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– Dan, tú te quedas. ¡Buena suerte, chicos! -Y Gutierres siguió a Ramsey escaleras abajo.

109

Bajaron por las escaleras con rapidez pero sin correr. Bob y Charly, encabezando la marcha, portaban rifles y los chalecos antibalas de los cadáveres; les seguía Ramsey.

– Después de Davis, usted es el más importante para el éxito de la operación -insistió Gutierres cuando Ramsey se negó a vestir el chaleco-. Sin usted coordinando a la policía, esos individuos huirán.

Ramsey se lo puso a regañadientes y lanzó una maldición al mancharse con la sangre del anterior propietario.

El personal había desalojado el edificio por las escaleras de emergencia, así que encontraban las puertas de acceso a las plantas entreabiertas conforme bajaban. Bob y Charly se turnaban. El primero cerraba la puerta y mantenía su cuerpo contra ella para evitar que pudiera ser abierta de nuevo y que les sorprendieran cuando Davis pasara. Mientras, Charly ejecutaba la misma operación con la siguiente. Cuando Davis había pasado y la puerta quedaba bajo el control de Gutierres, Bob corría hacia abajo adelantando la comitiva y bloqueaba la siguiente puerta libre. Andersen marchaba delante de Davis, y justo al lado de éste se movía Richy, el tercer pretoriano, siempre intentando cubrir con su cuerpo al viejo, en caso de un posible ataque. Ruth y Gutierres cerraban la comitiva.

Así llegaron hasta el primer piso, donde Gutierres pasó a la vanguardia para organizar el siguiente paso. En el nivel cero había dos puertas, una hacia el interior del hall y otra que daba al jardín exterior que rodeaba el edificio, y entre ambas un amplio descansillo; luego, la escalera continuaba hasta los aparcamientos subterráneos.

Gutierres envió a Richy a cerrar la puerta del hall, que estaba entornada, mientras Bob y Charly corrían a controlar la puerta exterior del jardín, que no podían ver desde su posición en la escalera. Los temores de Gutierres se confirmaron cuando vieron a Nick Moore con cuatro guardas armados con escopetas vigilando la parte exterior. Por suerte no esperaban que el grupo apareciera por allí y sólo un par estaba en posición de ver la puerta.

– ¡Adelante! -susurró Charly, y Gutierres se lanzó a la carrera hacia las escaleras de bajada, cargando literalmente con Davis; los demás los siguieron, mientras Bob intentaba cerrar la puerta del jardín sin conseguirlo, al estar sujeta al suelo de alguna forma. Los guardas dieron la voz de alarma a sus compañeros, que hicieron ademán de girarse con las armas.

– ¡Quietos o disparamos! -gritó Charly.

Por unos segundos pareció que los guardas dudaban pero, cuando Moore se giró empuñando su pistola, Charly y Bob empezaron a disparar.

Ramsey y Andersen habían ya cruzado cuando sonaron los disparos, pero Ruth retrocedió hacia la escalera superior. Richy, que protegía la puerta del hall, no llevaba chaleco antibalas y fue alcanzado de lleno.

Moore, herido en una pierna, cayó junto con dos de los guardas, y los otros se echaron al suelo disparando por encima de los cuerpos de sus compañeros. Charly y Bob consiguieron salir del umbral de la puerta sin ser heridos y quedaron cubriendo la retaguardia del grupo.

Mientras, Gutierres había logrado abrir la entrada que daba acceso al nivel primero de los aparcamientos. Hizo pasar a los cinco supervivientes y cerró la puerta mientras se preguntaba angustiado si podrían alcanzar la limusina.

110

El grupo de arriba organizó su defensa. White parecía muerto, y lo dejaron en el rellano de la escalera junto a varios cadáveres de asaltantes. Jaime y Dan trasladaron a Bob Cooper, a pesar de su fea herida en el vientre, al descansillo inferior de la escalera; sangraba en abundancia y aulló de dolor. No dejaba de gemir ni un momento.

Laura ayudó a Mike, el pretoriano herido, también hasta el descansillo; le habían hecho un torniquete en la pierna y aguantó estoicamente el dolor, manteniendo sujeto con fuerza su revólver en la mano derecha. Aun perdiendo su posición de ventaja con respecto a la planta treinta y uno, decidieron instalar la destrozada mesita que les servía de barricada, un escalón por debajo del rellano del piso; la escalera casi no tenía hueco, y la nueva posición permitía una buena defensa tanto si el ataque llegaba del piso superior como desde la puerta que continuaba abierta.

Parapetados, hombro con hombro, y con Laura en el centro, se dispusieron a esperar el ataque.

– Yo también reviví mi vida del siglo XIII -oyó Jaime en un murmullo.

– ¿Qué?

– Era una fiel convencida de los Guardianes, como lo fue mi padre. -Laura hablaba con suavidad, casi confesándose-. White influyó en ti para que me tomaras como tu secretaria y me convencieron de que me infiltrara en los cátaros. Fui a su centro de reuniones en Whilshire Boulevard, dije que había oído hablar de ellos y que quería conocerlos a fondo. Poco a poco me gané la confianza de Kepler; le interesaba la información que le ofrecía sobre la Corporación, Jaime Berenguer incluido. Y los Guardianes estaban también encantados con lo que les contaba tanto de los cátaros como de la Corporación.

– Coincide con lo que Beck dijo.

– En parte. Porque al principio los rechazaba, pero al final los sermones de Dubois me hicieron pensar. Un buen día me condujeron con los ojos vendados a Montsegur, estuve en la cueva frente al tapiz de la herradura y me encontré viviendo en el siglo XIII. Sufrí una tremenda impresión.

»Aquello ya no se lo conté a los Guardianes, y tampoco el resto de las experiencias que viví. Cuando cerré mi ciclo, y luego de un tiempo de introvertirme, decidí que creía en la certeza de las enseñanzas de los cátaros. Confesé a Dubois el trabajo que hacía para la secta y, desde entonces, pasé a informar a Kevin sobre los Guardianes.

– Entonces, Karen sabía que tú eras de los nuestros y que el agente del FBI era enemigo.

– Sí. Sabía de mí, pero no de Beck. Todo ha ido muy rápido; ayer por la noche, después de la fiesta, los Guardianes me advirtieron de que hoy ocurriría algo y que debía obedecer en todo a Beck. Antes no sabía que ese hombre era un guardián.

– Podrías haberme avisado.

– ¿De qué? No sabía que se fueran a atrever a tanto. Y gracias a que actuasteis con naturalidad estáis ahora vivos.

– Es verdad. -Jaime se quedó rumiando lo oído con la mirada pegada al descansillo, por donde esperaba el nuevo asalto. De pronto, recordando lo primero que Laura había dicho, quiso saber más-. Pero, dime, ¿me reconociste en el siglo XIII?

– Sí.

– ¿Y te conocía yo a ti?

– También.

Entonces la puerta del piso superior chirrió al abrirse. Dan le dio un codazo a Laura.

– Parad de cuchichear y estad atentos.

111

Gutierres comprobó que, en contra de las normas de evacuación por bomba o incendio, se había permitido a los empleados retirar sus vehículos. El grupo cruzó el desierto aparcamiento sin incidentes, y sacando un manojo de llaves Gutierres logró abrir la puerta metálica que daba acceso al área reservada para los coches de los presidentes. Vieron varios coches de gran cilindrada.

Sorprendieron a los dos guardas que custodiaban la limusina y que al verse encañonados se limitaron a levantar las manos. Allí, en el suelo, boca abajo, vieron el cuerpo del pretoriano que guardaba el garaje; Bob comprobó que estaba muerto.

Ramsey esposó a los guardas mientras Gutierres abría la puerta de la limusina. Davis y Andersen se instalaron en el asiento trasero, y Gutierres revisó cerraduras, bajos del coche, motor, maletero y exteriores en busca de algo extraño. Al sentirse satisfecho, se puso al volante, y Ramsey se sentó a su lado. Luego quiso abrir la puerta del garaje con el mando a distancia, sin éxito; la puerta parecía bloqueada. Dio instrucciones a Charly y Bob de que se apresuraran hacia el mecanismo de apertura manual.

Cuando la puerta llegaba a mitad de su camino de apertura, comprobaron que dos coches colocados horizontalmente bloqueaban la salida al final de la rampa. Gutierres dio marcha atrás hasta casi tocar la pared del garaje. Esperó a que la puerta estuviera abierta del todo y dijo: