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Roy sabía que la voz pertenecía a Samuel Isenberg, el único cadete que Roy temía que pudiera competir con él intelectualmente.

– Exacto -dijo el sargento Harris, emitiendo una nube de humo por la nariz -. La mitad de ustedes jamás obtendrá ni un solo auto de registro en toda su carrera. La mayoría de los doscientos mil arrestos que practicamos en un año se hacen sobre la base de la existencia de un motivo razonable que nos induzca a creer que se ha cometido un delito o bien por haberse cometido un crimen en presencia del oficial. ¡Tropezarán ustedes con crímenes y criminales y tendrán que disparar! Tendrán que moverse y no esperar seis horas para obtener un auto de registro. Por este motivo no vamos a referirnos a esta clase de búsqueda. He reservado la otra clase de búsqueda para hoy porque, para mí, es la más arriesgada: se trata de la justificación de registro para un arresto legal. Si los tribunales nos impiden algún día esta clase de búsquedas, puede decirse que estaremos casi fuera de combate.

Isenberg levantó la mano y el sargento Harris asintió con la cabeza mientras daba una increíble chupada al cigarrillo. Lo que casi era una colilla de tamaño mediano le estaba quemando los dedos. La apagó mientras Isenberg decía:

– Señor, ¿podría repetir el registro de una casa a tres mil metros de distancia de la casa del acusado?

– Me lo estaba temiendo -Harris sonrió, se encogió de hombros y encendió otro cigarrillo -. No debiera mencionar estos casos. Hice lo que critico que hacen otros oficiales, revolver casos controvertidos y predecir una desgracia. Muy bien, me limité a decir que aún no se había establecido lo que significa bajo el control del acusado en términos de registro de un local con fines de arresto. El tribunal ha decretado en su infinita sabiduría que un arresto a tres mil metros de distancia de la casa no confería a los oficiales el derecho a penetrar en la casa y registrar por la teoría según la cual el acusado posee el control de la casa. Además, mencioné que en otro caso una persona que se encontraba a mil ochocientos metros de distancia fue considerada con derecho a control de un determinado coche. Y después mencioné un tercer caso en que unos oficiales arrestaron a unos corredores de apuestas en su coche a media manzana de distancia y el tribunal consideró razonable el registro del coche y de la casa. Pero no se preocupen por estas tonterías. Ni siquiera debiera haberlo mencionado porque soy básicamente optimista. Siempre veo el vaso medio lleno, no medio vacío. Algunos policías predicen que llegará un día en que los tribunales nos arrebatarán el derecho a buscar motivos para un arresto, pero eso nos dejaría cojos. No creo que suceda. Creo que un día de éstos el Hechicero Mayor de Washington y sus ocho pequeños aprendices se reunirán y todo se aclarará.

La clase se rió y Roy empezó a experimentar aburrimiento. Harris no podía evitar criticar al Tribunal Supremo, pensó Roy. No había escuchado a ningún profesor discutir cuestiones de derecho sin lanzar alguna que otra indirecta al Tribunal. Harris parecía un hombre razonable pero probablemente se sentía obligado a hacerlo también. Hasta ahora, todos los casos que Roy había leído, tan duramente criticados por sus profesores, a Roy le habían parecido justos e inteligentes. Se basaban en principios libertarios y a él no le parecía leal decir que aquellos fallos ponderados no eran realistas.

– Muy bien, muchachos, no me aparten del tema. Teníamos que hablar de los motivos de registro para un arresto legal. Qué les parece éste: dos oficiales observan un taxi mal aparcado frente a un hotel. El pasajero, un hombre, se apea del asiento frontal. Una mujer sale del hotel y se acomoda en el asiento de atrás. Otro hombre que no acompañaba a la mujer se acerca y se acomoda al lado de la mujer en el asiento de atrás. Dos policías observan la acción y deciden investigar. Se aproximan y ordenan a los ocupantes del vehículo que se apeen. Observan que el hombre aparta la mano de la juntura del asiento y respaldo de atrás. Los oficiales apartan el respaldo de atrás y descubren cigarrillos de marihuana. El hombre fue declarado culpable. ¿Fue esta decisión confirmada o negada por el tribunal de apelaciones? ¿Alguien quiere aventurar una respuesta?

– Negada -dijo Guminski, un delgado sujeto de cabello tieso y como de unos treinta años que Roy suponía que debía ser el mayor de los cadetes de la clase.

– ¿Lo ven? Ustedes, muchachos, ya piensan como policías – dijo Harris riéndose -. Ya están dispuestos a creer que los tribunales se dedican a fastidiarnos constantemente. Bien, pues se equivocan. La culpabilidad fue confirmada. Pero hubo algo que no he mencionado y que contribuyó a este fallo. ¿Qué suponen ustedes que fue?

Roy levantó la mano y al asentir Harris con la cabeza, preguntó:

– ¿Qué hora era?

– Muy bien -dijo el sargento Harris-. Debe usted haber imaginado que se trataba de una hora insólita. Hacia las tres de la madrugada. Pero, ¿por qué motivo podían registrar el taxi?

– Por causa justificada de arresto legal -contestó Roy sin levantar la mano y sin esperar a que Harris asintiera con la cabeza.

– ¿A quién pretendían detener? -preguntó Harris.

Roy sintió haber contestado con tanta rapidez. Comprendió que le estaban atrapando.

– No al acusado ni a la mujer -contestó lentamente mientras su cerebro trabajaba sin descanso-, ¡al taxista!

La clase estalló en carcajadas pero fue acallada por un movimiento de la mano manchada de nicotina de Harris. Harris sonrió dejando al descubierto sus grandes dientes amarillentos y dijo:

– Adelante, Fehler, ¿qué razonamiento ha seguido usted?

– Podían detener al taxista: estacionamiento indebido – dijo Roy -. Es una infracción; y después podían encontrar motivo para un arresto legal.

– No está mal -dijo Harris -. Me gusta verles discurrir, aunque se equivoquen.

Hugh Franklin, el alumno de anchos hombros que se encontraba sentado al lado de Roy en las mesas alfabéticamente dispuestas, se rió más alto de lo conveniente en la opinión de Roy. No debía gustarle a Franklin, Roy estaba seguro. Franklin era un típico ejemplar americano. Había cursado la escuela secundaria, según le había dicho en las conversaciones que mantuvieron durante los primeros días de academia. Después, tres años en la marina, donde había jugado al base ball y recorrido Oriente pasándolo muy bien; y ahora al departamento de policía, al no poder incorporarse al base-ball profesional de clase D.

– ¿Por qué está equivocado Fehler? -preguntó Harris a la clase, y a Roy le molestó que se pidiera a toda la clase que atacara su respuesta. ¿Por qué no explicaba Harris el motivo en lugar de pedirles a los demás que hicieran comentarios? ¿Sería posible que Harris estuviera deseando ponerle en un aprieto? Quizá no le gustaba tener en clase a un alumno que estudiaba por su cuenta derecho penal y que no se limitaba a aceptar ciegamente las interpretaciones legales que procedían de los puntos de vista de la policía.

– Sí, Isenberg -dijo Harris y, esta vez, Roy se volvió para no perderse la aburrida forma que tenía Isenberg de contestar a las preguntas.

– Dudo que el registro del taxi constituyera un motivo justificado para arrestar al conductor por aparcamiento indebido -dijo Isenberg cuidadosamente, mirando con sus negros ojos de oscuros párpados primero a Harris, después a Roy y otra vez al profesor-. Es cierto que el conductor cometió una infracción de tráfico y que podía ser citado, y una penalización de tráfico es técnicamente un arresto, pero, ¿cómo podía registrarse el taxi por contrabando? Eso no tione nada que ver con una infracción de tráfico, ¿verdad?