Levantando su máscara, Jaime le advirtió:
– ¡Cuidado, ahora vendrán desde la puerta!
Laura cogió una de las escopetas y las municiones de los bolsillos del muerto, luego bajaron hacia la puerta. En el umbral aparecieron los dos hombres del pasillo. Laura disparó al primero certeramente y la detonación produjo un gran estruendo; el segundo era Daniel y disparó su escopeta, pero su primer tiro se perdió en el techo. Las dos balas que Jaime le envió dieron en el chaleco antibalas y en una pierna. El tipo volvió a disparar mientras caía, pero tampoco acertó. Laura y Jaime respondieron al mismo tiempo y la cara de Daniel se llenó de sangre. Jaime no sintió lástima, sólo alivio.
– Coge ahora la escopeta; es una Remington 870; excelente a media distancia. ¡Y no te olvides de los cartuchos! -le dijo Laura quitándose la máscara y dejándola colgada del cuello-. Tenemos que cubrir la puerta.
– ¡La servilleta! -avisó Jaime al oír ruido arriba. Ambos la colgaron a la espalda del chaleco.
107
¡Tumbad las mesas que podáis y cubrios atrás! -gritó Gutierres-. ¡Van a volar el suelo! -Pero él continuó tecleando su ordenador impasible a las explosiones. Por suerte las alfombras amortiguaron parte de los cascotes y nadie resultó herido. Tenían poco tiempo.
Gutierres ordenó que se agruparan junto a la puerta de emergencia norte y que Bob, el pretoriano más corpulento, ayudara a White, que casi no podía andar. En precaución de otro intento de asalto, colocaron varias mesas como barricadas frente a la puerta. Sólo había dos máscaras de gas para caso de incendio, y el jefe de los Pretorianos las reservó para Davis y él mismo. El resto debería proveerse de toallas mojadas en los aseos.
Así esperaron unos minutos. Sonaron disparos en la escalera, y al terminar éstos Gutierres dijo:
– Salgamos. Mike y Richy, los primeros. Yo os sigo y, si todo está bien, luego los demás. Al final Charly y Dan protegiendo al señor Davis.
108
Laura y Jaime pudieron oír una nueva explosión en otro lado del edificio, los Guardianes estarían ya volando la puerta sur de la escalera de seguridad y asaltando la planta superior.
Jaime notó que Gutierres y uno de los Pretorianos bajaban moviendo la mesa para dejar paso a los demás; otro pretoriano, Mike vistiéndose el chaleco de uno de los muertos, cogió una escopeta y se colocó al lado de Jaime.
Mientras, Gutierres daba instrucciones en la escalera:
– Inspector Ramsey, coja una escopeta y colóquese detrás de la chica.
Ramsey obedeció, colocándose junto a Laura, de forma que la puerta tenía dos defensores a cada lado. Mientras, arriba, a Davis le vestían el chaleco de uno de los cadáveres. El humo ya les afectaba y empezaban a toser.
– Dan, coloca a White frente a la puerta; que proteja el paso.
El hombretón quiso resistirse, pero Dan lo golpeó un par de veces con la empuñadura de su revólver. Al final quedó tambaleante frente al hueco de la puerta, con el pretoriano, revólver desenfundado, vigilando. White parecía a punto de derrumbarse y ya no ofreció más resistencia. Jaime casi no podía reconocer la cara hinchada y ensangrentada de su ex jefe y se sorprendió a sí mismo sintiendo lástima por él. Los guardaespaldas hicieron cruzar a Davis casi en volandas, con Gutierres cubriéndolo con su propio cuerpo, por delante de la peligrosa puerta pero por detrás de White. El viejo parecía más pequeño que nunca.
– Estoy en deuda con usted, Berenguer -le dijo a Jaime al cruzar a su altura.
Detrás de Davis bajaban Cooper y Andersen. Les seguía Ruth, la gobernanta de la planta, con dos pretorianos cerrando la comitiva, perseguidos por el humo que ya inundaba el piso superior. Justo habían logrado cerrar la puerta de arriba cuando los Guardianes intentaban un nuevo asalto, con una descarga cerrada.
Disparos, maldiciones y ayes se mezclaron con el siniestro ulular de la alarma del edificio, y al responder al fuego desde la escalera se estableció un intenso tiroteo. Varios de los asaltantes cayeron frente a la puerta, y los demás se retiraron sin dejar de disparar. Los lamentos continuaban dentro y fuera de la escalera. Jaime miró a Laura; no estaba herida y ella le hizo el signo de «esto va bien» con el pulgar hacia arriba; la extraña impresión que sentía con respecto a su secretaria continuaba.
Ramsey, sin chaleco antibalas, se había protegido detrás de Laura y se encontraba bien, pero Mike, el pretoriano, estaba tumbado en el suelo. Tenía una herida en la pierna izquierda que sangraba en abundancia. Pero no era él el que se quejaba. La andanada había dado de lleno a White, que se había derrumbado, y a Cooper, que tuvo la mala suerte de cruzar en aquel momento. Cooper, herido en el vientre, se retorcía aullando de dolor, y Ruth gritaba horrorizada mirando a los heridos. Con el pecho ensangrentado y tumbado de lado, White babeaba sangre; estaba moribundo. Jaime pensó que su muerte había sido una ejecución y al cruzar su mirada con la de Gutierres tuvo la seguridad. De no haber hablado ya, nunca lo haría.
– ¡Bajad la mesa! -gritó Gutierres a los dos pretorianos de arriba.
Ramsey empujó a Ruth y a Andersen, haciéndoles pasar por encima de los cuerpos que yacían en el suelo, colocándolos escaleras abajo, lejos del peligro.
Los dos pretorianos colocaron la pequeña mesa de forma que les protegiera de los disparos desde la puerta y desde escaleras arriba. Ahora cubrían la puerta con sus armas, Laura cogió los fusiles de los muertos y se los lanzó. Uno de los caídos en el umbral movió un brazo, tratando de incorporarse con un débil lamento; desde atrás de la mesa un pretoriano le voló la cabeza de un disparo.
– Ya han entrado arriba -dijo Jaime a Gutierres-. Pronto descubrirán que han escapado por aquí y estaremos entre dos fuegos. Tienen que bajar.
– El peligro está en la salida al hall y a la calle -comentó Gutierres pensativo-. Moore, el jefe de seguridad del edificio, es enemigo, luego la mayoría de los guardas de seguridad lo serán. El corte de comunicaciones también les debe de afectar a ellos; debemos aprovecharlo y bajar antes de que se den cuenta. Intentaremos escapar en la limusina blindada.
– Esta escalera de emergencia termina en el hall, y las puertas de bajada al garaje están siempre cerradas -advirtió Jaime.
– Nosotros sabemos cómo abrirlas -repuso Gutierres-. ¡Vayámonos de aquí antes de que nos ataquen también desde arriba!
– ¡Un momento, Gutierres! -Jaime le detuvo-. Tenemos dos heridos y no podemos dejarlos aquí para que los asesinen.
– Mi misión es proteger a Davis; lo siento, pero no voy a arriesgar su seguridad por los heridos. ¡Vamos!
– No; yo no voy -anunció Jaime-. Karen está también aquí arriba. No la dejo.
– No discutiré. ¡Quédese si quiere! Gracias por cubrirnos las espaldas. ¡Los demás, abajo! -dijo medio susurrando para no ser oído por el enemigo-. Bob y Charly, abrís la marcha; detrás el inspector Ramsey, luego Richy con Davis y el resto siguiéndoles.
El grupo empezó a bajar por las escaleras.
– Yo me quedo con Jaime -afirmó Laura.
– Yo también me quedo -dijo Ramsey.
– Usted no puede -objetó el guardaespaldas jefe-. Lo necesitamos abajo para coordinar con la policía tan pronto como podamos salir; tiene que acompañarnos.
– No dejaré a este par solos, defendiendo a los heridos -insistió Ramsey-. Usted sabrá arreglarse bien con la policía.
– No. Sin usted, la policía tardará en coordinar el asalto y esos individuos podrán escapar. Su lugar está fuera. No necesita usted probar aquí su valor; hay tanto peligro abajo como arriba.
– Lo siento, no los abandono.
– No podemos perder tiempo discutiendo; le propongo un cambio -negoció Gutierres-. Dejo aquí a uno de los míos y usted nos acompaña. Un hombre por otro. ¿Hace?
– De acuerdo -aceptó Ramsey.