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– ¿Quieres decir que renunciaste a tu búsqueda?

– Yo sólo he dicho que hice un pacto.

– Pero pactar es ceder, no alcanzar lo que se desea -intervino Karen-. ¿No es una renuncia?

– Sí y no.

Se quedaron callados mirándolo en espera de una aclaración. Joan tomó un lento sorbo de brandy, dio una profunda calada a su puro, bebió un poco de café expreso y les sonrió.

– Hace muchos años un amigo mío me dijo que había aprendido a pactar entre sus sueños y sus limitaciones. El hombre había corrido el mundo persiguiendo sus sueños. Y sus sueños siempre corrían más que él.

»Entonces yo me escandalicé tanto como quizá vosotros lo hayáis hecho hace un momento. Pero la vida me enseñó que, para ganar, muchas veces hay que pactar. Desde que mi amigo pactó consigo mismo, logró soñar lo que podía alcanzar y así alcanzó, al fin, sus sueños. Joan hizo otra pausa repitiendo la ceremonia del brandy, el puro y el café-. ¿Sabéis, queridos Karen y Jaume, lo que es la libertad?

– Bueno… -Jaime inició una respuesta.

– Una utopía -cortó Joan-. La libertad es un concepto, algo que sólo existe en la mente, y que es distinto para cada individuo y tiene una parte física y otra mental. Una vez que la parte física está cubierta en un mínimo razonable, lo demás pertenece a la mente. Libertad es poder hacer lo que uno desea. Yo he aprendido a saber desear. Yo hago lo que deseo. Soy libre.

Se lo quedaron mirando pensativos mientras Joan volvía al café, el puro y el brandy.

– ¡Granpa! -Jenny llegó corriendo de la cocina seguida de Carmen, que portaba una nueva cafetera humeante. La niña se sentó junto a Joan y cogiéndolo de un brazo posesivamente, le pidió-: Abuelo, cuéntanos una historia de Cuba o de España.

– Sí, mi amor. -Y sonriendo a los adultos les dijo-: Pero no cerréis vuestro pacto antes de los sesenta años.

– ¿Por qué no antes? -inquirió Karen.

– Porque si pactáis demasiado pronto, no tendréis historias que contarles a vuestros nietos.

LUNES

115

– Extraño mensaje en el correo electrónico. -Davis levantó la vista de los contratos que revisaba para mirar a Gutierres-. Está dirigido a usted con copia para mí.

– ¿De qué se trata?

– Permítame que lo ponga en pantalla. -Gutierres entró dentro del e-mail de Davis utilizando la clave secreta de éste-. Aquí está. Fíjese. Lista de líderes de la secta. Lista de nombres de empleados y grado de implicación. Bajo. Medio. Alto. Mucho más de lo que usted pidió.

– Me alegro. Ya sabía que Berenguer es en el fondo de los míos. Es mejor sacarle el ojo a tu enemigo antes de que éste te lo saque a ti. -Davis hizo una pausa mirando la pantalla, y luego añadió en tono bajo-: White y Douglas están muertos, y a Nick Moore le esperan un juicio y años de cárcel. Ya hablaremos cuando salga. -Señaló nombres en la pantalla-. Ya sabes lo que hay que hacer. Empieza por Cochrane y con esos otros dos, como líderes principales. Cuando termines revisaremos los siguientes de la lista.

– Sí, señor. -Gutierres anotó los nombres en su agenda y Davis regresó a los contratos, con toda naturalidad, como si sólo hubiera pedido un café.

Luego de unos minutos, Gutierres reinició la conversación.

– Pero aquí está lo extraño. El acceso al e-mail de Linda Americo no se anuló cuando fue asesinada; su nombre está como firmante del mensaje y han usado su ordenador y su clave personal para transmitirlo. Todo igual que como si ella lo enviara; pero, claro, sabemos que está muerta. -La voz de Gutierres sonó irónica-. ¿Un mensaje desde el más allá?

– No, Gus -respondió Davis luego de pensar-. Los muertos no envían mensajes. Ésta es una forma segura de mandar la información sin dejar rastro de quién la envió. Muy hábil, en especial si luego hay muertes y las cosas se complican.

»Además, ya sabes que la señorita Americo era cátara y que los cátaros creen en la reencarnación. Tengamos algo de fe, Gus. Linda Americo se ha reencarnado y nos está pidiendo que hagamos justicia con sus asesinos. -Con una sonrisa añadió-: Sí. Me gusta la idea. El mensaje procede en realidad de Linda. Y Berenguer es un buen cátaro que jamás daría una información que conduzca a alguien a la pena de muerte. ¿No dicen los cátaros que ellos son la Iglesia del amor?

Gutierres afirmó con la cabeza.

– Pues Berenguer es cátaro por causa del amor. Del amor de una mujer. -Davis miró pensativo, a través de la mesa de nogal, más allá de sus ventanales, hacia un azul océano Pacífico y añadió-: Está enamorado, mucho, pero no creo que ni ciega ni locamente. Tampoco parece que sea un tipo dispuesto a perder la cabeza por puro amor cátaro.

– Tengo la impresión de que Berenguer no ha enviado ese mensaje -interrumpió Gutierres.

– Claro que lo ha enviado él. ¿Quién si no?

– La información es demasiado completa; hay nombres de gente de poca relevancia, es mucho más de lo que usted pidió. Ha sido enviado por alguien que pretende que erradiquemos hasta el último guardián. Alguien que persigue obtener poder dentro de la Corporación. Podría ser el verdadero número uno cátaro, el líder oculto.

– Quizá tengas razón en que los cátaros traman algo más, pero el mensaje lo ha enviado Berenguer. Me gusta ese chico y nos puede ser útil en un futuro; sin los Guardianes del Templo para mantener un equilibrio, quizá en unos años tengamos demasiados cátaros fanáticos en la Corporación.

Gutierres miró atentamente al viejo y supo que pensaba a muy largo plazo. ¡Claro que Davis no creía en la reencarnación! Era un esfuerzo inútil para éclass="underline" ¡no pensaba morirse!

El pretoriano continuaba pensando que el mensaje no venía de Berenguer. Se encogió de hombros, no por indiferencia, sino porque otra vez el dolorcillo de una premonición le mordía en la cruz de la espalda.

VIERNES

116

La pantalla parpadeó; unos dedos nerviosos teclearon el código: ARKÁNGEL

El ratón fue a «mensaje nuevo». «Hermanos, ayer noche murió otro de los nuestros. Muchos cayeron en la batalla de Jericó, pero los asesinatos continúan.

»Davis está tomando una cruel venganza.

»Debéis guardaros. Huid los que os sintáis en peligro. Ahora debemos escondernos y hacer penitencia para ser dignos a los ojos de Dios. Él quiso enseñarnos humildad con esta derrota. Pero juro ante el Señor que hemos de volver y que nuestra venganza será bíblica.

»Esperad mi mensaje; esperad con fe mi llamada. Arkángel II.»

Las manos descansaron sobre el teclado y un sollozo rompió el silencio de la noche cuando el mensaje voló a través de los cables a sus múltiples destinos.

SÁBADO

117

En algún lugar recóndito del océano Internet, un segundo mensaje, muy distinto, se cruzó con el anterior, pocas horas después, en la madrugada del sábado.

«Hermanos/hermanas cátaros de grado primero:

»El Dios bueno nos ha concedido la victoria y los nuestros controlan ya puestos claves en la Corporación.

»La bestia ha sido vencida y nuestros enemigos continúan cayendo a manos de Davis.

»Ahora debemos consolidar posiciones con discreción. En el momento oportuno cada uno recibirá instrucciones precisas.

» La Corporación será el púlpito para extender nuestra fe.»

Unas manos femeninas, con dos uñas de su mano derecha recortadas, teclearon la firma: «Linda Americo».

Una vez transmitido el mensaje, se apresuraron a borrarlo.

La mujer apagó el ordenador, y en silencio, para no despertar a su compañero, regresó a la cama.