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– Aquí no -dijo Roy y apretó los dientes cerrándolos sobre la lengua y luchando contra la histeria.

El choc. Puede matar. |EI choc!

Después se abrió la camisa y se desabrochó el Sam Browne y contempló la menuda y burbujeante cavidad abierta en la boca del estómago. Sabía que no podría sobrevivir a otra. "En este sitio no. En las entrañas no." ¡Ya no le quedaban entrañas!

Roy abrió los dientes y tuvo que tragar varias veces por culpa de la sangre que manaba de su lengua partida. Esta vez no dolía tanto, pensó, y se sorprendió de su lucidez. Vio que Serge y Gus se arrodillaban a su lado con los rostros cenicientos. Serge se santiguó y se besó la uña del pulgar.

Era mucho más fácil esta vez. ¡Ya lo creo que sí! El dolor estaba cediendo y un calor insidioso se apoderaba de él. Pero no, debía ser un error. No debía suceder ahora. Entonces fue presa del pánico al comprender que no debía suceder ahora porque estaba empezando a saber. "Por favor, ahora no -pensó -. Estoy empezando a saber."

– Saber, saber -dijo Roy-. Saber, saber, saber, saber.

Su voz lo sonaba vacía y rítmica como el tañido de una campana. Y después ya no pudo hablar.

– Santa María -dijo Serge tomándole la mano-. Santa María… ¿dónde está la maldita ambulancia? Ay, Dios mío… Gus, está frío. Sóbale las manos…

Entonces Roy escuchó sollozar a Gus:

– Se ha ido, Serge. Pobre Roy, pobre muchacho. Se ha ido.

Después Roy escuchó decir a Serge:

– Debiéramos cubrirle. ¿Le has oído? Le decía "no" a la muerte. "No, no, no", decía. ¡Santa María!

"No estoy muerto -pensó Roy-. Es monstruoso decir que estoy muerto." Y entonces vio a Becky caminando graciosamente sobre una extensión de hierba y estaba tan crecida que le dijo Rebeeca al llamarla y ella se acercó a su padre sonriendo y el sol brillaba en su cabello, más dorado de lo que había sido nunca el suyo propio.

– Dios te salve María, llena de gracia, el Señor es contigo… -dijo Serge.

– Le cubriré. Le pediré prestada a alguien una manta -dijo Gus -. Por favor, que alguien me dé una manta.

Ahora Roy se abandonó a las ondulantes sábanas blancas de la oscuridad y lo último que escuchó fue a Sergio Durán diciendo "Santa María", una y otra vez.

JOSEPH WAMBAUGH, a former LAPD detective sergeant, is the bestselling author of eighteen prior works of fiction and nonfiction. In 2004, he was named Grand Master by the Mystery Writers of America. He lives in Southern California.

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