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– ¿Qué clase de trabajo realizaba usted antes de incorporarse al Departamento? -preguntó el capitán Smithson, ojeando el "dossier" -. ¿"Oficina de correos", verdad?

– No, señor. Banco. Trabajaba en un banco. Estuve cuatro años. Desde que terminé la escuela superior.

– ¿Qué le hizo desear ser policía? -le preguntó el capitán tocándose su enjuta y bronceada mejilla con un lapicero.

– La paga y la seguridad -contestó Gus y después añadió rápidamente -: y es una buena carrera, una profesión. Y hasta ahora me gusta.

– Los policías no tienen pagas muy buenas -dijo el sargento Jacobs.

– Es más de lo que nunca he ganado, señor -dijo Gus decidiendo mostrarse sincero-. Jamás había ganado nada que se aproximara a cuatrocientos ochenta y nueve mensuales, señor. Y tengo dos hijos y otro en camino.

– Sólo tiene veintidós años -dijo el sargento Jacobs emitiendo un silbido-. ¡Qué familia está usted haciendo!

– Nos casamos inmediatamente después de terminar la escuela.

– ¿Tiene intención de terminar sus estudios universitarios? -le preguntó el lugarteniente Hartley.

– Sí, señor -dijo Gus -. Escogeré como asignatura principal la ciencia policíaca, señor.

– La administración comercial es un buen campo de estudios -dijo el capitán Smithson -. Si le gusta, siga con ella. El Departamento puede hacer buen uso de los especialistas en administración comercial.

– Sí, señor -dijo Gus.

– Nada más, Plebesly -dijo el capitán Smithson -. Siga trabajando en tiro. Puede mejorarlo. Y haga pasar al siguiente cadete, por favor.

3 El universitario

Roy Fehler no tenía más remedio que confesar que le gustó escuchar a dos de sus compañeros de clase mencionar su nombre en el transcurso de una conversación susurrada durante la pausa para fumar, después de la clase. Escuchó al cadete murmurar "intelectualmente", reverentemente, pensó él, tras haber alcanzado la mayor puntuación en la clase de redacción de informes dirigida por el oficial Willis. La parte académica del adiestramiento no se le antojaba nada difícil y de no haber sido por algunas dificultades en el campo de tiro y por su falta de resistencia en el adiestramiento físico, hubiera sido probablemente el mejor cadete de su clase y hubiera ganado la Smith & Wesson que siempre se entregaba al mejor cadete de la promoción. Sería una tragedia, pensó, que alguien como Plebesly ganara el revólver simplemente por correr más rápido o disparar mejor que Roy.

Estaba esperando ansiosamente que entrara el sargento Harris en el aula para las tres horas de clase de derecho penal. Era la parte más interesante del adiestramiento a pesar de que Harris no fuera un profesor excepcional. Roy había adquirido un ejemplar delDerecho Penal de California, de Fricke, y lo había leído dos veces en el transcurso de las dos últimas semanas. Había retado a Harris en distintas cuestiones y creía que Harris estaba más alerta últimamente temiendo ser puesto en un aprieto por su adelantado alumno. La clase guardó bruscamente silencio.

El sargento Harris avanzó hacia la parte frontal del aula, extendió las notas sobre el atril y encendió el primero de los varios cigarrillos que iba a fumar durante su conferencia. Tenía una cara como de hormigón poroso pero Roy pensó que lucía bien el uniforme. El traje azul de lana, hecho a medida, resultaba especialmente bien en los hombres altos y delgados y Roy se preguntó qué aspecto tendría él cuando luciera el uniforme azul y el Sam Browne negro.

– Vamos a seguir con la búsqueda y captura de pruebas -dijo Harris, rascándose la zona calva de la coronilla de su cabello color herrumbre.

– A propósito, Fehler -dijo el sargento Harris-, tenía usted razón ayer al decir que el testimonio no confirmado de un cómplice es suficiente para demostrar el corpus delicti, Sin embargo, no basta para demostrar la culpabilidad.

– No, claro que no -dijo Roy dándole las gracias a Harris con un movimiento de cabeza por aquel reconocimiento.

No estaba seguro de que Harris apreciara el significado de alguna que otra pregunta bien planteada que hiciera trabajar el cerebro. Era el estudiante el que animaba la clase. Lo había aprendido del profesor Raymond, que le había animado a especializarse en criminología cuando vagaba sin rumbo entre las ciencias sociales, sin poder encontrar una especialidad que le interesara realmente. Y fue el profesor Raymond quien le rogó que no abandonara sus estudios superiores porque había animado mucho las tres clases a que había asistido dirigidas por aquel hombrecillo grueso de ardientes ojos castaños. Pero estaba cansado de los estudios superiores; incluso los estudios independientes con el profesor Raymond habían empezado también a cansarle. Se le había ocurrido de repente una noche de insomnio cuando la presencia de Dorothy y del embarazo de ésta le había oprimido hasta el extremo de inducirle a abandonar los estudios e incorporarse al departamento de policía durante un año o dos hasta que aprendiera algo acerca del delito y de los delincuentes que tal vez no supiera un criminólogo.

Al día siguiente presentó la instancia en el ayuntamiento preguntándose si sería conveniente que telefoneara a su padre o esperara a ser admitido, cosa que sucedería al cabo de unos tres meses, si pasaba todas las pruebas y sobrevivía a la investigación del carácter que le constaba no le plantearía ningún problema. Su padre estaba terriblemente decepcionado y su hermano mayor, Cari, le había recordado que su educación había producido en el negocio de la familia un déficit de nueve mil dólares, teniendo en cuenta que no podría esperar a terminar los estudios para contraer matrimonio y que, de todos modos, un criminólogo sería de muy escasa utilidad en un negocio de abastecimiento de restaurantes. Roy le había dicho a Cari que devolvería hasta el último céntimo, y tenía intención de hacerlo así, pero resultaba difícil vivir con el salario inicial de un policía, que no oorrespondía a los cuatrocientos ochenta y nueve dólares anunciados teniendo en cuenta lo que se deducía para la pensión, el Auxilio de la Policía, la Liga Protectora de la Policía, la Unión del Crédito de la Policía, que prestaba el dinero para los uniformes, impuesto sobre los ingresos y plan médico. Pero se prometió a sí mismo pagarle a Cari y a su padre hasta el último céntimo. Y terminaría los estudios y después sería criminólogo, sin llegar jamás a ganar el dinero que su hermano Cari ganaría pero siendo mucho más feliz.

– Ayer hablamos de casos famosos como Calían, Rochin y otros -dijo el sargento Harris-. Y hablamos de Mapp contra Ohio que cualquier novato comprendería que fue una búsqueda y captura ilegal y mencioné cómo parece a veces que los tribunales acechan a la espera de casos malos como el de Mapp contra Ohio para restringir un poco más el poder de la policía. Ahora que son ustedes policías o casi policías Ies interesarán las decisiones dictadas por los tribunales en el sector de la búsqueda y captura. Estarán molestos, confundidos y, en general, aturdidos constantemente y escucharán críticas en el cuarto de los armarios por el hecho de ser la mayoría de fallos más importantes; ¿cómo puede esperarse que un policía de servicio tome una decisión repentina en el calor de un combate y después las vírgenes vestales del Potomac le supongan segundas intenciones y otras estupideces? Pero en mi opinión, esta manera de hablar es contraproducente. A nosotros sólo deben interesarnos los tribunales supremos de los Estados Unidos y California, y un par de tribunales con apelaciones. Por consiguiente, no se preocupen por los extravagantes fallos que un juez pueda dictar. Aunque se trate de un caso suyo y deseen ganarlo. ITay posibilidades de que el acusado sea agarrado de nuevo y podamos meterle en cintura. Y el fallo del juez termina en el tribunal. No tendrá nada que ver con el próximo caso en el que intervengáis.

"Ya sé que ayer les dejó perplejos el problema de la búsqueda en un arresto legal. Sabemos que podemos iniciar una búsqueda, ¿cuándo?", dijo el sargento Harris señalando vagamente con el cigarrillo encendido hacia el fondo de la sala. Roy no se molestó en volverse hacia la voz que contestó: -Cuando se dispone de un auto de registro o cuando se tiene permiso para practicar el arresto legal.