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Jaime pudo ver cómo, antes de responder, su jefe lanzaba una mirada temerosa a Gutierres, que lo contemplaba con rostro impasible.

– Por favor, David. Te equivocas. -Con los ojos húmedos tembloroso, White había perdido su seguridad de repente, parecía presa del pánico, a punto de derrumbarse. Su mirada, baja, no resistía la de Davis y su vista se perdía en algún punto de la mesa.

Jaime, que siempre lo había visto frío y seguro de sí mismo, estaba desconcertado, sorprendido. Había oído historias de lo duro que podía ser Davis, pero jamás antes, tuvo ocasión de presenciarlo: el viejo mostraba sus dientes y los ojos le brillaban con alegría siniestra. De pronto a Jaime se le antojó un monstruo antiguo y amenazante salido de un pasado de hacía ocho siglos.

– No me equivoco, cabrón, no me equivoco. Pero seré generoso: te ofrezco un trato para que salves tu piel.

White levantó sus ojos diluidos y miró a Davis con esperanza.

– Si me cuentas todos los detalles de la conspiración y me das los nombres de mis empleados infieles, indicando su nivel de responsabilidad, irás a la cárcel, pero al menos salvarás el pellejo.

– No puedo -dijo White, con voz tenue, al cabo de unos instantes.

Jaime sabía que no podría denunciar a la secta. Davis no perdonaba, pero los Guardianes tampoco.

– Sí puedes. -El instinto negociador de Davis afloraba-. Si la información es correcta y de calidad, quizá te consiga un pasaje para el extranjero; te librarías de la policía y de tus propios amigos.

White no respondió. Su cabeza estaba baja y hacía leves movimientos negativos con ella.

– Bien. Tienes veinticuatro horas para pensarlo -le dijo el viejo al cabo de un rato-. Quiero verte aquí mañana a las cuatro y media. Ve a tu casa y no salgas de ella hasta que vayamos por ti. Deja tus llaves, tarjetas y códigos. No pases por tu despacho ni cojas el coche de la compañía. Obviamente estás despedido. Gus. -Gutierres se incorporó-. Llévatelo fuera y que dos de tus hombres lo conduzcan a su casa. -Davis se dirigió de nuevo a White, que se levantaba-. Te quiero mañana aquí con toda la información. Ahora sal de mi vista.

– David -le dijo Andersen cuando hubieron salido-, creo que lo más prudente es entregarlo ahora mismo a la policía. Nos evitaríamos complicaciones.

– Sí, pero nunca jamás tendríamos la lista de todos los implicados en el asunto. Quiero saber quiénes son. No, Andrew; lo haremos a mi manera.

– Corremos el riesgo de que se fugue, que invente algo nuevo, que se comunique con los suyos -intervino Jaime, al que no le hacía ninguna gracia que White anduviera suelto por ahí.

– No se preocupe, Berenguer. -Davis sonrió enseñando unos dientes amenazadores-. No podrá escapar. No se atreverá siquiera a salir de su casa.

– Bueno -contestó Jaime imaginando lo que eso podría implicar.

– Ahora hablemos de usted -continuó Davis-. Tengo aquí la hoja de la última evaluación que White le hizo. Es francamente buena. He decidido que efectivo de inmediato ocupe usted su puesto. De momento no habrá ningún anuncio oficial y su prioridad será obtener toda la información posible sobre el complot. Póngase en marcha ahora mismo. Cooper y los de finanzas le ayudarán en todo lo que necesite.

»Usted y Andersen se coordinarán con el inspector Ramsey; cuéntenle lo que sepan que pueda ayudar en la investigación del asesinato de Steven. Estoy seguro de que Beck, el agente especial del FBI, acudirá a verlo tan pronto como se entere del asunto. Trátelo con cortesía, pero no le dé muchos detalles. Washington sabe de inmediato lo que éste sabe y no quiero a Washington sabiendo demasiado. -Davis se levantó, dirigiéndose a la puerta sin esperar respuesta de Jaime a su nombramiento.

Jaime pensó rápido. Aquel final era mucho mejor de lo que él había podido imaginar. ¡La batalla estaba ganada! Sintió el dulce sabor de la victoria. Pero múltiples pensamientos le asaltaban.

– Señor Davis.

– ¿Qué? -Davis estaba ya en la puerta y se giró.

– Deseo conservar a mi secretaria.

Davis lo miraba como si hubiera dicho una gran tontería.

– Berenguer, en su nueva posición debe aprender a no importunarme con detalles obvios. Háblelo con Andrew Andersen. -Y salió.

Jaime se quedó mirando la espalda de Davis mientras Andersen y Cooper le tendían la mano felicitándolo. Viejo, encogido y aferrado desesperadamente al poder como un heroinómano a su droga, pensó. De pronto algo se le hizo evidente.

– Pero yo te conozco -murmuró entre dientes-. De hace mucho, mucho tiempo.

92

– ¡Padrísimo! ¡Ganamos! -El júbilo de Ricardo se transmitía a la perfección a través del hilo telefónico, y Jaime pensó que hacía siglos que le debía una victoria-. Esta noche lo celebraremos en grande; le pediré a Karen que invite a algunos de esos cátaros cantamañanas para una fiesta.

– De acuerdo, Ricardo, pero no hasta tarde. No quiero empezar mi nuevo empleo con mal pie.

– Felicidades, don Jaime. -La voz de Karen sonaba cálida y en español-. Te quiero.

– Y yo a ti. Muchísimo -contestó Jaime, sorprendido, en inglés-. No sabía que hablaras español. ¿Dónde lo has aprendido?

– Con Ricardo, esperando tu llamada.

– Gracias por el detalle, pero no confíes en Ricardo como maestro. Si quieres conocer mi lengua materna, mejor te la enseño yo personalmente.

Karen rió.

– ¡Bromeas! -exclamó Laura.

– No. Acaba de ocurrir hace unos minutos allí arriba, en el Olimpo donde habita Davis.

– ¡Qué mal nacido ese White! ¡Pobre Linda!

– Por el momento guárdalo como la confidencia de una secretaria. ¿OK? No tenemos aún pruebas que relacionen a White con el asesinato.

– Pero al menos podré contar lo de tu ascenso.

– Lo mío sí, aunque no es oficial aún. Y lo tuyo también. Te vienes conmigo.

– ¿De verdad?

– Absolutamente. Tú y yo somos un equipo.

– ¡Fabuloso, jefe! ¡Gracias por la promoción! -gritó Laura cogiéndole del cuello y dándole un beso en cada mejilla. El tercero fue largo y en los labios. Luego se separó de él mirándolo con sonrisa pícara-. Bien, ahora hablemos de temas serios. Más responsabilidad, más dinero. ¿En cuánto me vas a subir el sueldo?

– ¡Serás materialista! -le reprochó Jaime frunciendo el ceño pero sonriente-. Suerte tendrás si no te denuncio por acoso sexual.

– ¡Vaya un puritano! -Laura, brazos en jarras, lo miró desafiante-. Si no te ha gustado el beso, me lo devuelves y estamos en paz.

Ambos bromeaban con frecuencia, pero él jamás había percibido aquella provocación; había electricidad entre ambos. Sintió un estremecimiento al notar la feminidad de ella manifestarse así, de repente.

Pero ahora él amaba con locura a Karen y la reacción de su secretaria lo intimidaba. ¿Qué habría ocurrido si ella se hubiese expresado así antes de que él conociera a Karen? Desechó la idea, no era el momento de hacer romance-ficción. Decidió desactivar la tensión de forma elegante.

– Ha sido un beso maravilloso. Me lo quedo para siempre. -Luego cambió el tono-. Esta noche mi novia y yo celebramos mi ascenso con unos amigos. Me encantaría que vinieras.

– Muchas gracias. No sé si podré, tengo un compromiso -repuso Laura luego de una larga pausa, vacilante, sorprendida por la revelación de la «novia». El momento mágico se había esfumado-. Luego te confirmo si voy -añadió con mirada triste.

93

Ricardo había encargado ceviche, burritos, fajitas, quesadillas, guacamole con snacks de maíz, unas enormes ensaladas multicolores y chile verde en salsa.

– ¡La mejor tortilla de California! -proclamaba ufano mientras organizaba detrás de la barra la distribución de cervezas y margaritas.