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– De veras pareces nervioso -dijo Wilson ofreciéndole a Gus un cigarrillo de la cajetilla que guardaba en el calcetín, estilo GI.

– Muchas gracias, Wilson -murmuró Gus rechazando el cigarrillo.

– Mira, estos individuos se limitarán a someterte a pruebas psicológicas -dijo Wilson -. He hablado con un sujeto que se graduó en abril. No hacen más que pincharte. Acerca del adiestramiento, de tu habilidad en el tiro o de tu categoría académica. Pero, qué demonios, Plebesly, tú estás bien en todo y, en adiestramiento, ocupas los primeros lugares. ¿Qué pueden decir?

– Fíjate en mí -dijo Wilson-. Mi manera de disparar es tan pésima que igual soy capaz de arrojar el arma contra el maldito blanco. Probablemente me harán trizas. Puedes estar seguro de que me echarán si no acudo al campo de tiro a la hora de comer y hago un poco de práctica extra. Es un asco pero no estoy preocupado. ¿Te das cuenta de la falta que hacen los policías en esta ciudad? Y dentro de cinco o seis años va a ser mucho peor. Todos estos sujetos que vinieron al terminar la guerra cumplirán los veinte años de servicio. Te digo que seremos capitanes antes de que hayamos recorrido todo el Departamento.

Gus estudió a Wilson, que era un hombre de baja estatura, de más baja estatura incluso que Gus. Debía haberse estirado para alcanzar el mínimo de metro setenta, pensó Gus, pero era fornido, fuertes bíceps y hombros de luchador, con la nariz rota. Había luchado con Wilson en las clases de autodefensa y le había resultado asombrosamente fácil abatir y controlar a Wilson. Wilson era mucho más fuerte pero Gus era más ágil y sabía perseverar.

Gus había comprendido lo que el oficial Randolph Ies había dicho y creía que si podía resistirse a sus contricantes no tenía por qué sentir miedo. Le sorprendía el buen resultado que ello le había dado hasta ahora en las clases de adiestramiento. ¿Pero qué le haría un hombre como Wilson, ex-luchador, en una pelea auténtica? Gus jamás había golpeado a un hombre, ni con los puños ni con nada. ¿Qué le sucedería a su espléndida resistencia cuando un hombre como Wilson le hundiera su pesado puño en el estómago o le lanzara uno a la mandíbula? Había sido un corredor de primera categoría en sus años de bachillerato pero siempre había evitado los deportes de contacto. Nunca había sido una persona agresiva. ¿Qué demonios le había inducido a pensar que podría ser policía? Claro que la paga era muy buena, y además había que tener en cuenta el seguro y la pensión. En el banco jamás hubiera podido esperar algo así. Había odiado aquel triste empleo mal remunerado y casi se había echado a reír cuando el funcionario de operaciones le había asegurado que al cabo de cinco años podría alcanzar a percibir lo que él, el funcionario de operaciones, ganaba, que era menos de lo que ganaba un policía que empezara en Los Ángeles. Y así había llegado hasta donde se encontraba. Ocho semanas y todavía no le habían atrapado. Pero es posible que lo hicieran en esta entrevista de tensión.

– Sólo hay una cosa que me tiene preocupado -dijo Wilson -. ¿Sabes qué es?

– ¿Qué? -preguntó Gus secándose las húmedas manos en las perneras de su uniforme kaki.

– Los esqueletos. Me han dicho que a veces hacen crujir los huesos en las entrevistas de tensión. Sabes que dicen que la investigación de los antecedentes de todos los cadetes prosigue varias semanas después de haber entrado éstos en la academia.

– ¿Sí?

– Me han dicho que a veces utilizan las entrevistas de tensión para decirle a un individuo que ha sido rechazado. Algo así como "El investigador de antecedentes ha descubierto que perteneció usted a la Asociación Nazi de Milwaukee. Queda usted eliminado, muchacho". Porquerías así.

– Creo que no debo preocuparme por mis antecedentes -dijo Gus sonriendo débilmente -. He vivido en Azusa toda la vida.

– Vamos, Plebesly, no irás a decirme que jamás has hecho nada. Todos los de la clase tienen algo en los antecedentes. Alguna cosilla que no quieren que el Departamento averigüe. Vi las caras el día en que el instructor dijo: "Mosley, preséntate al lugarteniente". Y Mosley jamás volvió a la clase. Y después Ratcliffe se fue de la misma manera. Averiguaron algo acerca de ellos y los echaron. Desaparecieron así por las buenas. ¿Has leído alguna vez Diecinueve ochenta y cuatro?

– No, pero sé de qué se trata -dijo Gus.

– Aquí se sigue el mismo principio. Saben que ninguno de nosotros se lo ha dicho todo. Todos tenemos un secreto. Tal vez puedan arrancárnoslo sometiéndonos a tensión. Pero tú no pierdas la calma y no les digas nada. Todo irá bien.

A Gus le dio un vuelco el corazón cuando se abrió la puerta del despacho del capitán y emergió Roy Fehler, alto, erguido, tan confiado como siempre. Gus le envidió por su seguridad y apenas escuchó a Fehler decir:

– El siguiente.

Entonces Wilson le empujó hacia la puerta y él miró su imagen reflejada en el espejo de la máquina de cigarrillos y los lechosos ojos azules eran los suyos pero apenas reconoció aquel pálido y delgado rostro. Su escaso cabello color arena le resultaba conocido pero aquellos estrechos y blancos labios no eran los suyos y cruzó la puerta y se encontró frente a los tres inquisidores que le estaban observando desde detrás de una mesa de conferencias. Reconoció al lugarteniente Hartley y al sargento Jacobs. Sabía que el tercer hombre debía ser el comandante, el capitán Smithson, que Ies había dirigido una alocución en su primer día de academia.

– Siéntese, Plebesly -dijo el lugarteniente Hartley, sin sonreír.

Los tres hombres murmuraron en voz baja breves momentos y revisaron un legajo de papeles que tenían delante. El lugarteniente, un rubicundo hombre calvo con labios color ciruela, esbozó de repente una amplia sonrisa y dijo:

– Bien, hasta ahora lo está usted haciendo muy bien en la academia, Plebesly. Podría mejorar el tiro pero en clase es usted excelente y en adiestramiento se encuentra entre los mejores.

Gus advirtió que el capitán y el sargento Jacobs también estaban sonriendo, pero sospechó alguna trampa cuando el capitán le dijo:

– ¿De qué vamos a hablar? ¿Tendría la bondad de hablarnos de usted?

– Sí, señor -dijo Gus procurando acomodarse a aquella inesperada amabilidad.

– Muy bien, pues, adelante, Plebesly -dijo el sargento Jacobs con una mirada divertida -, Háblenos de usted. Le escuchamos.

– Háblenos de sus estudios -dijo el capitán Smithson al cabo de varios segundos de silencio -. Su "dossier" personal dice que asistió usted a la escuela semisuperior dos años. ¿Practicaba usted el atletismo?

– No, señor -graznó Gus-. Mejor dicho, intenté las carreras. Pero no tenía tiempo.

– Apuesto a que era usted un corredor de velocidad -dijo el lugarteniente sonriendo.

– Sí, señor. Y también intenté las carreras de obstáculos -dijo Gus procurando devolverle la sonrisa -. Pero tenía que trabajar y preparar quince asignaturas, señor. Tuve que dejar las carreras.

– ¿Cuál era su asignatura principal? -preguntó el capitán Smithson.

– Administración comercial -dijo Gus deseando haber añadido "señor" y pensando que un veterano como Wilson jamás olvidaría añadir un "señor" a todas las frases, pero él no estaba acostumbrado a aquella situación casi militar.