tiempo aquel portafolios. Allí estaba la información depurada, las pruebas por las que Linda había pagado con su vida y por las que asesinaron al creyente cátaro. Sin duda los Guardianes estarían dispuestos a cometer muchos más crímenes con tal que el maletín no llegara a su destino.

– Pasen, por favor -dijo Gutierres indicándoles con un gesto la dirección de una puerta-detector de metales tipo aeropuerto.

Cumplidos los trámites de seguridad, Gutierres les condujo al salón de conferencias situado en el ala norte del edificio. Una lujosa mesa de caoba y sillas a juego eran los únicos muebles de la estancia, que parecería austera a no ser por los cuadros que decoraban las paredes. Picasso, Matisse, Van Gogh, Miró, Gauguin y algún otro que no pudo identificar.

A Jaime le costaba contener su impaciencia y, luego de unos minutos de espera silenciosa, decidió levantarse para mirar por las ventanas. Pero en aquel lunes lluvioso y oscuro, incluso desde los dominios de Davis tan sólo se podía ver un mundo pequeño y gris.