Выбрать главу

– ¿Me lo pregunta a mí? -dijo Harris.

– No, señor; es la respuesta que doy.

Isenberg sonrió tímidamente y a Roy le molestó la fingida humildad de Isenberg. Sentía lo mismo en relación con Plebesly y con la modestia de éste cuando alguien admiraba sus habilidades atléticas. Creía que ambos eran orgullosos. Isenberg acababa de abandonar el ejército. Se preguntó por qué se incorporarían al Departamento tantos hombres que simplemente buscaban un empleo y cuántos habría, como él, que se sintieran inducidos a ello por motivos más serios.

– ¿El motivo de registro era para detener e interrogar a alguien? -preguntó Harris.

– No, no creo -dijo Isenberg carraspeando nerviosamente -. No creo que nadie estuviera bajo arresto en el momento en que el oficial descubrió el contrabando. El oficial podía detener e interrogar a personas por la noche y en circunstancias insólitas según Ciske contra Sanders, y no creo que hubiera nada de extraño en el hecho de que les ordenara apearse del taxi. Los oficiales sospechaban con razón que sucedía algo insólito. Al extender el acusado la mano hacia la parte posterior del asiento, creo que ello hubiera podido definirse como acto furtivo.

La voz de Isenberg siguió sonando y varios alumnos, incluyendo a Roy levantaron la mano.

Harris no miró más que a Roy.

– Adelante, Fehler -dijo Harris.

– No creo que los oficiales tuvieran derecho a ordenarles apearse del taxi. Y ¿cuándo fueron detenidos, tras descubrirse los narcóticos? ¿Qué hubiera sucedido si se hubieran apeado del taxi y hubieran echado a andar? ¿Hubieran tenido los oficiales derecho a detenerles?

– ¿Qué dice a esto, Isenberg? -preguntó Harris encendiendo otro cigarrillo con un deslucido encendedor de plata -. ¿Podían los oficiales ordenarles que se detuvieran antes de descubrir el contrabando?

– Sí, creo que sí -dijo Isenberg mirando a Roy, que le interrumpió.

– Entonces ¿es que estaban bajo arresto? -preguntó Roy -. Debían estar bajo arresto si los oficiales podían impedirles que se alejaran. Y si estaban bajo arresto, ¿qué delito habían cometido? La marihuana no se encontró hasta varios segundos después de tenerles ya bajo arresto.

Roy sonrió con indulgencia para dar a entender a Isenberg y a Harris que no había querido molestar a Isenberg al demostrar que éste estaba en un error.

– El caso es que no estaban bajo arresto, Fehler -dijo Isenberg dirigiéndose personalmente a Roy por primera vez-. Tenemos derecho a detener e interrogar. La persona tiene obligación de identificarse y de explicar qué está haciendo. Y podemos recurrir a cualquier medio para someterla. Pero no la hemos detenido por ningún delito. Si explica qué está haciendo, y es algo razonable, la soltamos. Creo que esto es lo que significaba Giske contra Sanders. Por consiguiente, en este caso, los oficiales detuvieron, interrogaron y descubrieron la marihuana en el transcurso de su investigación. Entonces y sólo entonces los sospechosos fueron puestos bajo arresto.

Roy comprendió, por la expresión de Harris, que Isenberg tenía razón.

– ¿Cómo podía demostrarse que otra persona no había ocultado la marihuana detrás del asiento? -preguntó Roy sin poder evitar un tono de resentimiento en su "voz.

– Debiera haber mencionado que el taxista había declarado haber limpiado la parte trasera del vehículo a primeras horas de la noche porque un pasajero que se encontraba indispuesto había vomitado -dijo Harris -. Y nadie se había acomodado en el asiento de atrás hasta que subieron la mujer y el hombre.

– Esto ya es distinto -dijo Roy tratando de que Harris justificara su anterior interpretación.

– Bien, ésta no era la cuestión que me interesaba -dijo Harris-. Quería que alguien analizara en este caso la cuestión del registro previo al arresto e Isenberg lo ha hecho muy bien. Lo han entendido todos, ¿verdad?

– Sí, señor -dijo Roy -, pero el caso hubiera sido completamente distinto si el taxista no hubiera declarado haber limpiado la parte de atrás del vehículo aquella misma noche. Yo creo que era un detalle importante.

– Sí, Fehler -dijo el sargento Harris suspirando -. Tenía usted razón en parte. Yo lo debiera haber mencionado, Fehler.

AGOSTO 1960

4 Güero

Serge se cepilló rápidamente los zapatos, arrojó el cepillo al interior de su armario y cerró de golpe la puerta de metal. Llegaba tarde al acto de pasar lista. Eran las cuatro y dos minutos. "Maldito tráfico -pensó-: ¿Cómo podré soportar este tráfico y esta niebla veinte años?" Se detuvo frente al espejo a toda altura; estaba solo en el cuarto de los armarios. Los botones de latón y el Sam Browne necesitaban lustre. Su uniforme azul de lana estaba tan cubierto de hilachas que parecía que tuviera pelo. Maldijo al comprender que era posible que se realizara una inspección aquella noche.

Serge recogió su cuaderno de notas, el paquete de citaciones por infracciones de tráfico y una guía de las calles de la ciudad. Introdujo su reluciente linterna nueva portátil de cinco células en el bolsillo de los pantalones del uniforme, agarró la porra y se puso el gorro porque tenía las manos ocupadas y no podía llevarlo en ellas. La otra noche los oficiales de guardia estaban hablando rumorosamente cuando él entró en la sala de pasar lista. El escritorio del comandante de guardia estaba vacío. Serge se tranquilizó al comprobar que éste también llegaba con retraso y, cuando llegó al cabo de cinco minutos, Serge ya había tenido tiempo de eliminar casi todas las hilachas de su uniforme con un trozo de cinta adhesiva de cinco centímetros de ancho que siempre llevaba para casos de emergencia.

– Cuando se limpian estos uniformes varias veces, ya no hay tanto problema con las hilachas -dijo Perkins, un oficial sentado junto a un escritorio, policía desde hacía diecinueve años que ahora desempeñaba trabajos ligeros por estar recuperándose de un grave ataque cardíaco.

– Sí -dijo Serge asintiendo con la cabeza, consciente de su uniforme nuevo azul jamás limpiado, que denotaba que era un novato recién graduado de la academia la semana anterior. Él y dos compañeros suyos de clase habían sido seleccionados, pensó. Los otros oficiales eran Chacón y Medina. Había oído decir en la academia que la mayoría de los oficiales con nombres españoles terminaban en la División de Hollenbeck, pero había esperado ser una excepción. No todo el mundo identificaba el apellido Durán como de origen español. Le habían confundido con alemán e incluso irlandés, sobre todo personas que no podían creer que un mexicano pudiera ser rubio y pecoso y hablar sin asomo de acento español. Los oficiales negros no eran todos asignados a las zonas negras; le molestaba que a todos los chicanos les concentraran en Hollenbeck. Comprendía la necesidad de oficiales que hablaran español pero nadie se había molestado en averiguar si él sabía hablar español. Se habían limitado a sentenciar: "Durán a Hollenbeck"; otra víctima de un sistema.

– Ramírez -dijo el lugarteniente Jethro, dejando caer su largo cuerpo encorvado sobre la silla del escritorio y abriendo el cuaderno del horario.

– Presente.

– Anderson.

– Presente.

– Trabaja el sector Cuatro-A-Cinco.

– Bradbury.

– Presente.

– Gonsálvez.

– Presente.

– Sector Cuatro-A-Once.

Serge contestó al oír su nombre junto al de Galloway, su compañero por aquella noche, con quien no había trabajado desde su llegada a la división. Mañana domingo tenía día libre después de haber trabajado seis días y pensó que ojalá no lo tuviera. Cada noche era una nueva aventura y sonrió al comprender que pronto le agradaría disfrutar de días libres. Se cansaba de todo muy pronto. No obstante, este trabajo era más interesante que la mayoría. No podía imaginarse con sinceridad otro que le gustara más. Claro que cuando terminara los estudios tal vez pudiera encontrar algo mejor. Y entonces tuvo que volver a sonreír. Se había matriculado en dos clases nocturnas de la escuela semisuperior de Los Ángeles Este. Seis asignaturas. Sólo faltaban ciento dieciocho "y aquí estoy yo sentado y soñando con terminar los estudios", pensó.