– Kevin le felicita -anunció Dubois a Jaime-. Dijo que usted entendería que él no viniese, que disfrutará mejor de la fiesta sin él.
– Lo entiendo perfectamente Dubois; agradézcaselo cuando lo vea. Espero que encuentre una chica que lo haga feliz. «Y que sea antes de seis meses», pensó.
– Kevin lleva años enseñando en la UCLA, es bien parecido y carismático. Tiene mujeres en abundancia, le persiguen. Pero parece que sus preferencias iban a Karen.
– ¡Pues qué mala suerte! -se lamentó Jaime.
– No se queje. Él la vio primero. Pero ya ve, quien decide es el destino. Y ahora gana usted.
– ¡Bonito consuelo! Yo necesito a Karen para siempre.
– «Siempre» es un período muy largo. -El viejo le sondeaba con una de sus miradas profundas-. El futuro no existe más que en su mente y es posible que el futuro que imagina sea falso. Lo único real es hoy. Disfrútelo.
Jaime le lanzó una mirada torva; el santón empezaba a irritarle. Decidió cambiar de conversación.
– Hoy he sentido algo raro con David Davis.
– ¿Qué sintió?
– Lo conocí en mi vida del siglo XIII.
– ¿Quién era?
– Alguien también muy poderoso.
– Estoy tratando de recordar su imagen y movimientos en fotos y documentales. -Dubois cerró los ojos y luego de un tiempo empezó a hablar, aún sin abrirlos-. No será… Sería ridículo. Pero tiene que ser…
– ¿Quién, Dubois? ¡Dígame!
– Simón de Montfort. El jefe cruzado.
– ¿Lo es? ¡Entonces estoy en lo cierto!
– Asombroso. Pero tiene sentido; continúa ambicionando el poder.
– ¿Cómo puede ser? Davis es judío.
– ¿Y qué tiene que ver? El alma busca en nuevas vidas caminos que la ayuden a perfeccionarse. Ser judío y tolerante con los demás está tan bien como ser un musulmán, católico o cátaro tolerante.
Jaime aceptó la respuesta de Dubois sin cuestionarla, no tanto por su coherencia como porque tenía otra pregunta más acuciante.
– Estoy reconociendo en mi vida actual a todos los personajes claves de la anterior. ¿Por qué?
– Porque ahora abre los ojos y ve lo que antes tenía delante y no veía; el ciclo se cierra.
– ¿Qué ocurre si no encuentro a una de las personas que más apreciaba en aquel tiempo?
– Nada. Quizá el otro no necesite la reencarnación. O su desarrollo espiritual le lleve por otros caminos. Jamás encontrará a todos.
– Me gustaría reconocer a Miguel de Luisián, el alférez real.
– ¿Verdad que sí? -Aquella sonrisa dulce iluminaba de nuevo la cara de Dubois-. Es como encontrarse con viejos amigos de la infancia que no hemos vuelto a ver. Es estupendo. Pero no se trata de la carta de un restaurante; no ocurre sólo porque se pida. Siga viviendo y mantenga su sensibilidad abierta. Quizá algún día lo encuentre.
Mientras, la celebración se extendía por todo el local. Ricardo proclamó que una fiesta de sólo cinco, y la mayoría hombres, era una chingada. Y como era de esperar, invitó a todos los clientes del establecimiento a comer y tomar unos tragos a la salud de su amigo, al que hoy habían hecho presidente.
– Si invitas a una chica que no conoces, y va acompañada no te queda más remedio que invitar también al tipo -dijo confidencialmente a Jaime con un guiño.
Así que todo el mundo lo felicitaba. Ellos con un apretón de manos y alguna palmada y ellas con un beso. Había música y muchos bailaban. Tim sacó a bailar a Karen, y Jaime se sorprendió de que ella bailara salsa y lo hiciera tan bien. Se movía con ritmo, con sensualidad.
La deseaba; la amaba. No sabía qué iba primero en tal mezcla de sentimientos, si el diablo y el cuerpo, o Dios y el alma. Así es, se dijo, en este mundo entre el cielo y el infierno.
Y Jaime, en aquel momento, entre un pasado muerto y un futuro aún inexistente, era feliz, intensamente feliz.
Sobre las diez de la noche vio aparecer una figura solitaria en la puerta. Era Laura, que acudiendo sin acompañante confirmaba lo que Jaime había sospechado; no tenía pareja y se encontraba ahora tan sola como él lo estaba hacía poco. Laura era una gran chica, con una gran personalidad, y atractiva. A veces la gente se cruza en tiempos desfasados, pensó. Acudió a darle la bienvenida; se dieron un beso. En la mejilla.
– Gracias por venir -dijo Jaime.
– Tenía que celebrar contigo tu ascenso. -Y añadió con una sonrisa-: Además, después de tantos años he de aprovechar cuando al fin te decides a invitarme a algo.
– Malvada -le reconvino él con una sonrisa-. Tú siempre igual.
Karen se acercó a saludarla, se conocían de haber hablado un par de veces, y la tomó bajo su protección, empezando a presentarle a quienes conocía. Cuando llegó el turno de Ricardo, éste se quedó mirando tiernamente a los ojos de Laura y con un gesto teatral le besó la mano.
– ¿Dónde has estado, mi amor? ¡Te he esperado toda la noche! -Y tomándola delicadamente por el codo la llevó a tomar una copa.
Karen, asombrada ante el rapto, comentó divertida a Jaime:
– Ricardo es un galán a la antigua.
– Sí, pero que tenga cuidado.
– ¿Por qué?
– Creo que Laura es un corazón solitario en busca de amor.
– Pues me temo que Ricardo tiene intención de sacar ventaja de ello.
– Claro. Como con todas. Pero Ricardo es justo. También da algo a cambio.
– No, no si lo que buscan es amor de verdad.
– Bueno. El camino en busca del verdadero amor no tiene por qué ser aburrido.
– No me quieres entender.
– Sí te entiendo, pero lo que digo es que Ricardo puede llevarse una sorpresa; Laura es peligrosa.
La noche y la fiesta continuaron y, llegado un momento, la música calló y las luces del pequeño escenario se encendieron. Apareció Ricardo con dos guitarras anunciando:
– Reclamo en este prestigioso escenario al mejor presidente del mundo. ¡Jaime Berenguer!
La sala se llenó de aplausos y Jaime fue empujado al escenario. Cuando subió, Ricardo dijo:
– Y uno de los peores cantantes.
– Todos rieron.
– ¡Comemierdas! -le insultó Jaime por lo bajo.
Cantaron el antiguo repertorio. Desde Simón y Garfunkeclass="underline" Cecilia. You are breaking my heart… hasta La mujer que a mí me quiera ha de quererme de veras… ¡Ay! Corazón…
Para Jaime volvía el pasado brillante y romántico. Se sentía como entonces. No; mejor, mucho mejor. Pero lo que deseaba de verdad ahora era tener a Karen en sus brazos.
Cuando terminaron de cantar y los aplausos cesaron, sonó música romántica. Ricardo, rompiendo la costumbre que tenía en su local, invitó a Laura a bailar. Ambos se miraban a los ojos con ternura y una sonrisa.
– El maldito Ricardo se va a acostar con mi secretaria para celebrar mi promoción -murmuró Jaime al oído de Karen.
Ésta soltó una risa cristalina.
– No seas envidioso y sácame a bailar a mí.
Y bailaron. Y Jaime sintió todo su cuerpo deseando el cuerpo de ella. Y sintió que su alma quería unirse a la de ella. Aquello había ocurrido antes. Y volvería a ocurrir después.
Se miraron a los ojos, y brotaron toda la pasión y el amor del mundo. Y una fuerza irresistible hizo que sus labios se unieran.
Jaime notó cómo el mundo giraba alrededor de ellos, mientras un torbellino interior mezclaba pasado y futuro. Y lo mejor del infierno unió sus cuerpos. Y lo mejor del cielo unió sus almas.
En el único espacio que existía. El que ellos ocupaban ahora.
Y en el único momento que existía. Ese mismo instante. Su presente.
94
Las pantallas del ordenador portátil fluían veloces, palpitando al ritmo impuesto por las hábiles manos.
Llamaron a «mensaje nuevo» para luego introducir una lista de unas diez direcciones. Sonaron las teclas al escribir el texto:
«A todos los hermanos Guardianes del Templo, código A, sur de California: